«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Facta, non verba

La venganza no sabe dulce cuando la historia, al darte la razón, se lleva por delante el patrimonio propio.

Es inevitable sentir un placer reaccionario y algo voluptuoso al contemplar a progres de todos los partidos escandalizados y llorosos por el golpe catalán. Tantos años arrinconando la idea de España en la marginalidad, escupiendo en su historia y colmando de alabanzas y reverencias a todos sus enemigos para que ahora, ups, resulte que les sorprende y apena que España ya no exista. A mí se me escapa media sonrisa condescendiente, esa que se utiliza cuando te estás mordiendo la lengua para no susurrar: ya os lo dije, necios. Y aunque nos enseñaba don Colacho que los revolucionarios de hoy nos vengan de los revolucionarios de ayer, lo cierto es que ni el placer reaccionario es duradero (¿cuál lo es?) ni la venganza sabe dulce cuando la historia, al darte la razón, se lleva por delante el patrimonio propio.

Todavía la realidad tangible de los barrotes, las multas y las porras, pesa más que los orgasmos virtuales de quienes crean en el mundo 2.0 una realidad paralela

Insiste Juan Arza, brillante y valiente portavoz de la sociedad civil catalana, en la importancia de estudiar el fenómeno como un golpe posmoderno, cuyos métodos, organización y propaganda escapan al análisis clásico de las insurrecciones populares. Seguro que tiene razón, sobre todo atendiendo a sus motores y referencias, porque los impulsores de la rebelión están más influidos por Harry Potter y las series de HBO que por el 98, el 27, o por cualquier otro foco intelectual de los que escribían en cuartillas. Pero aún estando de acuerdo en lo singular y novedoso que pueda tener el proceso de ruptura, eso no significa que los más tradicionales métodos no sirvan para detenerlo. Al menos en un primer momento. Incluso pueden resultar más efectivos, porque todavía la realidad tangible de los barrotes, las multas y las porras, pesa más que los orgasmos virtuales de quienes crean en el mundo 2.0 una realidad paralela.

Lo que suceda en estos días conformará el futuro mucho más que todos los discursos que se produzcan

El debate, cómo método político, ya está desaparecido en Cataluña. La política -como en todo tiempo revolucionario- se ha convertido en un deporte al aire libre, con las turbas como protagonistas. Y en estas horas los hechos valen más que las palabras, ya inútiles como siempre que existe un exceso de propaganda. Facta, non verba. Lo que suceda en estos días conformará el futuro mucho más que todos los discursos que se produzcan. Si el gobierno de la nación no utiliza todo su poder, imponiendo la ley hasta las últimas consecuencias, estará traicionando en términos penales sus más fundamentales deberes. Quizá ya lo haya hecho al permitir que la Generalidad, que es una institución del Estado, actúe durante tanto tiempo en franca rebeldía. Si las instituciones rebeldes, públicas y privadas, continúan impunes y llegan a proclamar la independencia de una parte del territorio, el Estado habrá enterrado no sólo el derecho, sino la legitimidad para mantener el monopolio de la violencia. Esto último hará que lloren más los progres de todos los partidos y todas las tertulias, suplicando porque regresen las palabras, los moderados razonamientos, el consenso y los debates, todo lo que ellos han prostituido hasta el extremo. Y sentiremos los reaccionarios otro placer voluptuoso, más intenso todavía pero igual de breve, porque a determinadas edades liarse a bofetadas produce una pereza infinita.

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