Pongámonos todos en pie para celebrar la memoria del gran Alexander Pushkin (1799-1837), poeta, novelista, conspirador, masón, aventurero y genio de las letras rusas, es decir, universales.
Haciendo bueno el título de una famosa novela de Bryce Echenique, Pushkin tuvo una vida exagerada, desmesurada, ilimitada. El poeta lleva conmigo desde que mis padres me regalaron “La hija del capitán” hace ya muchos años. De ellos y de mis abuelos heredé la pasión por esta cultura fabulosa que se extiende desde el Báltico hasta el Lejano Oriente. Quede, pues, claro, desde el comienzo, que esta columna es apasionada, elogiosa y completamente parcial.
¿Cómo si no ha de ser una felicitación de cumpleaños?
Porque de eso se trata. El próximo 6 de junio es el cumpleaños de este ruso inmortal y, desde 2010, también es el Día internacional de la Lengua Rusa. Así, este día no solo festejamos la memoria de un autor prodigioso, sino el legado magnífico de una cultura que, como decía mi abuelo, no es un mar sino un océano.
¿Por dónde comenzar a navegarlo? Quizás el mejor punto de partida sean las novelas de Pushkin –por ejemplo, “El prisionero del Cáucaso”- o su relato del viaje a Erzerum. Bueno, bien pensado, tal vez lo mejor sea remontarse al origen: la Edad Media. En el principio, existieron los vikingos, que dieron a los eslavos orientales una élite dirigente. Juntos fundaron la Rus de Kiev en el siglo IX. La cultura rusa tiene, pues, más de mil años. Entonces se hablaba el eslavo antiguo, que pervive en la liturgia ortodoxa. Debe usted imaginarse una extensión infinita de bosques inextricables. El invierno era despiadado, pero la primavera estallaba llena de vida y colores. La Rus se extendió hasta el Mar Negro. La división de este principado provocó la fragmentación de la lengua. Así nacieron el ruso, el bielorruso y el ucraniano.
La Rus palpita en el Cantar de la Hueste de Ígor, que en España publicó la editorial Miraguano. Si le gustó el Cantar de Mio Cid y la Canción de Roldán, no se pierda el poema de la trágica expedición del príncipe Ígor Sviatoslavich, príncipe de Novgorod, contra los polovtsianos. Hay en ella ese sentido del deber y del destino que encontramos en los poetas clásicos griegos y en la épica eslava por igual. No les contaré el final, pero sí les anticipo que aquella batalla del año 1185 ha atraído a historiadores y filólogos tanto como la de Roncesvalles, en la que a Roldán le estalló el corazón cuando hizo sonar el olifante.
Si prefiere la gran novela decimonónica, ahí le espera “Guerra y Paz”. Descubrámonos para saludar a Tolstoi. Hay que adentrarse en ella poco a poco, como Josué en torno a Jericó, hasta hacer sonar las trompetas de esta epopeya fabulosa del pueblo ruso frente a Napoleón. Deténganse en las descripciones de los salones y los palacios. Después de leer a Tolstoi, deseará salir corriendo a comprarse un samovar para poder tomar a todas horas un buen té, que es la bebida nacional de Rusia. Así podrá mirar a los ojos a Dostoievski para ver reflejada el alma humana: el vicio, la virtud, el miedo… No me atrevo a recomendar ninguna. Elija usted entre “Los hermanos Karamazov”, “El jugador”, “El idiota”… Son todas fabulosas. Quizás escogería “Memorias del subsuelo”. No lo sé. Afortunadamente, es posible leerlas todas.
Y aún nos queda la gran literatura rusa del siglo XX: Bábel, Mandelshtam, Ehremburg, Ájmatova, Tseváieva, Solzhenitsyn, Grossman… Aquí ya me desborda el apasionamiento. Lean “Vida y destino”, que a mi juicio está a la altura de “Guerra y paz”. Vean a esos rusos que lo padecieron todo, que lo esperaron todo y que se dejaron veintisiete millones de muertos para derrotar a los nazis. Sí, Rusia pasó por la experiencia del comunismo, pero sobrevivió. Tal vez sea cierta la cita que se atribuye a Solzhenitsyn a propósito del comunismo: “si bien Rusia abrió las puertas del infierno al mundo, es la única capaz de cerrarlas”. Ahí está la obra de Pavel Florenski, cuyas “Cartas de la prisión y de los campos” publicó EUNSA en una edición bellísima.
Este 6 de junio la lengua rusa está de enhorabuena porque se celebra su día. Haga algo especial. Acérquese a una librería y compre un autor ruso (¡compren libros, caramba!). Sumérjase en la sonoridad de la lengua viendo alguna película extraordinaria como “La balada del soldado”, una de las favoritas de mi abuelo, o la estupenda serie “Diecisiete instantes de una primavera”, que se basa en las novelas del superespía Stiglitz que, en realidad, se llama Isaev y está infiltrado en el alto mando nazi. Por cierto, la editorial Hoja de Lata ha editado en España una de ellas.
Y, si no se deciden, siempre les quedará Pushkin, con su romanticismo encendido y su muerte prematura a los 37 años en duelo y a traición –su arma fue manipulada- a manos del militar francés Georgès D´Anthes.
Que la lectura les sea propicia.