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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

‘Había silencio. Burbujas y silencio’

El segundo ataque mortal de tiburón en un mes en las playas de Australia devuelve a la memoria la historia del buzo de la Royal Navy Paul De Gelder.

Finales del pasado noviembre. Zach Young disfrutaba de una tarde de surf en las aguas de Coffs Harbour, en Nueva Gales del Sur (Australia), cuando un tiburón le atacó. Estaba a unos cien metros de la costa y con el cuerpo casi partido por la mitad. Sus amigos consiguieron llevarlo hasta la orilla, donde intentaron cortar la hemorragia. Todos los esfuerzos fueron inútiles. Cuando la ambulancia llegó sólo pudo confirmar la muerte del adolescente. El caso Young, segundo ataque mortal de tiburón en el mes de noviembre en Australia, ha devuelto a la memoria de los habitantes de Nueva Gales la historia de Paul de Gelder, un hombre que, igual que Young, se las vio cara a cara con un escualo pero –él sí– pudo contarlo.

Fue una mañana de febrero del 2009. El buzo de la Australian Royal Navy realizaba unas maniobras de vigilancia antiterrorista en el puerto de Sídney –algo más al sur que Coffs Harbour– cuando sintió un golpe en la pierna. “No había dolor”, recuerda De Gelder de aquel primer segundo que cambiaría su vida para siempre. El buzo, que en ese momento nadaba de espaldas, sumergió la cabeza para ver el fondo y se encontró frente a frente con un enorme tiburón toro.

Paul miró al animal –“nos miramos a los ojos”– durante unos tres segundos, lo suficiente para ver su mandíbula rodeando su pierna derecha. Después reaccionó. “Traté de golpearle con la mano derecha, pero no podía moverla –estaba también en las mandíbulas del tiburón pero De Gelder no se había dado cuenta–, así que le golpeé con toda la fuerza que pude con la mano izquierda. No sirvió de mucho, era como golpear un muro resbaladizo

El tiburón comenzó a agitarlo “como a un muñeco” y lo sumergió en el agua. Había silencio, recuerda, “burbujas y silencio”. Entonces el tiburón se marchó. De Gelder fue rescatado por sus compañeros y llevado al hospital, donde ingresó en estado crítico. Había perdido mucha sangre y su pierna y brazo derechos eran irrecuperables. Pero el entrenamiento de la Royal Navy –improvisación, adaptación, triunfo– trastocó los planes del destino. En nueve semanas consiguió volver a ponerse en pie y fue enviado a casa. 

 “Entré en mi dormitorio, me tumbé en la cama y, por primera vez desde el día de la operación, lloré”. “Esa era mi vida. Sin un brazo y una pierna”. Su novia, la ayuda de la Armada -veló por su recuperación y le consiguió las prótesis que le permiten andar y utilizar los dos brazos- y un espíritu luchador le impidieron caer.

– Aquel día, el del ataque, cuando se metió en el agua, ¿pensó en que podía venir un tiburón?, preguntó a De Gelder un periodista.
-Lo pensé, siempre lo tienes en la cabeza. Y, bueno, poco después lo tuve en mi pierna, contestó él, con su irreductible sentido del humor.

Ahora disfruta del mar gracias a la estadística – “dos ataques de tiburón serían demasiado”- y recorre el mundo dando conferencias sobre cómo sobreponerse a la adversidad.
También colabora en un proyecto de monitorización de tiburón blanco en Sudáfrica y, siempre que puede, defiende la necesidad de proteger a estos increíbles peces en peligro de extinción. “El océano es su casa y entrar en ella es asumir un riesgo, pero su desaparición tendría consecuencias nefastas para todo el ecosistema”.  

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