«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Vencer o morir

7 de marzo de 2023

«Hombres nuevos, oscuros, jóvenes la mayor parte; elegidos por vía de sufragio restringido y censitario; surgidos de esa burguesía instruida y numerosa que se había desarrollado gracias a la prosperidad que había vivido Francia el último siglo». Así es como el historiador Jacques Bainville describe a los miembros de la Asamblea Constituyente. Los mismos que habían oído decir al abate Sieyès en 1789 que no eran nada. Sin embargo, dos años después su pretensión era serlo «todo» y ello pasaba por hacerse con el poder.

El tiers état de los leguleyos y periodistas olvidó las justificaciones morales. Ya no consideraba tener derecho a participar de la vieja política, quería ser la nueva. Para ello debían derrocar a la monarquía, desligarla de su vínculo milenario con Francia a través de un proceso disolvente. Del pasado se haría tabla rasa, y así fue. La revolución no escatimó en sangre y odio a la fe católica. Aquello supuso una conmoción tan violenta que todavía hoy queda algo de aturdimiento en la Galia. Quizá porque «la República no fue creada con leyes y discursos, sino por el acero y el fuego» (Bainville).

Podría señalarse la conflictiva política exterior revolucionaria, fruto del mesianismo que anidaba en las ideas del nuevo régimen, como el detonante que hizo estallar la llamada «guerra de Vandea». Ésta comenzó en 1793, se prolongó durante tres años y tuvo lugar dentro del área occidental que separa las ciudades de Granville y Fontenay le Comte. El ajusticiamiento de Luis XVI, la evocada conscripción obligatoria para combatir al extranjero y el deseo de preservar la fe de sus mayores fueron los motivos que llevaron al campesinado de la zona, hasta entonces pacífico, a la rebelión. La necesidad de jefes militares hizo que labriegos y pequeños artesanos se presentaran ante la aristocracia local y la pusieran en un brete. La pequeña nobleza vandeana, retirada en sus dominios, no contaba con liderar un ejército campesino y sin experiencia militar para luchar contra la naciente República. Pero lo hizo.

A partir de aquí comienza una aventura épica digna de ser llevada al cine, como así ha sido. La película se titula «Vencer o morir» (2022) y es el actor Hugo Becker quien encarna en pantalla a uno de los líderes carismáticos de la contrarrevolución, François de Charette. Las hazañas del heroico oficial de la Marina Real, entiendo que extraídas de la biografía novelada escrita por Philippe de Villiers sobre el personaje (2012), será lo que nos proponga este drama histórico que se estrenará próximamente en España (Bosco films).

Como el dinero no huele, StudioCanal (Canal+) ha apostado por la cinta y parece no haberse equivocado. Con un apretado presupuesto de cinco millones de euros, a finales del mes pasado la película ya había llegado a las 300.000 entradas en Francia y todavía tiene recorrido, dentro y fuera de sus fronteras. El otro productor es el grupo «Puy du Fou», estrechamente ligado a la familia De Villiers y a los parques temáticos del mismo nombre.

«Vencer o Morir», una especie de Braveheart del Atlántico Sur, ha hecho dar un respingo a Le Monde, que tiene la película por «tendenciosa» (razón suficiente para ir a verla), y al diario pro-pederastia Libération. Ambos periodicazos, y debe insistirse en la parte del «cazo», de ponerlo, son los faros del pensamiento bohemio-burgués parisino. Desde su atalaya moral, patalean contra una película donde la valentía, el sacrificio y la creencia en algo más grande que uno mismo constituyeron la identidad de aquellos hombres sencillos.

Este drama no gustará a los que idolatran el mito fundador de la modernidad. Tampoco a los que vean en él un instrumento de la «derecha identitaria» para la «guerra cultural» y consideren que los vandeanos, excesivamente «ultracatólicos», debieran haberse rebelado moderadamente. Es decir, no haberse rebelado en absoluto. Por último, ni que decir tiene, será detestado por aquellos obsesionados con el peligro «cristofascista» (término de moda) o reaccionario, la nostalgia, el revisionismo y los hombres «cis» blancos. 

«Vencer o morir» no tiene por misión desvelar toda la profundidad del conflicto que enfrentó a «azules» y vandeanos. Sin embargo, dará a conocer algo más la existencia y el sacrificio de esa «raza rebelde» (Barère) que fue cruelmente exterminada en nombre de la libertad. 

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