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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ha faltado el capellán de la muerte

Hoy hemos asistido a un teatro en tierras vascas. Un grupo de bien pagados observadores de la nada han verificado que la banda etarra asesina de mil españoles inocentes han entregado un puñado de pistolicas de agua y han cerrado unos arsenales de aparatos mortíferos.

En toda la operación teatral ha faltado el capellán de la muerte, el obispo emérito Uriarte, el tipo que más ha hecho para que ocurriera y saliera esa obrucha de títeres de fuera y dentro de la tierra vasca. El obispo que ha olvidado que ya está jubilado, le dijo el portavoz de la Conferencia Espiscopal.

Al drama de las víctimas nadie le ha puesto, por lo menos, algunas palabras de consuelo. No hace falta. Los etarras, como dicen todos los partidos vascos, son seres humanos con los que hay que construir el futuro. A las víctimas y sus familiares no le dan ni memoria, ni dignidad, ni justicia, los mismos que los asesinaron con un tiro en la nuca, o con una bomba debajo del coche.

Estoy deseando que el capellán de la muerte hable de las víctimas. Se irá de este mundo sin haber dicho nada de las más de trecientas muertes inocentes que están sin aclarar. Eso sí dentro de nada volverá a desfilar como en la foto pidiendo la excarcelación de las alimañas etarras, que son unos héroes del pueblo vasco.

!Qué injusta es la Justicia¡. !Qué cobardes son los partidos constitucionalistas¡. Una vez más se cumple el refrán: el muerto al hoyo, y el vivo al bollo.

La banda etarra termindo el teatro de hoy sigue operativa, no se ha disuelto. Dentro de poco, cuando pidan la separación de la tierra vasca del resto de España, volverán a sacar sus «verdaderas armas» para colocar a todos los españoles en el paredón, que es donde desean vernos pegados.

Todo esto con la presencia pastoral del capellán de la muerte, monseñor Uriarte, un pastor con piel de lobo.

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Tomás de la Torre Lendínez

 

 

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