«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La destrucción de la derecha social

Hace unos treinta años tuvo que cerrar el periódico de izquierdas “Liberación”. ¿Nadie se acuerda? Liberación era un diario que salió a a calle con la pretensión de dar voz a la izquierda independiente en los primeros años del felipismo y que inmediatamente se vio acosado por todas partes, empezando por un PSOE que no estaba dispuesto a que en la izquierda española hubiera otra voz distinta de la suya. Liberación cerró dejando tras de sí la estela –romántica y llorosa- que dejan las barricadas perdidas. Hoy son otros los medios que están cerrando: los que han intentado dar voz a la derecha social, la de verdad, la que está en la calle, con un acentuado sentido de la independencia que, por supuesto, no ahorra las críticas a la derecha oficial, es decir, al PP. Una vez más, el desorden establecido no ha permitido que se escuche otra voz distinta a la suya.

No hay que quedarse en la lágrima. Para un periodista vencido nada hay más consolador –ni estéril- que llorar sobre la leche derramada y echar la culpa al poder. Mejor será elevar un poco la mirada y poner el foco sobre el proceso general que está viviendo la sociedad española en los últimos tres o cuatro años y, más específicamente, sobre la deriva de eso que comúnmente se llama “derecha social”, es decir, toda esa gente que ha creído y aún cree en la unidad nacional de España, en la libertad personal, en la familia, en la propiedad, en el derecho a la vida y en la vigencia de la civilización cristiana. Porque eso es lo que está pasando.

Hace sólo seis años, España era un hervidero de inquietud social en el ámbito de la derecha. Las víctimas del terrorismo enarbolaban la dignidad nacional. En Cataluña, Galicia, las Baleares, Valencia y el País Vasco surgían movimientos cívicos que defendían la libertad lingüística. Un día sí y otro también aparecían plataformas que reivindicaban el derecho a la vida o el matrimonio natural, que preconizaban la libertad de enseñanza y la objeción de conciencia a la “Educación para la Ciudadanía” zapateriana, o que defendían la unidad de la nación española. Hoy es fácil decir que eran “cuatro gatos”. Podrá desmentirlo cualquier que haya estado en las numerosas manifestaciones de aquellos años. Todo aquel magma encontraba eco en unos medios de comunicación ardorosamente comprometidos con sus ideas y dispuestos a defender esos principios contra viento y marea, es decir, contra un poder violentamente hostil, contra una oposición pacata y contra una mayoría mediática uniformemente progre y, cuando no, acobardada. Hace seis años pareció, en definitiva, que en España podía nacer una derecha de principios e ideas, una derecha digna de ese nombre.

Hoy, seis años después, de todo aquello apenas queda nada. Las víctimas del terrorismo han sido ignominiosamente chuleadas y humilladas. La reivindicación de libertad lingüística no ha logrado más que un cobardón apaño en la nueva ley de educación, apaño que sigue otorgando a los poderes regionales la prerrogativa de postergar en la práctica la lengua española. Lo mismo ha ocurrido con la defensa de la libertad de enseñanza o con la objeción a EpC. El matrimonio natural ha quedado definitivamente relegado en beneficio del denominado matrimonio homosexual. El movimiento por el derecho a la vida ha sido neutralizado con una legislación de mínimos que en realidad, si sale adelante, nos devolverá a la situación previa a la ley Zapatero-Aído. Las plataformas por la unidad nacional han sido silenciadas. Las clases medias, vapuleadas por una política fiscal neosocialista. En cuanto a los medios de comunicación que ponían voz a todo eso, atraviesan por una crisis atroz, zarandeados por deudas insostenibles o acosados por decisiones administrativas –es decir, políticas- que les han impedido sobrevivir porque no se les ha permitido hacer su negocio. Y lo más importante de todo: quien ha sepultado la efervescencia de la derecha social no ha sido la sectaria izquierda de otrora, sino la derecha política de ahora; un partido, el PP, que fue llevado literalmente en volandas al poder por esa derecha social hoy quebrantada.

El gran drama, efectivamente, es ese. El desmantelamiento de la derecha mediática sólo es una parte, y quizá no la más importante, de un proceso mayor: el desmantelamiento de la derecha social. Estamos asistiendo a una operación de domesticación sociopolítica que parece concebida para frustrar cualquier rectificación de la deriva que España arrastra desde hace más de treinta años. Y quien ha ejecutado la demolición no ha sido una izquierda hostil, sino una derecha política armada con “dinamita amiga”. Ha sido el Gobierno del PP quien ha puesto en práctica la excarcelación masiva de etarras. Ha sido el Gobierno del PP quien ha consolidado el modelo estatalista de enseñanza. Ha sido el Gobierno del PP quien, más allá del caso catalán, se ha empeñado en sostener el ruinoso sistema autonómico. Ha sido el Gobierno del PP quien ha neutralizado al movimiento pro vida con un aparato retórico-legal que apenas cambia nada. Ha sido el Gobierno del PP quien ha estimulado la aniquilación de la derecha mediática más combativa –mientras, al mismo tiempo, rescataba de la ruina a los grandes grupos de la izquierda-, y ello con la aquiescencia de cabeceras e instituciones tan tibias ayer como sumisas hoy. En definitiva, ha sido la derecha-poder quien ha destruido a la derecha social.

¿Y ahora qué? En realidad esa es la única pregunta importante. Sigue habiendo una España inasequible a la domesticación. Sigue habiendo una derecha social –y muy extensa- que mantiene sus principios pese a la deserción del partido que mayoritariamente la representa. Pero en un sistema partitocrático, como es el nuestro, la orfandad institucional es un trago muy duro. Es muy difícil sobrevivir.

Ahora hay dos opciones. Una, que la derecha social despierte en torno a las nuevas alternativas políticas que se van formando, fruto de la traición del PP a sus votantes. La otra, que el sistema triture, digiera y recicle cualquier disidencia convirtiéndola en detritus marginal. Si prevalece esta última alternativa, podremos ir olvidándonos de la supervivencia de España como agente histórico relevante. El futuro no está escrito, pero ese es el paisaje. Que cada cual actúe en consecuencia.

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