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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: St. Vincent, el antihéroe bondadoso (4/5)

Hay películas que no necesitan lucir espectacularidad, ahogarse en batallas épicas o en diálogos intrincados para brillar. Películas que con su ternura y su optimismo son capaces de dibujar sonrisas y hacerse un hueco en el corazón. St. Vincent (Theodore Melfi, 2014) es de esa clase, de esas pequeñas joyas que, bajo su apariencia irónica y socarrona, confía de forma sincera en la bondad del ser humano y consigue alegrarte el día.

St. Vincent es el recorrido vital de un gruñón, de un antihéroe acabado que es capaz de ganarse al público a medida que se construye su historia. En un papel hecho a su medida, Bill Murray se corona encarnando a Vinn, un hombre sin más pretensiones en la vida que jugarse el (poco) dinero que tiene en carreras de caballos y darse a la bebida. La accidentada llegada de sus nuevos vecinos, el pequeño e inteligente Oliver (Jaeden Lieberher) y su madre, Maggie (Melissa McCarthy), con caída de un árbol sobre su coche y la valla de su casa destrozada, será el inicio de una extraña amistad que desvele la otra cara que esconde Vinn, que las cosas jamás son lo que parecen y que bajo las pieles más insensibles se esconde un mundo opuesto.

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El gran acierto de St. Vincent es Bill Murray. Sin él, la película podría haberse convertido en un cuento sentimental sin mucho más recorrido, pero el actor logra extraer la esencia de su personaje y, sin extravagancias, es naturalmente cómico; sin exageraciones, logra conmover. Es un papel hecho para que brille que, aunque con toda probabilidad no le llevará a ganar un Oscar por la dura competición que se encontrará este año, será recordado porque el actor supo distinguir a St. Vincent de la comedia convencional para acercarla a la comedia agridulce y no la dejó caer en los buenismos facilones de épocas navideñas. Murray acierta, deja que se le odie y que se le quiera, y lleva la carga cómica con facilidad y la dramática con soltura. Como pez en el agua.

St. Vincent logra ser políticamente correcta desde lo políticamente incorrecto que es llevar a un niño a apostar en carreras de caballos o a la barra de un bar, o encumbrar en el papel secundario a lo que llaman “dama de la noche” embarazada y con un vocabulario que dista de la corrección interpretado por la también totalmente acertada Naomi Watts.

Con un ritmo ágil que no aburre en ningún momento, el director primerizo Theodore Melfi encuentra detrás de la broma tragedias personales que trata con ternura y respeto porque confía en la bondad de sus personajes. A través del concepto católico de la santidad -aunque sin profundizar en él-, confía en que el ser humano, a menudo con más defectos que virtudes, puede marcar una diferencia a través de gestos cotidianos y que incluso el gruñón del barrio confinado en las paredes de su casa puede ser el protagonista de su propia historia.

Puntuación: 4/5

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