«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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TRIBUNA | VIDAL ARRANZ |

1 de febrero de 2023

Hasta la victoria final

aborto Idaho Texas
Mujer embarazada. Europa Press

Si hay algo en lo que nuestro mundo es heredero inequívoco del cristianismo es en su reconsideración de los términos victoria y derrota, y de las ideas de fuerza y debilidad, que hoy se miran de modo diferente. Si algo está claro hoy, es que las exhibiciones de fortaleza deben manejarse con cuidado. Pueden ser eficaces en el terreno práctico, si conllevan una victoria –a nadie le apetece perder–, pero resultan comprometidas de cara a la opinión pública cuando se trata de temas complejos, de largo recorrido, y especialmente si van acompañadas de una desmedida exhibición de poder. Que es exactamente lo que ha ocurrido en el reciente debate sobre el protocolo provida que Vox intentó implantar en Castilla y León y que provocó desmesuradas reacciones, tanto a izquierda como a derecha.

Es lógico que hoy estemos un tanto tristes, incluso abatidos, los que somos partidarios de reabrir en la política el debate sobre el aborto que nunca se cerró en la sociedad –y que está más que vivo desde que Zapatero destrozó las bases del acuerdo social previo al proclamarlo ‘derecho’–, pero las apariencias no deberían engañarnos. Estamos mucho mejor de lo que parece a primera vista.

Es verdad que Vox intentó un cambio mínimo, minúsculo, que no ha sido posible. Es cierto también que la presión mediática –incluso de los presuntos aliados ideológicos-– ha evidenciado que la batalla está hoy perdida en el terreno de los medios de comunicación, con reacciones tan sorpresivas como las de los medios financiados por la Iglesia. Y no puede negarse que resulta desmoralizador ver al PP incapaz de dar la mínima «batalla cultural» si irrita a la izquierda. 

Nada de lo dicho es positivo, ni siquiera si aceptamos la bondad de las razones de táctica electoral que esgrimen el PP y sus aliados periodísticos. Todo parece invitar al desánimo, pero quedarnos ahí sería cegarnos a la otra parte de la historia, la cara oculta que, paradójicamente, es en realidad la cara visible: el elefante en la habitación que no somos capaces de ver. Y que no es otra que el enorme coste en términos de imagen y descrédito que esta polémica ha tenido para la izquierda, el feminismo y la legitimidad del aborto legal. Frente a lo que pueda parecer, hay motivos de esperanza.

Recapitulemos. El prestigio social del aborto se apoya en su buena imagen; en su consideración de que es una medida que resuelve problemas. Su regulación legal nació como mal menor, como despenalización, con la ley de supuestos de Felipe González del año 1985, y se resignificó como derecho con la ley de plazos de José Luis Rodríguez Zapatero de 2010. En todo este tiempo cada vez que alguien ha cuestionado o criticado el aborto ha sido incluido en el saco de las amenazas retrógradas. Y el mismo cliché ha sido utilizado en esta ocasión, en superlativo, con menciones incluso a la distopía de ‘El cuento de la criada’. Sólo les ha faltado decir que el protocolo era un burka para las mujeres de Castilla y León. Aunque tampoco puedo descartar que alguien lo haya dicho. Bien podría ser. 

Hasta ahora el prestigio del aborto se basaba en que lo que se veía era su cara amable. Pero la modestísima iniciativa de VOX, precisamente por serlo, ha dado la vuelta a esta percepción. Primero, por la desmesura de la reacción, que es algo que sí ha sido puesto en solfa por algunos comentaristas. Todas las armadas mediáticas de la izquierda y su red de opinadores han lanzado, contra una humilde mosca, una infatigable andanada de cañonazos, día tras día, hasta que han quebrado la voluntad del PP. Ha sido una reacción tan desmedida, tan artificial e interesada, que muchos no han podido evitar preguntarse ¿de verdad era para tanto? 

Pero donde los defensores del aborto se han equivocado más a fondo ha sido en el desarrollo argumental. Mientras Vox era acusado de fundamentalista por esta propuesta tan medida y razonable, quienes voceaban enfrente se comportaban como auténticos integristas, incapaces de aceptar nada, ni lo más mínimo. Lo que se ofrecía a la mujer como una posibilidad (poder escuchar el latido del corazón y una radiografía 4D), que podían rechazar sin dar explicaciones, era presentado como una terrible amenaza para su libertad. Una estrategia coronada con la habitual desfachatez gubernamental, que tampoco ha ayudado precisamente a la causa del aborto. Que el Gobierno que no ha tenido el más mínimo interés en obligar a la Generalitat, sentencia firme mediante, a imponer el 25% de español en la educación catalana –por no hablar de otros temas bien sabidos– mostrara tan insólita firmeza con una medida tan pequeña ha resultado contraproducente en términos de imagen. Para el Gobierno, y para la causa que pretendía defender. Al tiempo.

Los defensores del aborto han mostrado tanto miedo ante la posibilidad de que escuchar el latido del corazón pudiera modificar la decisión de alguna madre que han suscitado dudas razonables acerca de sus verdaderas motivaciones, incluso entre la parte más moderada de los propios. Han aparecido no como los defensores de la libertad de la mujer, que es como se ven en su imagen idealizada, sino como comisarios temerosos de que la mujer pudiera ser sensible a estas «malas influencias» y tomara la decisión incorrecta. Como si la muerte, la eliminación del feto, fuera la solución «buena». Los hemos visto aterrados ante la posibilidad de que una sola vida pudiera salvarse. Como si tal cosa fuera una tragedia para el feminismo.

Precisaré esto. No estoy prejuzgando que esa pulsión de muerte que hemos intuido en esta polémica sea cierta en todos los casos. Quizás sea sólo el efecto de un terrible error de estrategia, la consecuencia de una radical desmesura. Pero el resultado ha sido ese: la hermosa y sofisticada dama «pro choice» (pro elección) de repente ha mostrado su verdadero rostro y en su lugar ha aparecido una bruja. Imagínense a la del cuento ‘Hansel y Gretel’, gritando con enfado: «¡Que nadie diga a los niños que pueden salir de la cazuela, que han entrado en ella libremente!». Desesperada ante la posibilidad de que un gesto minúsculo, y voluntario para las mujeres, pudiera evitar una tragedia.

Seguramente los provida tendemos a pensar que estas cosas sólo las percibimos nosotros, que la sociedad está ciega y no quiere ver la realidad del aborto, que este horror que hemos presenciado no tendrá consecuencias. Pero estoy convencido de que no es así. Estos días se han caído muchas caretas y se ha roto el ensoñamiento.

Aunque es difícil evaluar la importancia de este desgaste, ni cómo afectará a la evolución del debate provida en el futuro, una cosa es segura: en contra de las apariencias, los partidarios del aborto no sólo no han reforzado su posición, como creen, sino que la han debilitado. Se han disparado a sí mismos, y no en el pie, sino en el bazo. La del protocolo de Castilla y León es una derrota que promete ser fértil, pues ha sembrado de nuevos motivos y razones el debate provida. No animo a nadie a extraer conclusiones precipitadas. Queda mucho trabajo por delante hasta la victoria final y no es posible anticipar cuándo darán fruto las semillas plantadas estos días. Pero la posición pro aborto no es más sólida que antes, sino menos. Y como muestra un botón, pequeño pero significativo: por primera vez una manifestación convocada a favor del aborto en Valladolid reunió a una sola persona. Hay motivos para la esperanza.

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