«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

EspaƱa necesita otro destino

Lo peor no es la crisis económica. Lo peor no es la corrupción. Lo peor no es el descrédito de las instituciones. Lo peor no es el desgarro del tejido nacional. Lo peor es que nos hemos quedado sin destino, sin proyecto, sin futuro. Ese es el gran problema de los españoles, la verdadera crisis de España. Que no es de ahora, pero que hoy, en el marasmo de un sistema enfermo, sale a la luz con una violencia estremecedora.

España se estÔ convirtiendo en un país de viejos arruinados. La frase es de Jean Sevilla, un historiador francés que, por otra parte, ama sinceramente a España. Y la definición no puede ser mÔs exacta.

Hoy han aparecido nuevas formaciones polĆ­ticas que aspiran a regenerar el tejido nacional. Ciudadanos en el espacio del centro-izquierda, Vox en el campo de los innumerables decepcionados por el PP, Impulso Social en el Ć”mbito de la derecha católica… Todos ellos se definen por su acertado juicio sobre la crisis nacional, por sus buenas intenciones y por la calidad humana de sus lĆ­deres. Representan sin duda una esperanza. Ahora se trata de que lean adecuadamente no sólo el paisaje –negro- del presente, sino tambiĆ©n la posición histórica de EspaƱa y los espaƱoles.

En una reflexión sobre la identidad norteamericana, Huntington levantaba una constatación interesante: la identidad nacional estĆ” desapareciendo porque las elites del paĆ­s ya no se identifican con el pueblo americano y su destino, sino que, por asĆ­ decirlo, han cambiado su marco de referencias y ahora viven en un universo cosmopolita, alejado de la comunidad a la que pertenecen. Ha nacido una especie de ā€œcosmocraciaā€ cuyo horizonte ya no es la dirección de la comunidad polĆ­tica, sino el enriquecimiento en un mundo sin fronteras y, lo que es mĆ”s grave, sin obligaciones para con el prójimo. Si esto es verdad en el caso norteamericano, cuĆ”nto mĆ”s no lo serĆ” en el caso de paĆ­ses como EspaƱa, donde toda dimensión propiamente nacional ha sido sistemĆ”ticamente laminada. Nuestra clase polĆ­tica –y financiera, y mediĆ”tica- nada ya en esa ā€œcosmocraciaā€ alejada de la EspaƱa real, tanto de la continuidad histórica de la nación como de los espaƱoles de carne y hueso. La ā€œrebelión de las elitesā€ de la que hablaba Christopher Lasch se ha hecho realidad. Aunque cabe corregir la fórmula: no es sólo una rebelión, sino tambiĆ©n una traición de las elites.

ĀæDe verdad pensaba alguien que renunciando a la soberanĆ­a, a las incomodidades de la decisión y del poder, Ć­bamos a ser todos mĆ”s felices? ĀæDe verdad pensaba alguien que EspaƱa hallarĆ­a la paz renunciando a la gran polĆ­tica y, en su lugar, sumergiĆ©ndose en un utópico gran mercado sin nacionalidad ni rostro? El mercado no es una institución natural; no mĆ”s que la rapiƱa, el trueque o el saqueo. La institución natural por excelencia –despuĆ©s de la familia- es la comunidad polĆ­tica, y ello es asĆ­ desde el principio de la humanidad civilizada. Si a la comunidad polĆ­tica se le priva de los instrumentos para asegurar su propia supervivencia, si se le priva de la titularidad sobre los propios recursos materiales, inevitablemente quedarĆ” al albur de las ambiciones ajenas. La democracia, sin soberanĆ­a real, material, se convierte en una parodia, porque la voluntad popular queda reducida a una especie de liturgia insignificante.

Así estÔ España hoy: con una agricultura y una industria sacrificadas a las exigencias de Bruselas, con un poder financiero fugitivo porque encuentra mejor mercado fuera de aquí y, para colmo, sin posibilidad de controlar la propia moneda. Nuestro Estado, en términos económicos, ha quedado reducido a una voraz mÔquina de recaudar dinero, administrarlo al servicio del propio Estado y distribuir servicios. Ya sería lamentable si la mÔquina fuera eficiente. Pero es que, ademÔs, la mÔquina es de una incompetencia atroz.

Cambiar todo eso debería ser el objetivo primordial de cualquier formación que aspire de verdad a hacer Política, con mayúscula. Recuperar España. O mÔs precisamente: servir de cauce para que los españoles recuperemos un país que, entre unos y otros, nos han robado.

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