No se conoce en detalle el convenio matrimonial entre Jennifer López y Ben Affleck, pero sí un detalle. Una cláusula por la que él se obliga a mantener relaciones sexuales cuatro veces por semana. «¡Ven, Ben!», se podía llamar la cláusula. Es curioso que se dé por sentado que la ha puesto ella. Tratar de verle a todo esto la caballerosidad es buscar una aguja en un pajar (con perdón). ¿No parecería más galante —dentro de lo que cabe— sugerir que la cláusula la pone el caballero, para que cargue en su haber la pasión y en el de la dama la sospecha de un elegante desdén, una aristocrática frialdad o, al menos, un comprensible cansancio lánguido?
Sería mucho más sensata una crítica desde el tradicionalismo. Porque la doctrina conyugal de la Iglesia Católica sí hablaba (¿antes?) del débito conyugal
Se está criticando muchísimo desde el sentimentalismo extremo de nuestra sociedad. «¿Dónde queda el romanticismo?», claman en las televisiones. Sería mucho más sensata una crítica desde el tradicionalismo. Porque la doctrina conyugal de la Iglesia Católica sí hablaba (¿antes?) del débito conyugal. Y es que el romanticismo queda donde queda, y está bien que el matrimonio conlleve una conciencia de que la unión hace, digamos, la fuerza; y que los cónyuges han de echarse una mano (a la cintura). A las duras y a las maduras. Pero la Iglesia, con más sabiduría, usaba un concepto jurídico indeterminado, el susodicho débito, y no abría una tabla Excel, con varias hojas y el objetivo anual (208) fijado de antemano. La contabilidad es un potente antiafrodisíaco. No sé cómo lo ve Ben: ¿afectará a Affleck? El concepto jurídico indeterminado deja bastante más a la imaginación, al ten con ten y al sentido común; además, es paritario, de ida y vuelta.
Aunque yo querría pensar en otra cosa y escribir, no sé, de la inflación, no se me van de la cabeza los domingos por la tarde de Ben Affleck, teniendo que hacer la tarea pendiente de toda la semana a última hora, como los niños. Tanta vida de éxito y farándula para acabar con la histeria dominical de todas las casas, pero peor. Habiéndose hecho público el contrato, será difícil que a partir del jueves la gente que se cruce con Affleck en los bares y en las gasolineras no se interese por cómo lleva la semana, si va al día o no, ánimo, venga, chavalote, tú puedes. Hay parejas entre las que hay mucha química o, al menos, física. Entre Affleck y López va a haber mucha cuántica.
Un amigo prudente y resabiado me dice que probablemente sea una campaña publicitaria para que la opinión pública perciba a ambos como iconos sexuales. No sé qué opinará la pública. A mi opinión particular le costará no verlos como unos siervos de la gleba. Me entra una angustia creciente. ¿Qué pasará las semanas en las que uno de los dos viaje? ¿Esos números son recuperables, acumulables, negociables…? ¿Y a medida que pasen los años del feliz (les deseo) y monitorizado matrimonio cambiarán o no los objetivos de empresa? Mucho más bonito es lo que decía Agatha Christie: la ventaja de haberse casado con un arqueólogo es que, cuanto más envejecía ella, más atentamente la miraba él. Yo, en esa línea, le digo a mi mujer que no se queje de estar casada con un conservador recalcitrante cruzado de tradicionalista: los años aumentan exponencialmente su encanto y su legitimidad de ejercicio.
Ni siquiera los guapos, ricos y famosos son capaces de mantener la burbuja inestable del sentimentalismo ambiente
Lo de Jennifer López, viéndola desde nuestro celtiberismo indómito, parece innecesario. Pero sí que nos puede dejar algunas lecciones muy dignas de ser tenidas en cuenta. Ni siquiera los guapos, ricos y famosos son capaces de mantener la burbuja inestable del sentimentalismo ambiente que emana, precisamente, de las canciones y las películas con la que ellos se han hecho ricos y famosos y, tal vez, a base de retoques, guapos. A falta de los viejos ritos y las normas hondas, tienen que inventarse estrambóticos contratos y convenios que hacen lo que pueden. Que no será mucho. Pero algo sí pueden: hacernos reflexionar. Teníamos una sabiduría de siglos sobre lo que era un noviazgo, un matrimonio, una familia, una vida en comunidad. Lo que nos permitía organizarnos con bastantes posibilidades de ser felices y con la seguridad de ser dignos y discretos; y se está abandonando.
La gente entonces se tiene que buscar otros asideros, pero los improvisa, y les salen unas cosas rarísimas, que no sirven de mucho. Porque, no nos engañemos, este convenio, si son felices, no va a servir de nada. Y si son infelices, de menos.