Mientras los horrores provocados por el Estado Islámico en Oriente Medio siguen su sangriento curso, Estados Unidos y el resto de sus aliados pueden cometer un error estratégico de primera magnitud que, lejos de ayudar a combatir eficazmente el extremismo en la región, supondría el riesgo de empeorar la situación. Aunque el manido dicho de que el enemigo de tu enemigo es tu amigo funciona en ocasiones, hay otras en las que representa una trampa mortal. El establecimiento de una colaboración táctica con la teocracia iraní con el fin de enfrentarse con éxito al Estado Islámico, sería uno de estos casos y debe ser evitado a toda costa.
La aparición del fundamentalismo islámico se inició el pasado siglo con la llegada al poder de Jomeini en Irán en 1979. Desde entonces, el régimen inicuo que impone su brutal poder en Teherán ha fomentado el terrorismo en Líbano, en Palestina, en Irak, en Siria y en otros puntos del planeta, ha tiranizado a su propio pueblo y se encuentra empeñado en disponer de armas nucleares. El alivio de la presión sobre los ayatolás iraníes para que contribuyan al esfuerzo de neutralizar al Estado Islámico les daría un respiro en momentos difíciles para ellos, fortaleciendo así a la peor amenaza contra la paz y la estabilidad mundiales. Actualmente, la cúpula de la dictadura iraní se tambalea bajo la acción conjunta de cuatro graves dificultades: la proximidad de la fecha del 24 de noviembre, límite para cerrar un acuerdo sobre el cese de sus actividades en el campo nuclear, el progresivo deterioro de la situación económica interna, con niveles de desempleo y de inflación alarmantes, el descabalgamiento de su puesto de primer ministro de su fiel aliado en Bagdad, Nour-el-Maliki, y el creciente descontento de sus ciudadanos ante la ola desatada de ejecuciones sumarias, torturas y violaciones flagrantes de los derechos humanos con las que el Líder Supremo Jameini, el presidente supuestamente moderado Rohani y sus acólitos castigan a disidentes políticos, jóvenes que intentan vivir libremente o infractores de su rígida e inhumana ley coránica. En relación al tema nuclear, si se ven obligados a renunciar a su objetivo de dotarse de capacidad ofensiva, su desprestigio ante la población acelerará su caída y si persisten en ello la comunidad internacional redoblará sus sanciones, con el consiguiente deterioro de las condiciones de vida de la gente y su previsible reacción airada. Por consiguiente, lejos de facilitar las cosas a los tiranos que oprimen Irán, hay que incrementar las exigencias y la crítica frente a su inicuo proceder.
Una alianza, incluso si es sólo temporal, con los ayatolás, les abrirá la puerta para ocupar definitivamente grandes porciones de territorio en Irak, Siria y Yemen, donde sus agentes de la Guardia Revolucionaria se hallan ya infiltrados. El mejor camino para acabar con la ofensiva fundamentalista es mantener al régimen iraní sometido a un severo cerco en los ámbitos nuclear y de respeto a los derechos humanos, apoyar a la oposición democrática tanto interna como en el exilio, y muy especialmente, al Consejo Nacional de la Resistencia de Irán, transferir a países democráticos seguros a los refugiados en el Campo Liberty en Irak, ahora sujetos a un trato insoportable y expuestos a ser masacrados, y acentuar el combate sobre el terreno con el Estado Islámico. Ojalá el Departamento de Estado norteamericano comprenda por fin donde está el auténtico peligro y opere en consecuencia.