Vaya por delante que no es mi intención herir la sensibilidad de los múltiples expertos que, gracias a Dios, emergen en España para cada crisis. Lejos de mi voluntad ridiculizar a la legión de voces que saltan de un tema a otro cual saltamontes del intelecto. No es ese mi propósito.
No obstante, si me veo en la obligación de recordar que el juicio de los expertos se ha vuelto tan nublado como el de cualquier mortal y que sus predicciones resultan tan erróneas como la de cualquier otro. No es ninguna novedad. Hacer predicciones, como decía el jugador de béisbol americano Yogi Berra, es muy difícil, “particularmente sobre el futuro”.
Es más, se equivocan los de derecha como los de izquierdas, los pesimistas y apocalípticos como los optimistas y paradisiacos. Por ejemplo, Norman Angell publicó su “Gran Ilusión” en 1911, convencido de que el final de las guerras había llegado. Para ver destrozadas sus tesis 3 años después con el estallido de la letal I Guerra Mundial; en 1968, el afamado profesor de Stanford, Paul Ehrlich, escribió su “La bomba de la Población”, en donde veía el fin de la humanidad por hambrunas sucesivas al ser incapaz la agricultura de contentar el apetito de los entonces 3.551 millones de seres que habitábamos el planeta y si n embargo buena parte de los casi 8 mil de hoy, estamos obesos; igualmente, el discutido Nobel de economía Paul Krugman veía el apocalipsis económico en Asia en 2008 si no se adoptaban medidas de control monetario, que no se tomaron, y Asia salió de la crisis y su economía floreció a pesar de hacer lo contrario a lo que decía; por último, el gran maestro de la estrategia, Herman Kahn, publicaba en 1969 su “El Año 2000”, en el que veía lunas artificiales para iluminar la noche en nuestro planeta de manera limpia o colonias submarinas, entre otras muchos progresos. Pero no.
El actual tribalismo epistemológico, según el cual sólo los míos son el verdadero camino […] ha degenerado en que la verdad no exista más
Si aventurar positivamente lo que va a suceder está plagado de grandes errores y mayores vergüenzas, tampoco los expertos han sabido ver lo que no iba a pasar. Por ejemplo, cientos de millones de euros se fueron a protegerse del llamado “efecto 2000”, aquel día en el que los ordenadores del mundo iban a volverse locos, y nada sucedió. Buen o sí, que Bin Laden sorprendió a todos unos meses más tarde. Aquí, sin ir más lejos, en enero de 2020 el Gobierno de Sánchez declaró oficialmente la emergencia climática, para olvidarse del clima y tener que declarar la emergencia sanitaria del Covid semanas después. Y así con todo.
En suma, el futuro siempre ha sido una incógnita, lo es todavía y lo seguirá siendo mañana. Los vulcanólogos no se ponen de acuerdo sobre cuándo la lava del Volcán de La Palma llegará al mar, como los virólogos no saben ni cuando ni como acabará esta pandemia. Más allá de las típicas generalidades y platitudes.
Lo que sí es nuevo, no obstante, es que los expertos se han ido quedando progresivamente desnudos de su manto de objetividad e independencia. La pandemia ha dejado claro que sus juicios responden a intereses políticos o/y económicos, no necesariamente a la verdad. El actual tribalismo epistemológico, según el cual sólo los míos son el verdadero camino, verdad y la vida y fuera de ellos no hay nada, ha degenerado en que la verdad no exista más. Sólo se reconoce “mi verdad”, la de mi tribu. Los medios, cada día más prisioneros del poder, sólo han reforzado esa tendencia.
Ahí fuera hay un creciente sentimiento de que ya no se puede con más locuras y estupideces. Es la hora de aprovecharlo
El problema es que las personales normales, según nos cuenta la psicología, llevan mal la incertidumbre y se aferran a lo que los líderes de opinión dicen cual si fueran oráculos de Delfos. La política, que es, por desgracia, la eficaz gestión de la mentira, es la que sale más favorecida de la actual confusión informativa. Así, pedro Sánchez no visita La Palma para interesarse por las víctimas de la erupción, sino que va “a apagar al volcán”. Y la renovación del PP que tenia en mente Pablo Casado consistía secretamente en volver a lo y los de siempre. Bueno ya no tan secretamente.
Históricamente, dos verdades han sido siempre contrapuestas y han mal convivido: la de las elites y sus expertos y la del sentimiento común de la gente, del pueblo. La verdad de nuestros actuales líderes cada día está mas alejada del sentido común de la ciudadanía: del no dejaremos nadie atrás, al “refugees welcome” o el paraíso que han creado para los okupas. Cada día viven más alejados de la realidad del común de los mortales, parapetados en sus coches oficiales y sus sueldos del dinero que el Estado nos confisca. No por otra cosa ven en el populismo su particular guillotina (simbólicamente hablando, que todo hay que aclararlo estos días). Ahí queda la inauguración de la convención del PP donde el foco de los ataques ha sido, cómo no, Vox y no el izquierdismo revolucionario de Sánchez y sus socios.
Ante Vox se abren dos opciones: contentarse con la institucionalización del partido o volver a ser lo que le empujó en sus comienzos, ser un movimiento más allá de las estructuras de partido. Ahí fuera hay un creciente sentimiento de que ya no se puede con más locuras y estupideces. Es la hora de aprovecharlo. Porque, aunque nos lo nieguen, para los españoles de bien sí existe una verdad, objetiva y moral, que nos permite rechazar el mal y defender el bien. No escuchen a los expertos, sino a sí mismos.