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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: La Dama de Oro, reconciliación con el pasado (3/5)

La historia de El Retrato de Adele Bloch-Bauer de Gustav Klimt es tan fascinante como desconocida para el gran público. La Dama de Oro, protagonizada por Helen Mirren, es un recuerdo sencillo y efectivo de una historia real de lucha de una mujer judía por recuperar en 1998 aquel retrato dorado en el que su tía, musa del pintor, predecía con sus ojos el futuro que le aguardaba a la Europa de la Segunda Guerra Mundial.

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Tras la estrellada The Monuments Men en la que George Clooney visitaba el emporio nazi de obras de arte sin demasiado éxito, la industria cinematográfica ha vuelto atrás en el tiempo para retratar -con mucho más acierto- el destino de las obras de arte sustraídas a las familias judías más adineradas de Europa. Dirigida por Sam Curtis, La Dama de Oro no es una película sobre el Holocausto ni muestra la violencia de la guerra; es una cinta basada en una historia real sobre el periplo judicial de una mujer contra Austria, María Altmann (Helen Mirren), y su abogado (Ryan Reynolds) por recuperar el retrato de su tía, que además de valer millones de euros, es el recuerdo del sufrimiento de la huida de miles de judíos de los territorios del Tercer Reich. Mediante flash backs, La Dama de Oro complementa la lucha judicial de Altmann en los años 90 con un regreso a los tiempos en los que los nazis fueron recibidos con los brazos abiertos en Viena.

Muchos podrán acusar a la película de Curtis de ser demasiado tradicional, conservadora en su planteamiento y su desarrollo y sin ninguna sorpresa en su aparente simpleza. Y, aunque es cierto que La Dama de Oro deja sus intenciones bien claras desde el comienzo -«La lucha por la justicia nunca termina», dice el cartel- y no es transgresora en ningún sentido, transcurre con seguridad en su sencillez. No sólo es capaz de mantener el interés durante todo el proceso judicial para devolver el cuadro de Klimt a María Altmann sino que, aunque de forma claramente estudiada con momentos dramáticos perfectamente cronometrados al son de una banda sonora grandilocuente, es capaz de generar una cierta empatía con el sufrimiento presente y pasado.

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No obstante, la joya de la película no es otra que la misma Helen Mirren, que sostiene la parte interpretativa con fluidez, credibilidad y humanidad encontrando un equilibrio entre los momentos dramáticos y los distendidos poniéndolo todo en su sitio. La acompaña la gran sorpresa de la película, Ryan Reynolds, que maneja con facilidad un personaje tan opuesto a Altmann como clave para el desarrollo de la trama y que, en vez de ser fácilmente opacado por Mirren, logra responder a su interpretación dotando de un punto de complicidad a la curiosa pareja protagonista.

Si bien es cierto que La Dama de Oro peca de simplificar una trama que podía haber dado mucho más de sí, también lo es que el principal objetivo de la cinta está en mostrar la lucha por lo propio y el proceso judicial de una mujer frente a Austria sin recrearse en los horrores y el sufrimiento vividos durante la Segunda Guerra Mundial. Es por ello que, a pesar del tono dramático que subyace en toda la película, Curtis también es capaz de aligerar la carga y sacarnos una sonrisa con un trabajo efectivo que se sostiene, por un lado, con interpretaciones notables y, en definitiva, con una historia atractiva sobre una de las obras más reconocidas del arte moderno.

Puntuación: 3/5

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