«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

Virtudes y defectos de los españoles

3 de junio de 2023

Quizá, el defecto más llamativo de los españoles es la resistencia a la operación mental de generalizar. Se trata de la disposición contraria al menester científico, a las consideraciones abstractas o teóricas. Para compensar tal manquedad de mi tribu, lo que sigue es un ejercicio de generalización. Ya sé, no conozco a todos los españoles, pero he tratado a unos cuantos, de todas las camadas, y no hay que ser César para entender a César.

Hay virtudes que se ponen de moda; por ejemplo, la «empatía». Equivale a la capacidad de colocarse, mentalmente, en el lugar del otro, del prójimo. Parece ser que los españoles no se distinguen por esa apreciada capacidad. No lo discuto, pero entiendo que debe destacarse una virtud previa y más dificultosa. Es lo que podríamos llamar «egoísmo primordial» o «somatognosia»; esto es, la capacidad para percatarse del lugar que uno ocupa en el círculo de las personas cercanas. Aunque pueda parecer extraño, el conocimiento de uno mismo (una operación socrática) no es tarea fácil; más aún en una sociedad como la española, proclive a la continua extraversión, a los disfraces, al disimulo. Una consecuencia inmediata de tales conductas es que el español típico se muestra poco dispuesto a reconocer su sentido de culpa cuando hay una razón objetiva para ello. De lo cual se derivan fenómenos sociales tan característicos como la corrupción política o el aprecio por situaciones de «suma cero». Esas últimas son las que van con los deportes de competición o de los juegos de azar en los que, si uno gana, el otro pierde. Lejos queda su alternativa: las situaciones en las que ambos bandos pueden ganar o perder. Corresponden a la actividad empresarial o científica, donde los riesgos son constantes.

En la vida española, una virtud muy apreciada es la querencia por la «igualdad». No debe confundirse con la «igualación», la que tanto aprecian los políticos de la izquierda, precisamente por ser un objetivo utópico. Todo es cuestión de grado, de mesura. No es posible una sociedad en la que todos sean iguales. Basta con que distingamos la «igualdad de oportunidades» para unas u otros individuos, atendiendo a sus méritos y capacidades. Solo, así nos aproximaremos a la equidad de resultados. En la vida pública española, nos encontramos muy lejos de tales exquisiteces. En lugar de la «igualdad», se ofrece su caricatura de la «igualación» desde arriba. Es el caso, por ejemplo, de quienes imponen la «paridad» de cuotas por sexo en los cargos directivos, públicos y privados. No digamos si el criterio de cuotas se extendiera a otros elementos adscriptivos (los que no se pueden cambiar), como la edad, la etnia o la lengua familiar.

Otra aplicación política de la igualación es lo que se llama «redistribución de rentas», con parecido tono utópico. En la práctica, se traduce en un aumento de los impuestos de todo tipo (incluidas las multas), por un lado, y de subvenciones y ayudas desde el Gobierno, como una especie de compensación. El objetivo latente no es tanto favorecer a «los más vulnerables» como asegurar la permanencia en el poder de los que mandan. Los cuales hacen muy poco por promover el auténtico camino de la igualdad, al desentenderse de que los empleos y los estudios sean más productivos.

Todo lo anterior no se plantea bien si no es por la cualidad de muchos españoles de ser sumisos al poder establecido. Es una apreciación que parece ir en contra de los testimonios históricos o literarios de un pueblo rebelde o levantisco. Empero, la realidad actual se impone. No hay más que ver la fidelidad de los grandes sindicatos respecto a las directrices o deseos del Gobierno. Es una paradójica herencia de los «sindicatos verticales» del franquismo, curiosa interpretación de la llamada «memoria histórica». La rebeldía se confunde con la práctica cotidiana de que los grupos de presión actúen para asegurar sus intereses particulares.

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