Se ha comentado muchísimo y muy bien el «sofagate». Esto es, el incidente en Ankara, cuando el presidente turco Recep Tayyip Erdogan dejó sin asiento a Ursula von der Leyen en una reunión al máximo nivel. Al final se tuvo que sentar esquinada en un sofá mientras el presidente del Consejo, Charles Michel, se repantingaba, tan pancho, con Erdogan de tú a tú.
En el momento, la presidente de la Comisión Europea no dijo más que un dolorido «¿Ehm!», mezcla de incredulidad y bochorno. A toro pasado, una fuente cercana a Von der Leyen confesó a la agencia Efe que «a la presidenta no le hizo gracia». Estoy muy conforme con las glosas que ha motivado el incidente, desde las que retratan la deriva poco ergonómica de Erdogan hasta las que critican al belga Michel.
Pero prefiero las que critican al belga, porque de Erodgan en este particular no espero demasiado, pero un caballero europeo no se hubiese abalanzado sobre la única silla libre como si estuviésemos en una fiesta de niños de ocho años jugando a la sillita musical. Y si acaso por torpeza supina no se hubiera percatado a tiempo, se habría levantado de un salto como si la silla tuviese un muelle. Habría ofrecido su asiento a la dama, esperando él de pie y sonriente, disculpando el error de protocolo con una ingenua sonrisa hipócrita, hasta que trajesen otra silla. Quizá Charles Michel esté envenenado de igualitarismo woke y considerase un gesto heteropatriarcal imperdonable levantarse él para ceder el sitio a una mujer. Lo que resulta una interesante imagen para otra curiosa reflexión.
Sigamos con el sofá, porque yo aún diría más. Ursula von der Leyen no tendría que haberse conformado con él durante dos horas de reunión. Tendría que haber aguantado a pie firme y, si nadie le traía una silla ni el belga se percataba de una puñetera vez, podría haberse largado de allí por su propio pie. La cuestión de fondo lo merecía. El feminismo verdadero se la juega en las distancias turcas. Si se montaba un follón diplomático, ya se arreglaría, pero, como regla general, los enfados a posteriori en cuestiones de protocolo son irremediablemente inútiles y un tanto ridículos.
¿Por qué cuento ahora esto, si ya se ha comentado con mucho tino y yo tampoco soy un experto en política internacional? Porque creo que muestra un patrón de conducta de la Unión Europea que sí nos afecta. Von der Leyen dice «¿Ehm!», pero se sienta en el sofá.
Por razones históricas y políticas, la Unión Europea está acostumbrada a la mano izquierda y la voz baja, de modo que en los países miembros no se perciba que se interviene lo suyo en lo nuestro de la soberanía nacional. El subterfugio es lógico, pero hay momentos (como con el sofagate) que las cosas tienen que hacerse de otra manera más brusca. El caso del plan de ajuste económico de Pedro Sánchez es uno de ellos. A ver si no estamos aquí ante un «softgate».
No puede ser que un Gobierno nacional que ha dado ejemplos sobrados de caos en la gestión de la crisis del coronavirus y que está haciendo saltar todas las alarmas económicas no aparezca estrechamente vigilado por la UE
No puede ser que un Gobierno nacional que ha dado ejemplos sobrados de caos en la gestión de la crisis del coronavirus, que está haciendo saltar todas las alarmas económicas, que ha hecho varios intentos de vulneración del Estado de Derecho y que tiene a su país sometido a tensiones territoriales e institucionales extremas no aparezca estrechamente vigilado por la UE. Sobre todo, cuando manda planes económicos que parecen una tomadura de pelo. Las cuentas enviadas a la Comisión por Pedro Sánchez inflan nuestros ingresos en 48.000 millones de euros y tienen incontables inconsistencias incomprensibles. Los planes no coinciden con los que presenta en España y, además, una vez que la opinión pública pregunta por ellos, se desmienten para consumo interno con argumentos peregrinos. Véase a Nadia Calviño (en principio la cara profesional del Gobierno) achacando una propuesta hecha a la Unión como una «errata» [sic]. O mienten allí o mienten aquí o mienten más probablemente allá y acá.
Ursula von der Leyen tiene que poner pie en pared y dejarse de sofás literales o metafóricos. Se rumorea que bajo manta están muy preocupados con España, y que hacen exigencias a Pedro Sánchez de elecciones adelantadas o de prescindir de Podemos o de mantener la reforma laboral de Rajoy. Eso se cuchichea, y puede que sea verdad en parte, pero no es suficiente, como tampoco lo fue que dijesen a la agencia Efe que la presidente se sintió muy incómoda en el sofá o que se quejé de Erdogan en declaraciones en Bruselas.
Como ciudadanos de la Unión Europea tendríamos que ver que nuestras instituciones, si se encuentran con un trilero que les cuela proyectos de cartón piedra y previsiones económicas más falsas que un billete de 300 euros, hagan públicamente algo.
Qué menos que en Bruselas sean conscientes de la trascendencia económica, política e institucional que tiene la cosa; y exijan un mínimo de rigor.
Primero, por respetar a los contribuyentes netos que van a pagar las enormes ayudas europeas. Segundo por hacer respetar a las instituciones europeas y hasta el prestigio profesional europeo de no transigir con chapuzas, chalaneos y cabildeos que erosionan el prestigio de la Unión. Tercero, pensando en los españoles. En la actual situación política, tras las elecciones madrileñas y sus muy amplias ondas expansivas, lo único que puede salvar al Gobierno de Sánchez es el dineral —144.000 millones— que va a llegar de Europa. Qué menos que en Bruselas sean conscientes de la trascendencia económica, política e institucional que tiene la cosa; y exijan un mínimo de rigor. Entiéndaseme bien. España necesita ese dinero y, por tanto, deseo que llegue, pero que llegue bien y que se gaste mejor. No vaya a parecer que en Europa se conforman con que nos peguen el tremendo hachazo fiscal que se avecina y ya todo el monte sea orégano para los políticos nacionales.
Cierto que aquí no entran agravios machistas a Von der Leyen, pero la capacidad de reaccionar enérgicamente a una ofensa tiene que ser ágil y limpia venga ésta desde donde venga. Esas maneras suntuosas, prudentes y semioscuras de funcionar en los pasillos del poder europeo no traen nada bueno, ni de fuera ni de dentro.