«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Cataluña más allá del Principito

Aquel día que los controladores aéreos se pusieron todos malos a la vez, Pepiño Blanco mandó a los militares a su sala y allí se pusieron firmes hasta las turbulencias, hasta el politoxicómano de Aterriza como puedas se habría enderezado muy sobrio si hubiera estado presente. Era un mal día para dejar de fumar. Pepiño Blanco, qué cosas, aquel espadón de Lugo.

Esta semana un tipo de no se qué puerto catalán se ha negado a que entre un barco que iba a alojar a policías y guardias civiles. Y los estibadores anuncian que no darán servicio a los que ya están atracados. Pasando por alto -haciendo un grandísimo esfuerzo- el hecho de que el Estado tenga que alojar a sus fuerzas de seguridad en los barcos, queda la enésima humillación a los que les pagan -muy poco- por hacer valer la ley en la calle. Si Ike Eisenhower hubiese tenido la misma determinación que doña Soraya, para detener el desembarco de Normandía habría bastado que Petain mandara una patrullera.

Claro que no es lo mismo lo de los controladores. Entonces el gobierno socialista imponía manu militari unas condiciones laborales en un sector estratégico. Nada más. En Cataluña lo que está en juego es la soberanía nacional, el cumplimiento de la Constitución, las sentencias de los tribunales, la convivencia pacífica y la continuidad histórica de España. Nada menos. Y la única respuesta contundente que se ha dado ha sido de mano de un juez que investiga una querella de Vox. Si no fuera por ambos, Junqueras todavía tendría en su poder los diez millones de papeletas y estarían en libertad los organizadores directos de la consulta.

El gobierno no está haciendo cumplir la ley en Cataluña, esta es una realidad objetiva. Además del sonrojo de los puertos, los manifestantes acosan (¿quién les ha autorizado a cortar las calles?) a las policías que está a las órdenes de los jueces; las instituciones catalanas llaman a la desobediencia y a la rebelión -en la más estricta interpretación del código penal-, y los mossos permiten que las turbas destrocen los coches de la guardia civil, como si fueran cascos azules en la Somalia de los noventa. Rufián siempre ha tenido un aire a Mohamed Aidid. Desde Moncloa, asustados por las resoluciones del juez, sólo sale una palabra: diálogo.

Hasta aquí los hechos que las fuerzas políticas en liza (que son más de dos) utilizarán, manipularán y retorcerán al servicio miserable de sus propios intereses. Y si España fuera uno de esos planetas solitarios que visitaba el Principito, no habría que atender a nada más, sólo averiguar cuánto iba a ceder Rajoy después del referéndum, y si el personaje de Saint Exupéry hubiese aguantado más de cinco minutos en un sitio donde manda gente tan vulgar.

Pero lo cierto es que el planeta nuestro es algo más grande, y no está en uno de sus momentos de mayor quietud y placidez. La verdad es que los militares que no están en Cataluña andan con sus blindados en la frontera rusa, y nuestros cazabombarderos bailaban al límite con los cazas de Putin en el Báltico, hasta hace muy poco. España es clave en la menguante fortaleza de Bruselas, apoyando el plan de Juncker para liquidar las soberanías nacionales, apretando al Reino Unido en la negociación del Brexit, alineada contra el díscolo grupo de Visegrado. Es -lo decía el Financial Times no hace mucho- un oasis de paz europeísta entre las turbulencias politicas, económicas, sociales y militares que vive el vetusto continente. Pero ni siquiera somos un aliado preferente del señor Trump, y no sabemos si habrá olvidado los insultos que los líderes del PP le dedicaban tan alegremente, presos de ese furor clintoniano que padecen.

Y en fin, que no nos sobran aliados. Y como lo que está en cuestión es la soberanía, quizá alguien debería estudiar si los que desean incordiar a Bruselas, que empiezan a ser legión, no van a encontrar muy apetecible un tablero donde Rajoy se empeña en mostrar sus debilidades y complejos. Si el día dos de octubre se proclama unilateralmente la república catalana, no tenemos la seguridad de que no reciba algún reconocimiento. O, en el menor de los casos, que no nos cueste muchas cesiones diplomáticas el evitarlo.

 

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