Está la progresía enfadadísima, y no me extraña.
Le salen, últimamente, algunas cosas mal y ella, subida a su púlpito de lo moral y políticamente correcto, a esa atalaya desde la que mirar con insoportable displicencia a quienes seguimos obstinados en no comulgar con sus ruedas de molino… ella, decimos, se enfada.
Nos mira con la misma cara de paciencia que ponen los adolescentes en plena edad del pavo cuando se les lleva la contraria y ellos, todopoderosos en su osada y tierna ignorancia, levantan las cejas y entreabren la boca para hacer evidente ese ‘es que no te enteras’ que te están diciendo sin decir.
Pues así tenemos a la progresía, que ha pasado un mal domingo noche —o lunes mañana, según horarios— con lo de Hungría. A toro pasado son aún más divertidas las crónicas previas al cierre de las urnas. Detengámonos en una (sin nombre, eso sí, que luego que si me señalas…) vista y oída a mediodía de la jornada electoral: “Hungría decide si mantiene el estilo de Gobierno autoritario o si elige a una oposición que prefiere reinstalar los valores europeos (…) Orbán lleva 12 años en el poder en los que ha llevado a su país a un régimen autoritario, ultraconservador y con continuos ataques a los derechos LGTBI”.
Esta progresía enfadada con ‘el ignorante pueblo’ que vota a VOX se hizo carne hace unos días en el Congreso en la persona de Gabriel Rufián
Y va Orbán y, no sólo gana las elecciones contra toda la oposición unida, sino que aumenta su presencia en el Parlamento. Maaaaaal, húngaros, maaaaaaal. Os habíamos dicho que Orbán, malo.
Les pasó lo mismo con el Brexit, hace ya unos años, y todavía están los progres tratando de recuperarse del disgusto de que el pueblo no respetase la sentencia escrita con ríos de tinta en editoriales de prensa y radiada hasta la saciedad por emisoras y televisiones.
No soportan que ‘el pueblo’ no piense como ellos. En realidad, no soportan que ‘el pueblo’ piense. Salvo si es para darles la razón o las audiencias, tipo Sálvame y esas cosas.
Y esta progresía enfadada con ‘el ignorante pueblo’ se hizo carne hace unos días en el Congreso en la persona de Gabriel Rufián. Rufián, que se dedica en los últimos tiempos a abroncar a los obreros por votar a VOX [‘¡vótenme bien, hombre ya, que parecen tontos!’], ironizó desde la tribuna a cuenta de la filosofía —y su desaparición de hecho del currículum de la ESO—. “Lo que sé es que la filosofía se ha impartido mal en el pasado, porque si se hubiese instruido a la gente en filosofía, ustedes no tendrían cuatro millones de votantes”, dijo a Abascal.
Ahí lo tienen, cuatro millones de tontos que nos saltábamos las clases de filosofía o jugábamos al ahorcado en lugar de atender al profesor. Y, claro, con ese alumnado, no hay quien pastoree a gusto.
Con la esperanza de que el justificado paro de los transportistas no haya dejado sin sal de fruta Eno (ideal para el ardor de estómago), las despensas del consenso centrado y dialogado, un secretillo para los amantes de la disciplina: nada mejor, para esto de dirigir acciones, que simular que uno quiere lo contrario de lo que quiere. Yo lo hago con mi perra, y funciona. Vosotros seguid diciendo al ‘pueblo’ que vota mal, que ya veréis, ya.