«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""

El zulo

23 de marzo de 2014
Cuando desperté estaba en una sala grande y oscura. No veía nada y me asusté pensando que me hubiese quedado ciega. Forcé la vista, acostumbré los ojos y pude distinguir el perfil de mis manos. Veía. Me había incorporado desde un colchón tirado en el suelo. Hice la prueba y pude ponerme en pie. Atada no estaba, pero no sabía que demonios había ocurrido.

No entendía nada. Me esforcé en recordar y me llegaban imágenes desordenadas, como en una mañana de resaca. Recapitulando, fui a coger el coche en el garaje, el de al lado del edificio de oficinas donde trabajaba. No noté nada raro, creo. Dejé el porta documentos en el asiento de atrás, con mi chaqueta perfectamente doblada -no la llevaba puesta, me dio frío la certeza-. Fui a sentarme, las llaves las tenía en la mano, iba pensando en parar a comprar algunas cosas, camino de casa. No recuerdo nada más.

Noté movimiento y me quedé muy quieta, agudicé el oído todo lo que pude y musité un «Hola» cargado de interrogantes. No había ninguna luz fuera. Aún no había localizado ni una puerta, ni siquiera una ventana. Una voz de hombre me contestó, pero no al otro lado como me esperaba. Estaba cerca de mí. Me puse en tensión. «No se asuste», me dijo. «quise ayudarla y me han traído con usted. Me llamo McGyver y vamos a salir de aquí».

A ver, este tipo que me habla dice que vamos a escaparnos de este zulo, no ha sido capaz de librarme de llegar aquí, ni de salvarse él mismo, pero tiene claro que sabe cómo hacerlo ahora. La verdad, no me lo creo, pero también es cierto que es mi única opción, así que es mejor que colabore. Me está hablando pero no le presto atención, le pido que repita y me hace un resumen. Una sola puerta, no hay luz y no hay nada que pueda ayudarnos, sólo tenemos el colchón.

Me sorprendo, un colchón nada más. La cosa se pone difícil y además parece ser que he dormido con un extraño. Un tipo que además me está preguntando qué cosas llevo encima. No quiero perder los nervios, pero estoy a muy poco de hacerlo. Me entra una risa histérica en la que no me reconozco y él sigue seriamente pidiendo que haga recopilación de mis posesiones.

Por lo visto tenemos una navaja que ha sacado de su bota, mi ropa -interior incluida-, un colchón, un paquete de chicles y unas monedas. Me dijo que no había problema y se le notaba la alegría en la voz. Este señor es muy extraño. Rompió el colchón, tensó un par de muelles, me pidió mi sujetador y que masticara todos los chicles, se quitó los cordones de sus botas. Fuimos junto a la puerta y tras modelar el chicle que previamente yo había masticado, oí el clic que nos avisaba de que por fin la puerta estaba abierta. Increíble. La luz nos cegó pero hubo que reponerse con prisa, todavía teníamos que abandonar el edificio. Me giré para verle y me sonrió. Parece ser que de esta aventura, va a salvarme McGyver.

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