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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: ‘Interstellar’, científicamente humana (4,5/5)

No hay nada a millones de kilómetros a la redonda, sólo silencio. Sin embargo, en otra galaxia demasiado alejada incluso para soñarla, el ser humano recién llegado grita, llora, se aferra a la esperanza y mira al vacío añorando volver a casa. Interstellar, de Christopher Nolan, es una aventura épica, una muestra valiente del mejor cine de ciencia ficción pero a la vez un viaje interior que recuerda, en las últimas horas de la Tierra, lo verdaderamente importante para el ser humano: la familia, el amor, el coraje o la lealtad.

Para ver Interstellar hay que ir al cine como un astronauta que se monta en la nave para enfrentarse a lo desconocido. Cuanto menos se sepa del argumento de la película, mejor. Ese celo con el que Christopher Nolan, amado y odiado a partes iguales, ha querido proteger los detalles de la película durante el rodaje y la promoción sólo deja al espectador conocer de antemano que la que la Tierra se ha quedado sin recursos, que la propia naturaleza está matando a la humanidad y que se requiere a un grupo de valientes que se entregue a la búsqueda de un nuevo hogar en otra galaxia.

Es un hecho que desconocemos más del universo que lo que conocemos, lo que siempre ha sido aprovechado por el género de la ciencia ficción para teorizar sobre lo que está “más allá” de nuestros horizontes. Interstellar contiene más ciencia que ficción, así que basándose en los trabajos físico-teóricos de Kip Thorne -productor ejecutivo y consultor en la película- nos abre un universo de agujeros de gusano capaces de trasladarnos a otras estrellas en otro tiempo -una teoría generalmente aceptada aunque con grandes dudas y matices-, agujeros negros y planetas peligrosos, inhóspitos o esperanzadores, pero, como siempre, sabe utilizar la ficción para cubrir todo lo que no podemos ver ni entender.

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Los más críticos con Nolan le achacan en Interstellar que “cuenta demasiado”, es decir, que se “lía” en el plano científico hasta el punto de caer en una cierta “frialdad”. Resulta entendible en cierto modo puesto que las bases científicas de Interstellar son complejas y es un desafío intelectual que desborda al espectador en más de una ocasión, pero se trata de un aspecto que Interstellar equilibra con un componente puramente emocional que la hace a la vez brutalmente humana. A pesar de estar contando una historia entre las estrellas más remotas, la película apela a los sentimientos más fundamentales con un magnífico guión que sabe entrelazar la aventura épica y los diálogos técnicos con momentos privados, casi íntimos, en los que la epopeya interior del viajero interestelar se derrumba. Todo ello, claro está, con el inconfundible sello de Nolan, totalmente evidente en la última hora de la película, y más de una trampa en el guión que, a pesar de todo, parece más sólido en la primera mitad del filme.

En el plano interpretativo, Interstellar se sostiene en un Matthew McConaughey en estado de gracia, enorme en su papel y responsable de dotar de alma a la película. Me atrevo a afirmar que el filme no hubiera sido tan real si Nolan no se hubiese fijado en McConaughey. Le acompañan Anne Hathaway, siempre estupenda aunque eclipsada en esta ocasión por su compañero, Jessica Chastain, que saca todo el partido que puede a su personaje -quizás el menos desarrollado de todos-, Matt Damon y Michael Caine, entre muchos otros. Un reparto fantástico y estelar que, en definitiva, cumple con las (altas) expectativas.

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Lo que marca la diferencia en una gran película es su capacidad de absorber al espectador, de hacerle sentir las emociones de sus personajes, de llevarle en un viaje hacia lo desconocido sin que esté pendiente del reloj. Si además todo ello se envuelve en una innegable espectacularidad visual, técnica y sonora, Interstellar tiene garantizado un puesto entre las mejores películas de ciencia ficción porque te atrapa, te hace sentir pequeño en tu asiento, te sobrecoge ante su grandiosidad y te deja con un nudo en la garganta. La clave está en entrar en su juego, permitir que te sorprenda, creértelo y levantar los pies de la Tierra para dejarte llevar en su misión por salvarnos a nosotros mismos.

Puntuación: 4,5/5

 

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