«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

‘Vive tu sexualidad’

16 de octubre de 2015

Si el pasado 7 de octubre era la presidenta “popular” de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, el exponente de un gobierno intervencionista, manifestando su buena disposición a la apertura de la reproducción asistida para todas las mujeres, por considerarlo un derecho que debería estar incluido en los servicios del Ministerio, ahora es el socialista Juan Espadas, alcalde de Sevilla, quien contribuye a potenciar la bioideología de la salud, facilitando lubricantes para uso vaginal y anal a los alumnos de secundaria con el fin de completar el lote de preservativos que dos años antes su predecesor en el cargo, Juan Ignacio Zoido, facilitó con generosidad a los centros de enseñanza pública.

Puede notarse la estúpida paradoja de semejantes políticas totalitarias. En el segundo caso, se quiere evitar el embarazo, considerado como un mal, practicando el hedonismo de “disfrutar de las relaciones eróticas”, de garantizar la calidad en las relaciones, de  “establecer relaciones amorosas y afectivas de buen trato” con la dádiva del lubricante. Es l’esprit du bien-être descrito por Tocqueville, el intento de liberar la naturaleza de tabúes. Pero, por otra parte, el caso de Cifuentes considera también como un mal la imposibilidad de satisfacer el deseo de tener hijos, de ahí que reconozca la reproducción asistida como un derecho que debe ser atendido por los servicios públicos. De esta manera, bajo la influencia de la biopolítica, se desfiguran los fines propios de la política.

Apoyados en el mito de “la calidad de vida” y “el aumento de nivel de salud”, la retórica totalitaria del derecho a la libre elección y la dignidad, los legisladores que identifican social y moral se pliegan a los deseos de la biopolítica. Puesto que no existe la naturaleza humana, todo depende de la voluntad de poder. El Estado moderno se encarga de conducirme por la senda del bienestar de mi cuerpo, me advierte de la relación que debo tener con él, del modo de cuidarlo, de responder como conviene a sus necesidades, deseos y exigencias, con el fin de que pueda “vivir mi sexualidad”, como reza el diseño del lubrificante. Ni siquiera existe ya la eventualidad de Bartleby, protagonista de un cuento de Mellville, autor de Moby Dick, quien se niega sistemáticamente a la acción de poder que ejercen sobre él con la frase “preferiría no hacerlo”, como sucede cuando la gobernabilidad política pervierte sus propios fines.

Michel Foucault hablaba en El sujeto y el poder de la lucha que predomina en las sociedades actuales, esas en que los sujetos combaten todo aquello que los ata a sí mismos y somete a los otros, una rebelión abierta donde se rechaza lo que él consideraba como una forma de subjetividad impuesta a los sujetos, aspirando a la producción de un tipo distinto de experiencia, un tipo de subjetividad diferente. ¿No estamos ahora más bien enzarzados en una lucha contra políticas totalitarias y globalizantes, contra técnicas de homogenización masivas que convierten meros caprichos y deseos en conductas sanas y normales, modificando lo natural mediante la imposición cultural y reivindicando desde la propia intolerancia el reconocimiento de diferencias que tienen como principal objetivo destruir la familia? ¿Nos dejará el poder político, en fin, medirnos con la verdad sobre nosotros mismos desde un lugar ético distinto del propio poder político?

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