Emilia Carrasco. www.excelencialiteraria.com
El mar infinito se extiende ante mis ojos. El gran contraste entre el azul profundo del agua y el dorado de la arena destaca en este día nuboso. Mis pies rozan las olas levemente y miro al cielo. Se acerca una tormenta. Por si fuera poco, el cuaderno de colores está vacío, pues no encuentro inspiración que me salve de la presión de mi editorial.
Después de tres libros de éxito mundial, escrito para lectores que sólo desean divertirse, me queda aún una cuarta entrega. Caroline tendrá que morir. Si no es ella, su leal compañero o algo que acabe con la maldita secuela. Llevo años escribiendo: al principio vivía todos los días una apasionante aventura, pero los personajes han tomado vida propia y ya no puedo modificar su carácter. Las grandes hazañas se acaban y mi imaginación se ha agotado.
Como una gran novelista que soy, según The Times, el mundo espera el tremendo desenlace. Pero yo no lo veo así. No me gusta matar a aquellos que he creado, alimentado de palabras y cuidado desde que pensé sus nombres. Pero sin sacrificios humanos la novela pierde encanto y público. A la gente lo que le interesa son los pasajes de destrucción.
El frio de la playa me oscurece el alma y me impide pensar con claridad.
En casa nunca he podido escribir. El bullicio de mis hijos me desconcentra, y la constante sonatina de un violín chirriante por parte de mis vecinos del ático, me trastorna. Por eso decidí retirarme a la soledad de Escocia.
España queda muy lejos. Mis hijos ya crecieron: Juan trabaja en Alemania y, si Dios quiere, se casará dentro de un año. Graciano sigue en Sevilla, cuidando de la abuela, pero pronto volará hacia Estados Unidos con mis dos hijas. Sólo quedo yo, relegada a un castillo del siglo XVII a poco más de dos kilómetros del famoso Lago Ness.
Desde aquí exporto cultura a mi país y difundo allí mis palabras. Mi vida nunca fue tranquila, al igual que la de mis personajes. En mis escritos no hay nada falso pues, como suele decirse, incluso en las novelas más disparatadas hay algo de verdad.
Por las noches pienso con paz. Caroline, primer personaje de mi creación, me habla y da consejos. Me quedo despierta, mirando el techo de piedra, preguntándome si algún día conseguiré terminar mi gran obra.
Las ideas vienen y van según les parece. Algunas son demasiado buenas para un libro como éste. Otras, demasiado simples. El misterio es lo que caracteriza la vida de la famosa viajera y arqueóloga. Tal vez se merezca un final corriente: que se jubile y descanse en paz en algún lugar tranquilo y hermoso, tal como hice yo.
Una leve imagen se forma en mi cabeza, justo cuando el viento y los goterones de lluvia comienzan a caer.
Tengo la sensación de que va a ser una gran novela.