«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Verano del 87: una discoteca llamada 'Jácara' y la irrupción de Jesús Gil

En las últimas fechas de junio, los aficionados atléticos pasaron del tedio a ver cómo su equipo copaba titulares de prensa. Gil, personaje único, alcanzó la presidencia con el fichaje de Futre y la ayuda de José María García.


 
La entidad celebró sus últimas elecciones cuando arrancaba el verano de 1987. En medio de una innegable decadencia deportiva -por ser exactos, comenzó a finales de los setenta- y la monstruosa crisis económica que disparó la deuda hasta casi dos mil millones de pesetas, cuatro candidatos aspiraban a comandar la maltrecha nave rojiblanca: Enrique Sánchez de León -exministro de UCD y claro favorito-, Salvador Santos Campano (tantos años vicepresidente), Cotorruelo -que contaba en su equipo con un joven llamado Enrique Cerezo- y Jesús Gil, personaje controvertido, constructor exitoso y vocal, en su día, de una junta directiva que abandonó por diferencias graves con Vicente Calderón. Desde entonces fue la  oposición más visible al presidente cántabro. La noche antes de las votaciones, todos los aspirantes estaban citados en el Club Siglo XXI para llevar a cabo un debate que se suponía determinante, aunque Gil – siempre a su aire- prefirió declinar la invitación y dar un golpe decisivo, un golpe ganador, a aquel proceso electoral.
Junto a Maradona, Paulo Futre era el jugador del momento. Rápido como un demonio y de prodigiosa pierna izquierda -los zurdos, esos elegidos-, el luso acababa de firmar una jugada para el recuerdo en la final de la Copa de Europa que el Oporto ganó al Bayern tras remontar la desventaja inicial. Semanas después, el conjunto portugués se encontraba en Milán para disputar el mundialito de clubes donde además participarían los dos conjuntos de la ciudad, Barça o PSG. No se parecía a esa especie de torneo de la galleta, con fines lucrativos y poco más, que nos organizan desde hace unos años. El presidente del Oporto y el del Inter acababan de acordar que Paulo sería traspasado al equipo italiano, pero de pronto recibieron la propuesta de un desconocido, de un mero aspirante a la presidencia del Atlético, capaz de ofrecer 500 millones a la entidad portuguesa -el doble que los interistas- y ficha anual de cien kilos para el jugador. Con semejante cifra, Futre alcanzaba el rango salarial de aquellas figuras madridistas a las que Ramón Mendoza debió cubrir de billetes para contrarrestar las mareantes ofertas italianas. Mientras los otros tres candidatos preparaban un debate estéril, Gil viajó hasta el hotel milanés donde se concentraban los campeones de Europa, vio a un tipo de pelo largo, comprobó el nombre que aparecía escrito en sus chanclas y exclamó: “¡Hombre, tú eres Futre!”. Pocas horas después, el descollante jugador se encontraba en Jácara Plató Madrid, discoteca emblemática de la capital, frente a socios atléticos que daban rienda suelta a su entusiasmo: “¡Futre sí, Hugo no!”.
Si Gil eligió aquel lugar para certificar su victoria, fue porque todo lo hacía a lo grande. En La calle Príncipe de Vergara, entre General Oráa y María de Molina, se puede ver el esqueleto -como de una ballena varada hace décadas- del recinto que acogió durante cinco años a los grupos más importantes del panorama musical español (Mecano, Duncan Dhu, Radio Futura, Nacha Pop, Hombres G) y hasta a leyendas internacionales del calibre de David Bowie. Pero las principales estrellas, seamos serios, fueron un soriano de Burgo de Osma y un portugués de Montijo. Jácara era discoteca muy pija -y por tanto muy madridista-, poblada cada fin de semana por adolescentes que bailaban con trascendencia las canciones de U2, berreaban de forma inhumana que les dolía la cara de ser tan guapos y, sin mucho fundamento, llevaban a cabo un gesto levemente parecido al saludo romano cuando el imperio contraatacaba en forma de canción. Con tanta chiquilla fatal, pintada y fumadora; con tal concentración de medioniños ebrios por el ron con naranja y dispuestos a no parar hasta conquistar, las actividades desarrolladas en su interior provocaron una muy importante epidemia de mononucleosis entre los jóvenes del barrio de Salamanca. Del barrio de Salamanca y aledaños. A principios de 1991, conciertos sin licencia mediante, el Ayuntamiento cerró las puertas de un recinto frente al que los vecinos se hallaban en pie de guerra.
