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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Vox, el voto rebelde

17 de mayo de 2022

El voto a Vox, denominado por tantos sesudos y progres analistas como el voto del tercer o cuarto gintonic, el voto cabreado, el voto radicalizado, el voto de castigo o el voto del desencanto, se ha convertido tal y como avala el paso del tiempo y la rápida implantación en todas las regiones españolas en un voto convencido, con ideas propias y distintas al voto del Partido Popular

Las diferencias entre ambos partidos son evidentes. Vox considera fracasado el sistema autonómico, abomina de la Ley Integral de Violencia de Género y la Ley de Memoria Histórica y es el único partido que ha sacado a la palestra de nuevo el debate sobre el aborto que había sido desterrado de la política y la sociedad. El Partido Popular navega, de forma muy lícita, a favor de la corriente con su decisión de abdicar de la defensa de las ideas y de la llamada batalla cultural. No será porque no ha tenido oportunidades, pero cada uno elige su modo de estar en política y en la vida y también ha ser consciente de la responsabilidades que adquiere con su comportamiento. Por si había alguna duda al respecto, Elías Bendodo acudió presto a despejarla con su Estado plurinacional. Las nuevas promesas del PP es lo que tienen, que traen consigo sorpresas inesperadas.

Es lógico que millones de españoles —de izquierdas y de derechas— entiendan ahora la realidad política española de una manera muy distinta a cómo lo hacían hace diez o quince años

En este sentido, el voto de Vox es un voto rebelde, pero no radicalizado. No sólo es rebelde, es también atrevido y para muchos es incluso provocador, porque en estos tiempos decir NO a determinadas cosas requiere valor y audacia. Las preguntas pertinentes que  deben hacerse son: ¿quién se ha radicalizado? ¿Quién es capaz de hacer frente al cúmulo de errores en los que pretende perseverar el bipartidismo? ¿Acaso podemos ver la realidad española de la misma forma ahora que hace diez, veinte o treinta años? 

Estas cuatro décadas de modelo autonómico, y más después del golpe al Estado de 2017, “han puesto de manifestación” -permítanme un homenaje al entrañable ministro de Consumo, Alberto Garzón- la existencia de redes clientelares en las distintas comunidades, la falta de cohesión nacional, los privilegios de unos ciudadanos sobre otros por razón de su lugar de nacimiento y el despilfarro brutal sin pies ni cabeza destinado en la mayoría de las ocasiones a crear pequeños miniestados. Es lógico que millones de españoles -de izquierdas y de derechas- entiendan ahora la realidad política española de una manera muy distinta a cómo lo hacían hace diez o quince años y consideren que es necesario afrontarla con soluciones adecuadas a los nuevos tiempos. 

Hace ya mucho que el voto de Vox dejó de ser un voto visceral […] para ser un voto de ideas legítimas

Resulta paradójico que un partido que forma parte del Gobierno del Reino de España defienda la república y el derecho a decidir de los llamados pueblos del Estado español —es decir, su desintegración— y que no se pueda opinar, por ejemplo, que el régimen autonómico ha sido un enorme fiasco sin que te señalen como fascista y peligro para la democracia. O, por ejemplo, que no aceptar el descabellado rodillo ideológico de género que no comparten ni las más clásicas feministas te convierta en un furibundo reaccionario radical. 

Hace ya mucho que el voto de Vox dejó de ser un voto visceral fruto más de las emociones que de la racionalidad para ser un voto de ideas que se podrán compartir o no, faltaría más, pero que son tan legítimas como las de cualquier otro partido democrático. Y cuando digo democrático no me estoy refiriendo a los socios del Gobierno, ni siquiera al propio Gobierno que está desmantelando de forma sistemática y perfectamente diseñada el Estado de Derecho. 

Lo que conviene no olvidar es que ser un partido distinto no lo hace incompatible con el necesario entendimiento con el Partido Popular para sacar a la extrema izquierda desintegradora del poder, tal y como ha demostrado. Los partidos no son un fin en sí mismos, en contra de lo que pueda parecer, sino la herramienta necesaria para hacer una sociedad y una España próspera y libre. 

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