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TRIBUNA | AQUILINO CAYUELA |

16 de abril de 2023

Desafiando la línea meridiana del horizonte. En memoria de Dragó

Fernando Sánchez Dragó. Europa Press

Con estas palabras comenzaba la respuesta de Fernando Sánchez Dragó, el 17 de julio de 2021, a un correo mío donde le planteaba la posibilidad de vernos a lo largo de aquel verano y le recordaba nuestros primeros encuentros en Murcia, cuando yo era muy joven.

«Estimado Aquilino: muy grato el mensaje tuyo, al que yo responderé sólo con muy breves líneas. No veo, por una parte, cómo podríamos hablar estando tú en Berlín y yo en las Tierras Altas de Soria. Por otra, te diriges a un anacoreta».

A Fernando le escuché por primera vez en la primavera de 1988, recuerdo que hablamos a la salida de una conferencia en la Universidad de Murcia, donde me dedicó un ejemplar de su libro «El dorado». Una novela de amores de juventud que me inspiró muchísimo. No era ni siquiera universitario. Estudiaba el bachiller en los Hermanos Maristas y hacía pellas para acudir a las jornadas y congresos de escritores que organizaba un catedrático de literatura hispanoamericana de apellido «Polo» y que Dragó, con frecuencia, confundía llamándole profesor «Pozo». 

Es verdad que este profesor Polo, un tanto engolado, tuvo el mérito, en aquellos años, de traer a la Huerta del Segura, a lo más granado de la literatura hispanoamericana. Vinieron (en años consecutivos) autores como: Cela, Sábato, Octavio Paz, Edwards, Roa Bastos, Cabrera Infante, Benedetti, Torrente Ballester, Ana María Matute, Saramago, José Hierro, Antonio Colinas, Luis Antonio de Villena, por citar a algunos que recuerdo. Y, por supuesto, Fernando Sánchez Dragó, vino con frecuencia y, además, veraneaba en San Juan (Alicante), en la urbanización de unos amigos míos y recuerdo que nos fascinaba su hija, de nuestra edad, Ayanta Barilli (más tarde actriz y escritora). 

Por entonces yo quería ser poeta, escritor y aventurero y si hubo alguien, por aquellos años míos de «cruzar la línea de sombra», que me inspiró con sus entusiastas conferencias y charlas sobre la literatura y sus propia vivencias fue Fernando. Las veces que le abordé a la par impertinente y timorato Dragó se mostró simpático, amable y dicharachero. Mucho tiempo después le escribí para agradecerle que cuando cada día, escribo y peleo con las letras en parte se la debo él y a aquellos recuerdos. Durante muchos años de juventud escribía en holandesas Galgo, como tenía por costumbre hacer Fernando siempre.

Él nos contó que en el entierro de Pio Baroja le había preguntado a Hemingway sobre «qué era necesario para ser escritor» y este le respondió: «Estar enamorado y mezclarse estrechamente con la vida». El mismo consejo me dio Sánchez Dragó a mí. 

Recuerdo en otra ocasión que nos preguntó si alguno de los que le escuchábamos se sabía de memoria el madrigal de Gutiérrez Cetina, ese de: «Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados…». Sólo yo fui capaz de recitarlo con voz balbuceante hasta su fin: «ya que así me miráis, miradme al menos».

Era enorme su erudición, pero más grande aun su entusiasmo, su forma de contar las cosas, su apasionante vida y cómo la contaba, con innumerables anécdotas, con licencias o no. Cuando leí El dorado andaba enamorado de una chica de Madrid y quería escapar de mi provinciana Murcia. Recuerdo que este libro de Dragó él me lo dedicó invitándome a «desafiar la línea meridiana del horizonte» y siguiendo su consejo viajé hasta la Patagonia chilena en busca del confín del mundo. Bajé hasta la Punta, hasta la isla de Chiloé, por ver si conseguía divisar desde allí a las grandes ballenas, pero como anoté en mi diario: «No me alcanzó la vista».

Creo que la vida de Sánchez Dragó ha sido justamente eso, un continuo desafiar a «la línea meridiana del horizonte», las mismas palabras suyas que marcaron mi vocación literaria y vital. Fernando Sánchez Dragó fue comunista, parece que, de la mano de Jorge Semprún, cuando nadie se atrevía a serlo. Fue opositor del franquismo y actor en los sucesos de febrero de 1956 cuando muy pocos osaron. Entró y salió de prisión mucho antes de que muchos, de los que luego tanto han presumido, lo hiciesen, en aquellos años de hierro. Escapó (1964) al exilio cuando nadie tenía valor. Persiguió todos los amores de su vida sin descanso. Viajó al Oriente cuando no estaba de moda, adentrándose en la espiritualidad de Buda o Confucio. Escribió libros imposibles como Gárgoris y Habidis. Narró novelas inspiradoras y profundas como El camino del corazón, Las fuentes del Nilo o El sendero de la mano izquierda. Se abrió interiormente en obras muy biográficas y vividas como Galgo corredor.

Fernando rompió moldes en la literatura, en el periodismo, en la televisión, en la vida pública. Recuerdo mucho La noche o El mundo por montera. Dragó ha sido una parte importante de la cultura española a lo largo y ancho de la Transición y de la España democrática, pese a quien pese. 

Fue para muchos de mi generación un ejemplo de inconformismo. Para mí mismo un ejemplo de literato. Retó a los cánones establecidos en todas la edades de su vida. Fue un hombre que vivió intensamente; fue como he dicho quien desafió la línea meridiana del horizonte.

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