Ayer, 20-N, en la Facultad de Derecho de la Complutense de Madrid, celebraron la ya tradicional caza al facha, que consiste en identificar, cercar y agredir hasta hospitalizar a los estudiantes que forman parte de las asociaciones universitarias de derechas, o a cualquiera que –a juicio de la camada antifascista– tenga un sospechoso aspecto conservador, o incluso liberal.
La costumbre puede recordar a la cacería del zorro en la campiña inglesa, al menos en cuanto a proporción, aproximadamente doscientos a uno, pero aquí la estética y la forma es muy diferente, más cainita y poligonera: los agresores van embozados como bandidos futboleros, mitad tribu urbana, mitad grupo de debate universitario, y desarrollan los comportamientos gregarios propios de la checa, como réplicas atenuadas de la Brigada del Amanecer. En conjunto pueden parecer una especie de bastardillos clonados de Agapito García Atadell, sólo fanfarrones y violentos cuando se amparan en la masa, pero sucede que demasiado a menudo encuentran amparo y hasta impunidad, y se sospecha que ayer estaban celebrando la amnistía diferida a ETA y Grapo, y por eso andaban aún más envalentonados que de costumbre.
No se sabe todavía cual es la rama de la familia –siempre endogámica– que ha perpetrado este último ataque cobardón de la izquierda universitaria. Pueden haber sido comunistas adoradores de Maduro, leninistas de toda la vida, anarcas del Rayo Vallecano, estudiantes aventajados de la clase de Pablo Iglesias o simples antifas, sin apellidos, una denominación que les es muy querida porque les sirve de excusa mediática para toda su violencia. Con el letrero del antifascismo se han ganado el trato siempre amistoso de la prensa progre, que les trata más o menos como a sus exaltados chicos de la gasolina, un poco revoltosos, pero buena gente. Podría venir al caso la repetidísima profecía de W. Churchill, de que los fascistas del futuro –o sea, nuestro presente– habrían de autodenominarse antifascistas. Pero aunque la frase es brillante, lo cierto es que la izquierda radical, para asemejarse al fascismo, lo primero que tendría que hacer es rebajar su capacidad de violencia contra el indefenso, de la que siempre anduvo muy sobrada.
Tiene, por otro lado, su parte de guasa macabra el hecho de que el rector de la universidad –el encargado del Orden Público en el Campus– se llame Carrillo. Así que cuando los energúmenos de ayer gritaban lo de “a por ellos como en Paracuellos” en realidad, más que un eslogan, estaban coreando toda una descripción histórica del momento.