Queden avisados: no lleven a sus hijos a ver Deadpool (Tim Miller). Lo que van a encontrar en la nueva cinta de superhéroes bajo la firma de Marvel es, según los más eruditos, un calco del cómic: un antihéroe para adultos, grosero y concentrado en los chistes fáciles como forma básica de entretenimiento. Pero, más allá de los gustos personales, lo dicho no es una crítica negativa; es lo que Deadpool busca y consigue ser. Una película entretenida con una calculada autosátira llevada al extremo que no solo se ríe de él mismo sino, de paso, de todos nosotros.
El antihéroe definitivo de 20th Century Fox prometía ser el personaje que marcaría un antes y un después en un cine de superhéroes que se ha estado tomando a sí mismo demasiado en serio. La realidad es que desde los créditos de inicio, en los que los creadores de la cinta se autoinsultan con gracia, Deadpool cae en una reiterativa gracieta sobre su mera existencia que gusta al principio, pero carga en conjunto. Una premeditada naturalidad políticamente incorrecta que cuando mejor funciona es con su parodia a la familia de superhéroes y que consigue, efectivamente, ser un punto de inflexión hacia el mundo adulto en un género que había estado hasta ahora dirigido para todos los públicos.
Ryan Reynolds es el alma de Deadpool y logra hacer suyo un personaje que, a pesar de ser un mercenario con una prominente vis cómica, tiene un trasfondo dramático explorado mediante una acertada estructura de flashbacks. No obstante, el drama queda en lo estrictamente necesario, porque si por algo destaca de verdad Deadpool es por su conciencia de ser parte, en todo caso, del género de superhéroes como sinónimo del más absoluto entretenimiento.
A pesar de ser un antihéroe, Deadpool nunca quiso ser cine para todos los públicos. Hay violencia, hay sangre, hay sexo y muchos exabruptos. Si ello no es de su gusto, olviden la película. Si quieren probar, ya saben: Deadpool no exactamente es «el p… amo», es el graciosillo de la familia.
Puntuación: 2,5/5