Pese a los descritos ímprobos esfuerzos de muchos obispos y cardenales, lo cierto es que del Concilio no se desprendió una condena explícita del comunismo.
Pocos acontecimientos históricos suscitan tanta polémica entre los católicos como el Concilio Vaticano II. Criticado por muchos y loado por otros tantos, entre una maraña de opiniones contrapuestas podemos distinguir un hecho evidente: que la época postconciliar ha sido – y es – para la Iglesia un período de profunda crisis. En este sentido, el propósito que debe guiar a los estudiosos es el de dirimir si el Vaticano II constituye la causa de esta crisis o si, por el contrario, su coincidencia en el tiempo (la del Concilio y la de la crisis) es cuestión azarosa.
Precisamente a este último objetivo responde el libro del historiador Roberto de Mattei publicado por la editorial Homo Legens: Concilio Vaticano II, una historia nunca escrita. En él, de Mattei, con el rigor propio del académico, se acerca al acontecimiento conciliar y a sus raíces y consecuencias.
Una de las cuestiones en que De Mattei se detiene en su exhaustivo ensayo es en la problemática relación entre el Concilio y el comunismo. Así, con un profundo examen de los archivos, el historiador italiano muestra el conflicto entre aquellos religiosos que pretendían un acercamiento al comunismo y entre aquéllos que, por el contrario, se afanaron en lograr que el Concilio arrojase una condena explícita de esa ideología.
¿Quiénes pidieron la condena del comunismo?
El Concilio Vaticano II se celebró entre 1962 y 1965 y, por tanto, en el contexto de la Guerra Fría. Como consecuencia de esto, a muchos se les antojaba ineluctable que la Iglesia manifestase una postura concreta respecto al comunismo durante (no en vano, en aquel momento era esta ideología – fundada en el ateísmo – uno de los mayores peligros para la civilización europea). Entre estas personas que demandaban un posicionamiento se hallaba, por ejemplo, el obispo de Città di Castello, Mons. Luigi Cicuttini: ‘Puedo declarar que se espera y sería providencial un esquema conciliar sobre el comunismo; en mi humilde opinión, el Concilio no puede ignorar en este momento un peligro y un complejo de negaciones tan graves’.
En 1963, 54 prelados brasileños, 25 italianos y cinco franceses, firmaron una exhortación, dirigida al Santo Padre, en la que se demandaba el estudio de un esquema de Constitución Conciliar en el que:
‘Se exponga con claridad la doctrina social católica y se denuncien los errores del marxismo, del socialismo y del comunismo, desde el punto de vista filosófico, sociológico y económico’.
‘Sean disipados los errores y la mentalidad que preparan el espíritu de los católicos para la aceptación del socialismo y del comunismo, y que los hacen propensos a ellos’.
Especialmente elocuente fue la intervención escrita de Mons. Luigi Carli denunciando la aparente tibieza de la Iglesia ante el fenómeno comunista: ‘Asombra el silencio del esquema respecto a un fenómeno desgraciadamente presente en el mundo de nuestro tiempo, un fenómeno que afecta de cerca al orden natural, pero también al orden sobrenatural; un fenómeno que no debería provocar menos dolor y llanto del Concilio que el hambre y la explosión demográfica, puesto que ha golpeado y sigue golpeando con dolores y luto a millones de hombres’.
Sin condena, al final
Pese a los ya descritos ímprobos esfuerzos de muchos obispos y cardenales, lo cierto es que del Concilio no se desprendió una condena explícita del comunismo. Así lo relata Roberto de Mattei en el libro recientemente publicado por Homo Legens: ‘Los correspondientes modi relativos al comunismo no fueron acogidos. Estaba claro que no se trataba de un incidente fortuito, sino de la voluntad precisa de evitar una condena del comunismo, para respetar los acuerdos establecidos en 1962 con el Gobierno soviético’.
Éste es sólo un sucinto resumen – quizá algo esquemático – de la división eclesiástica a cuenta del comunismo en el Concilio Vaticano II. Si desean ahondar más en tan sugestivo tema, habrán de comprar el libro de Roberto de Mattei publicado por Homo Legens. Merece la pena.