El Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética decretaba en 1929 la colectivización obligada de las explotaciones agrarias, independientemente de su tamaño. En la República Socialista Soviética de Ucrania, con una gran tradición de pequeños propietarios que vivían de la producción de autoconsumo y del trueque de sus excedentes. Por eso, en ese territorio la resistencia a la colectivización de la tierra suponía la condena al hambre para millones de habitantes.
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Entre 1929 y 1931 las protestas de los pequeños agricultores fue constante, según los archivos soviéticos hubo más de 14.000 manifestaciones en ese periodo contra la colectivización hasta que Stalin decretó su obligatoriedad y movilizó al Ejército Rojo para que se incautara de la producción.
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El resultado fueron dos millones de muertos –varios periódicos occidentales llegaron a elevar la cifra hasta los seis millones- por hambre en tan solo 14 meses. Una cifra que contrastaba con los 100.000 muertos anuales de media en los años anteriores. La decisión de Stalin fue implacable y de nada sirvieron los informes de la mortandad que recibía semanalmente y que se conservan en los archivos de Moscú.
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Las imágenes eran desgarradoras y los cadáveres se amontonaban en unas poblaciones en las que las personas deambulaban como espectros y una apariencia que recordaba a la de los judíos de los campos de concentración de una década después. Pero no hubo marcha atrás, el número de víctimas no contaba para imponer los principios revolucionarios.
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