La noche antes de las elecciones, cuando los candidatos velaban armas con la previsible victoria de Gil en la cabeza, José María García afirmó que quien no votara al soriano no era del Atleti y la palabra del locutor tenía entonces una fuerza innegable. Así, los resultados respondieron a lo previsto y Jesús Gil (casi mayoría absoluta) logró amplia ventaja sobre Sánchez de León, quedando tercero Cotorruelo -que triunfó, sin embargo, en las urnas de los más veteranos- y cuarto Santos Campano, representante de la continuidad e incapaz de llegar siquiera a mil votos. Los socios habían hablado y demandaban un cambio profundo.
A partir de ahí llegó, tal vez, el verano más trepidante en la historia del Atleti. Algunos de los jugadores clásicos salieron y el nuevo presidente pretendía verse reflejado en aquel Madrid victorioso de Santiago Bernabéu, siendo paulo Futre su Alfredo Di Stéfano. Don Jesús regaló al portugués un Porsche amarillo y los conductores colchoneros, reconociéndolo, le pitaban y animaban por las carreteras. Todos los días estábamos pendientes de las infinitas novedades y, de pronto, Madrid y Barça pasaron a ser comparsas informativas de un club resucitado capaz de contratar a cualquier jugador del planeta.  El nuevo entrenador era César Luis Menotti, campeón mundial con Argentina, y seguramente fue Rubén Cano quien llegó a decirle: “Pide a Maradona, que este -por Gil- te lo trae”. Aunque el club no tenía ni para mantener las telas de araña que habitaban en la caja fuerte, el nuevo mandatario (al parecer con su propio dinero) fichó a López Ufarte, Eusebio, Goicoechea, Juan Carlos, Marcos Alonso, Parra y Zamora, prometedor argentino que terminó cedido y nunca vestiría la camiseta rojiblanca en partido oficial.  Quique Sánchez Flores, Eloy Olaya e Hipólito Rincón estuvieron cerca de completar la lista. Pero el presidente todavía alcanzó mayor notoriedad por sus declaraciones incendiarias, por retar a los mandatarios de Barça y Madrid a una carrera de caballos (Núñez montaría en pony), o por acosar a Ramón Mendoza durante todo el verano con permanentes referencias a las canas del madridista. Luego don Ramón se dirigió a sus aficionados en la presentación del equipo y las primeras palabras que pronunció fueron estas: “Os habla vuestro presidente, el del pelo blanco”. Y el Bernabéu estalló. Pero como a Gil se le daba bien y mal eso de transmitir verbalmente, como llegaba de cine al personal pero erraba sin remedio en el uso del imperativo, terminaría contratando para su jefatura de prensa nada menos que al fascinante Antonio D. Olano, hombre de bellas palabras, cronista de Madrid, falangista, amigo de Picasso e insólito personaje de gustos y tendencias poco convencionales.
La popularidad del presidente rompía records, la afición atlética vivía instalada en la ilusión y el mismísimo Emilio Butragueño concedió a los rojiblancos el favoritismo para alzarse con el campeonato, por encima de los dos grandes transatlánticos. Otra vez, parecía, iban a ser tres. Eso sí, la euforia se moderó después de que el equipo completara una gris presentación frente al Elche (perdió dos-cero) y el Madrid arrollara por seis-uno al Everton, con fútbol de campanillas, en su trofeo Santiago Bernabéu. De todos modos, la esperanza había renacido y los integrantes de la tribu soñaban con septiembre y se les hacía lento, demasiado perezoso, el transcurrir del verano. Si julio fue largo, agosto pareció interminable. Había ganas de volver al Calderón para ajustar más de una cuenta con los enemigos de siempre.
Jesús Gil llegó a ser intocable y sagrado para una afición que coreaba orgullosa aquel “y tal, y tal, y tal, y tal”, pero hoy -décadas después- es difícil encontrar a un atlético que hable del personaje sin criticarle duramente o usar palabras ofensivas. El gordo. El delincuente prescrito. En la asamblea rojiblanca de 1988, cuando todo eran vítores y ovaciones, una señora tomó el micrófono y atacó con fuerza -con fuerza y educación- la gestión de Gil. La masa, tan cruel y gregaria como siempre, comenzó a insultar a la pobre mujer sin dejar que continuara su exposición y ella abandonó la escena transmitiendo tristeza y dignidad. Ni un caballero se levantó para defenderla. Los borregos alargaron sus balidos algunos minutos porque el pueblo, siempre, se caracteriza por linchar al disidente. El pueblo es algo muy poco recomendable y que conviene tener muy lejos. Hoy, como de costumbre, todos han cambiado de opinión a la vez. Primer mandamiento: prohibido salir del rebaño, prohibido disentir. Y cuando “pensemos” lo contrario de esto que defendemos hoy, preparémonos para girar todos al mismo tiempo. Con sus luces y sus sombras, con ideas geniales y salidas de tono, Gil significó lo opuesto al gregarismo por tres hechos fundamentales: fue auténtico hasta el fin, supo caminar solo y atizó sin temblar al poderoso. Al moribundo nunca, que eso es de cobardes.
Por Luis Montero Trénor
 

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