La obra de Alan Moore, conocidísima tanto por su éxito como cómic como por su versión cinematográfica, ofrece la imagen de un Reino Unido dominado por una dictadura tipo 1984. El protagonista, que se disfraza de Guy Fawkes, el conspirador de la pólvora que quiso hacer saltar por los aires al parlamento británico en 1605, tiene frases dignas de ser recordadas. Una de ellas es «el pueblo no debería temer a sus gobernantes, al contrario, son los gobernantes los que deberían tenerle miedo al pueblo». Lamentablemente, en este mundo adocenado, hedonista, egoísta como pocas veces se ha visto en la historia, y en plena guerra mundial entre dos facciones claramente definidas, los partidarios de la libertad y los tiranos defensores del NOM, las voces que osan discrepar se enfrentan a una lucha muy dura a diario en la que incluso pueden perder su vida. Por vía de ejemplo, no hay más que recordar el recientísimo intento de asesinato del presidente Trump para entender que no hablamos de entelequias. Pero incluso en medio de los hierros retorcidos de lo que fuese la cultura occidental crecen flores de esperanza, véase lo sucedido en Venezuela donde a pesar de todos los pesares el pueblo dio un vibrante grito en contra del narco dictador Maduro y su satrapía, votando en masa por la candidatura libre de Edmundo González, avalado por la lideresa demócrata María Corinna Machado. El fraude que ha intentado perpetrar el dictador chavista ha sido tan chapucero y evidente que las masas han salido a las calles a defender los resultados reales y no los impuestos por esos nuevos tonton macutes del Sebim y sus sicarios. El entusiasmo popular los ha llevado —cosa insólita— a derribar estatuas erigidas en honor a Chávez y a Maduro. De nada le ha servido al asesino presidencial vetar la presencia de políticos demócratas que venían a ejercer como observadores imparciales o detener a periodistas como Cake Minuesa e intimidar a personas como el exdiputado de VOX Víctor González.
Resultados: en muchos lugares, policía y Guardia Nacional chavistas se niegan a disparar contra sus compatriotas e incluso algunos se unen a ellos. Dicen que el tirano ha huido del palacio de Miraflores. No lo creo. Esta calaña repugnante suele enviar hasta el último de sus sicarios para que con su sangre y la de su pueblo intenten evitar el cambio de régimen.
Tengo por claro que a Maduro, si Dios no lo remedia, no lo vamos a echar aunque la votación haya sido apabullantemente contraria al satanista que practica rituales negros en la residencia presidencial con la asistencia de algunos personajes bastante conocidos por estos pagos. A esta gentuza solo hay una manera de echarlos del poder y ya sabemos cual es. Pero mientras eso suceda, que ojalá no pase y todo se pueda arreglar de otro modo, no hay que aflojar ni un milímetro. Maduro es un gobernante ilegal que debe entregar el poder a quien ha ganado limpiamente las elecciones. ¿Se enteran, señor Zapatero y señor Monedero?