«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: ‘Pompeya’, desastre de principio a fin (**)

El trágico final de la ciudad de Pompeya tras la lluvia de lava y ceniza del Vesubio siempre ha suscitado un gran interés entre el público, y si a eso le añades la típica historia de amor chica rica-esclavo, combates entre gladiadores y el desafío al poder de Roma, mejor que mejor. Esto debió pensar el director de ‘Pompeya’ (‘Pompeii’)Paul W.S. Anderson, aunque el cóctel no le haya salido tan delicioso como se esperaba y un guión desbordado de clichés haya llevado la película al precipicio. 

El celta Milo (interpretado por un flojo Kit Harington), capturado por Roma cuando era un niño, es trasladado a Pompeya para servir como entretenimiento al pueblo en brutales combates de gladiadores que terminan con la libertad o con la muerte. Por su parte, Cassia (Emily Browning), que se enamora de Milo al verle matar a un caballo -no nos explicamos por qué-, es, como no podía ser de otra manera, una joven rebelde que no acepta casarse con un corrupto senador (Kiefer Sutherland), un enviado de Roma que encuentra en Pompeya la forma de torturar a la ciudad y conseguir esposa por la fuerza. Y mientras todos interactúan cual telenovela del año 79 d.C, el volcán comienza a despertarse de su letargo para sepultar Pompeya bajo la lava y los escombros. 

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En verdad Pompeya lo tenía todo para triunfar: actores conocidos, una historia trágica, dos amantes que luchan contra las clases sociales, los esclavos que arrastran su añoranza por la libertad y un enorme presupuesto para recrear la masacre que dejó a su paso la lava del volcán Vesubio. Se quedó en nada. Su guión, muy flojo, aspira a ser una mezcla entre Espartaco y Gladiator pero no se acerca ni a una ni a otra. Perdido desde el comienzo, divaga entre subtramas sin profundizar en ninguna en concreto y, como resultado, lo que se ve es un conjunto de relaciones superficiales entre personajes sin desarrollar que no logran emocionar. Más bien producen el efecto contrario después de pronunciar frases tan trilladas que, lejos de resultar dramáticas, sólo sacan una sonrisa. 

os actores, no sabemos si porque así queda estipulado o porque no encuentran profundidad en sus papeles, no dejan ninguna actuación memorable ni dotan de personalidad a sus personajes. Kit Harington, conocido por Juego de Tronos, hace el papel de guaperas de la película, mientras que Kiefer Sutherland pasa sin pena ni gloria. Sólo podría salvarse el esclavo en busca de libertad y contrincante de Milo, interpretado por Adewale Akinnuoye-Agbaje, que aunque vive entre tópicos, regala algunos de los mejores momentos de la película. En conclusión, la sensación que queda es que se ha desperdiciado el talento de unos actores que podían hacer mucho más. 

Para ser justos, hay que decir que, a pesar de todo, Pompeya no resulta aburrida. La fotografía, la recreación de Pompeya y la erupción del volcán son, sin duda, lo mejor del filme, mientras que las constantes referencias a la enormidad del Vesubio en los planos generales y la reconstrucción de la ciudad resultan convincentes. Y después de una historia perdida, el director se desquita con un alarde de catastrofismo a lo Roland Emmerich que no decepciona y que salva la película de caer en el precipicio. Junto a las secuencias de lucha, podría decirse que el culmen de Pompeya se concentra en la última media hora y que el resto es un relato accesorio que de ninguna manera destila tintes trágicos por mucho que lo intente. 

Puntuación: 5,5/10

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