«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
El Papa santo recorrió casi la totalidad de la geografía nacional

Veinte años sin Juan Pablo II: sus cinco viajes a la «tierra de María»

San Juan Pablo II, ante la Virgen de Covadonga. Redes sociales

Este 2 de abril se cumplen veinte años de la muerte de san Juan Pablo II, el Papa santo, que vino a España en viajes apostólicos en cinco ocasiones. El primero tuvo lugar del 31 de octubre al 9 de noviembre de 1982. Aquella vez fue desde Madrid a Santiago de Compostela pasando por Alba de Tormes, Guadalupe, Javier, Montserrat, Barcelona, Valencia… recorrió casi la totalidad de la geografía española.

En Ávila, «una ciudad célebre por sus murallas y torres, por sus iglesias y monasterios, que con su complejo arquitectónico evoca plásticamente ese castillo interior y luminoso que es el alma del justo, en cuyo centro Dios tiene su morada», en la misa en el IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, señaló que la La Santa invitó «a la amistad con Cristo, ha abierto nuevas sendas de fidelidad y servicio a la Santa Madre Iglesia». En Madrid, en el estadio Santiago Bernabéu, tuvo un mensaje para los jóvenes: «El mal es una realidad. Superarlo en el bien es una gran empresa. Brotará de nuevo con la debilidad del hombre pero no hay que asustarse. La gracia de Cristo y sus sacramentos están a nuestra disposición. Mientras marchemos por el sendero transformador de las bienaventuranzas, estamos venciendo el mal; estamos convirtiendo las tinieblas en luz».

San Juan Pablo II reza a la Virgen del Pilar. Fotografía de archivo

En su viaje declaró su admiración, según las crónicas, por la gesta del Alcázar de Toledo, ciudad que visitó, y comentó que en su país seguían cada día lo que pasaba. «Rezábamos para que fueran liberados los que estaban sitiados. Fue un hecho heroico». En Sevilla beatificó a sor Ángela de la Cruz y elogió la religiosidad popular: «Todo el mundo admira las hermosas expresiones piadosas o festivas que el pueblo andaluz».

En Zaragoza dirigió el rezo del Rosario: «Vengo como primer Papa peregrino al Pilar, como signo de la Iglesia peregrina de todo el mundo, a ponerme bajo la protección de nuestra Madre, a alentaros en vuestro arraigado amor mariano, a dar gracias a Dios por la presencia singular de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia en tierras españolas y a depositar en sus manos y en su corazón el presente y futuro de vuestra nación y de la Iglesia en España. El Pilar y su tradición evocan para vosotros los primeros pasos de la evangelización de España. En Santiago de Compostela recordó la identidad cristiana de Europa y «el culto que se da a la Madre de Dios en los numerosos santuarios (…), desde Fátima a Ostra Brama, de Lourdes y Loreto a Częstochowa, le pido que acoja las plegarias de tantos corazones, para que el bien continúe siendo una gozosa realidad en Europa y Cristo tenga siempre unido nuestro continente a Dios».

San Juan Pablo II, en Santiago de Compostela. Fotografía de archivo

El segundo viaje se llevó a cabo el 10 de octubre de 1984, como escala de su viaje a Iberoamérica. En Zaragoza rezó a la Virgen del Pilar: «Desde este lugar sagrado alienta a los mensajeros del Evangelio, conforta a sus familiares y acompaña maternalmente nuestro camino hacia el Padre, con Cristo, en el Espíritu Santo». «Decir España, es decir María. Es decir el Pilar, Covadonga, Aránzazu, Montserrat, Ujué, el Camino, Valvanera, Guadalupe, la Almudena, los Desamparados, Lluch, la Fuensanta, las Angustias, los Reyes, el Rocío, la Candelaria, el Pino», manifestó en la homilía en la Avenida de los Pirineos.

Entre el 19 y el 21 de agosto de 1989 viajó a España por tercera vez. Lo hizo como peregrino. En el Monte del Gozo de Santiago de Compostela presidió la IV Jornada Mundial de la Juventud. Rezo ante la tumba del Apóstol. Se desplazó a Asturias y rezó ante la Virgen en la Santa Cueva: «Madre y Maestra de la fe católica, haz que Covadonga siga siendo, como antaño lo fue, altar mayor y latido del corazón de España». Y paseó por los Lagos.

El cuarto viaje llegó del 12 al 17 de junio de 1993. En Sevilla visitó la catedral: «Que la Virgen María, que en Sevilla y en esta Santa Iglesia Catedral es honrada con la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, nos impulse y guíe al encuentro con su Hijo en el misterio eucarístico»; y ordenó a sacerdotes. Visitó el santuario de Nuestra Señora de la Cinta, en Huelva; y El Rocío. Allí dejó una de las frases más recordadas del pontífice en España: «¡Que todo el mundo sea rociero!» tras los gritos de «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo». «¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Viva esa blanca paloma! ¡Que viva la Madre de Dios!», dejó el Papa. En Madrid consagró la catedral de La Almudena. «La devoción a la Virgen de la Almudena, junto con la de otras imágenes marianas, como las de La Madona de Madrid, la Virgen de la flor de Lis, la Virgen de Atocha y la Virgen de la Paloma, manifiestan la veneración y afecto profundos que los católicos madrileños sienten por la Madre de Dios».

San Juan Pablo II, en El Rocío. Fotografía de archivo

En la ceremonia de despedida en el Aeropuerto de Barajas llamó a defender las raíces católicas de España: «Os aliento a un renovado empeño en la vivencia de vuestra fe y a hacer de los valores cristianos y éticos, que han configurado vuestro ser como nación, un factor de cohesión social, de solidaridad y de progreso. ¡Que Dios bendiga a España! ¡Que Dios bendiga a todos los hijos e hijas de esta noble nación!».

El quinto y último viaje llegó en mayo de 2003, los días 3 y 4. Tuvo un multitudinario encuentro con los jóvenes en la base aérea de Cuatro Vientos, en Madrid, y pidió por ellos a la Virgen. «¡Dios te salve, María, llena de gracia! Esta noche te pido por los jóvenes de España, jóvenes llenos de sueños y esperanzas. Ellos son los centinelas del mañana, el pueblo de las bienaventuranzas; son la esperanza viva de la Iglesia y del Papa». En la Plaza de Colón canonizó a cinco beatos españoles: san Pedro Poveda, san José María Rubio; santa Genoveva Torres; santa Angela de la Cruz; y santa Maravillas de Jesús: «Los nuevos santos se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su Resurrección».

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