«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Urtasun: el cielo y las estrellas

20 de mayo de 2024

El pasado viernes, en el canal 24H, de TVE, Ernest Urtasun, ministro para la leyenda negra, se quejó de una dolorosa ausencia en el festival de Eurovisión: «No puede ser que la bandera europea no esté presente en un certamen, que al final es un certamen en el que participan todos los europeos». Es muy probable que Urtasun, al que no suponemos poco devoto de advocaciones marianas, ignore que la bandera que tanto extraña, fue un diseño del pintor francés Arsène Heitz, que describió así el proceso que le condujo a la confección de la enseña unionista: «Inspirado por Dios, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que destacaban las doce estrellas de la Inmaculada Concepción de Rue du Bac; de modo que la bandera europea es la bandera de la madre de Jesús que apareció en el cielo coronada de doce estrellas».

Sea como fuere, la nostalgia textil de Urtasun es perfectamente explicable más allá del revelado origen de la bandera europea. No en vano, el ministro descolonizador fue europarlamentario durante cuatro años, encuadrado en el Grupo de los Verdes/Alianza Libre Europea, facción en la que, sin duda, fortaleció su antitaurinismo. Aunque a Urtasun nunca le hemos escuchado esa grosería tan común en el mundo izquierdista, que afirma que «las banderas no se comen», lo cierto es que las propiedades nutritivas de los llamados «trapos de colores», difieren según las afinidades.

Por decirlo de otro modo, las banderas son menos trapos dependiendo de a qué causa representen, lo cual anula tan trapera simplificación. Véase, por ejemplo, el mimo con el que, dentro del mundo urtasuniano, se trata a la bandera de Palestina y el, por decirlo de un modo suave, desdén que recibe la bandera de España durante sus actos. En este último caso, la bandera europea sirve para tapar, al menos en apariencia, un debate tan viciado en su origen como omnipresente en la España que dicen multinivel.

España es una nación pródiga en enseñas debido, en gran medida, a la estructura autonómica que, en el desarrollo de la Constitución que los españoles nos hemos dado, persigue apariencias nacionales cuyo origen, así lo afirman sus propagandistas, se pierde en tiempos arcanos en algunos casos.

El europeísta Urtasun es uno de los heraldos de esa realidad tan imprecisa como, al parecer, indiscutible: el hecho de que España es un Estado plurinacional, aunque nunca se nos diga cuántas y cuáles son los nombres de unas naciones ensombrecidas por la bandera rojigualda que el ministro no parece echar de menos, por ejemplo, en muchos de los ayuntamientos de esa comunidad autónoma, con ínfulas nacionales, en la que vio sus primeras luces. Sobre tan extendidas ausencias, nada ha dicho, hasta la fecha, Urtasun, que comparte veneración por la bandera europea con los monoestelados secesionistas catalanes, tan bien acogidos en Europa, y a los que favorece siempre que puede.

Urtasun, el europeísta Urtasun, se revela así como una dócil herramienta de un batiburrillo ideológico que mezcla ingredientes negrolegendarios con todas esas cuotas marcadamente subjetivistas que combaten «las inercias de género o etnocéntricas» emanadas de los imperiales laboratorios yanquis en los que no hay espacio para la contradicción. Tampoco la hay en don Ernesto, Ministro de Cultura del Gobierno de España, tan incapaz de extrañar la bandera bajo la que desarrolla su ardua tarea, como de exigir la presencia de aquella a la que, según las encuestas, abraza casi el 90% de los españoles. Incluidos, se entiende, muchos habitantes de la Fachosfera.

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