«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

II Crónica Viajera: “Roadtrip” por el Centro de México

De vuelta a la actividad narrativa tras una serie de viajes-entre ellos el que vamos a describir en estas tres etapas-, nos disponemos a adentrarnos en el México auténtico, en esta Segunda Crónica Viajera, en El Viajero Incansable.

/span>

Imagen desde el balcón del Dolphin Cove Inn, Manzanillo. Al fondo, el carguero chino de Ningbo parado por las autoridades aduaneras mexicanas.

Queridos lectores, viajeros todos:

Volvemos a encontrarnos en este diario de viaje, en esta intensa aventura por México que acabamos de empezar. Antes de meternos en las frondosas selvas de la Huasteca en San Luis Potosí, antes de admirar las artesanías de Tlaquepaque y antes de rumiar caña de azúcar viendo a los Voladores de Papantla surcar los cielos de Jalisco, nos disponemos a ir a la capital del Marlin, una especie autóctona de pez espada inmenso, a ver si podemos pescarlo. Comeremos de muerte y bucearemos por unas costas donde de vez en cuando los cocodrilos se asoman si se hartan un poco de los monótonos manglares contiguos a la playa.

Día Dos. Entre Tacos y Volcanes, Cocoteros y Delfines. Buceando por el Pacífico y disfrutando de una buena jornada gastronómica 100% mexicana.

/span>

El bueno de mi amigo Juan Pablo «Pavo» y un servidor encima del hotel sito en este rincón de la costa pacífica. Nótese el calor y la humedad en nuestros rostros. Estamos a mediados de octubre.

Después de que mis amigos me hayan despertado de la cama por la noche de manera un tanto ruidosa, amanezco por primera vez en México. Aunque no es la primera vez que estoy aquí, los viajes se viven de manera diferente con 14 que con 22. La cosa cambia bastante. Es pronto por la mañana y nos vamos a Manzanillo, no sin antes ir al Mercado de Abastos, a desayunar tacos a un sitio muy genuino. Atravesamos la circunvalación de Guadalajara y llegamos al conocido mercado. Puro caos; tendidos eléctricos empalmados mil y una veces, cajas por el suelo, camiones llenos de frutas, vagabundos, gente de todo tipo, viejecillas con su cesta, niños revoloteando… Nada que ver con el trajín que pueda uno encontrarse en el Mercado de Chamberí de Madrid, el Wiktualienmarkt de Múnich o La Boquería de Barcelona. Vamos a la “cremería” para hacer un pedido de lácteos y atravesamos los desordenados puestos rebosantes de producto no demasiado impecable. Denota un poco de suciedad. Pero es auténtico. Basta de perfeccionismos. Fuera mentalidad europea. Aquí se vive al día y para mucha gente aquí, comer, es algo más extraordinario que en casa y el alimento, menos variado de lo que debería ser. Nos sentamos al final de una tasca atendida por tres chicas. Las vistas del barecillo dan al parking de camiones. Todos destartalados. Todos vienen de lejos a vender los productos de sus cooperativas. Ves la cara de esta gente; es gente trabajadora, honrada, con la mitad de necesidades que nosotros, la mitad de tonterías y seguramente más felices.

Hay taco de “trompa”, de costilla y de buche. Madre mía, “la trompa”. La nariz entera de un gorrino que debería ser como una vaca, ahí, expuesta. Qué mala pinta. Hay que elegir. La rolliza señora con las gafas empañadas dando órdenes a la que hace las tortillas de maíz in situ agarra la “trompa” y la parte. Pone el trozo de “trompa” en un recipiente de madera y lo parte mientras añade alguna especia. Lo envuelve en un taco. Otro. El buche es gelatinoso. Lo machaca y lo revuelve con sus manos que brillan por la grasa. Cuando se harta de darle vueltas a la sustancia lo envuelve en esa maravilla que da sustento a millones de mexicanos diariamente: La tortilla de maíz. Este producto del elote, básico en cualquier comida, es más que el Brezel para los alemanes o la baguette para los franceses. Lo come el Presidente de la República, lo come el mendigo, lo come el empresario y el empleado, el indígena y el oficinista, en Tamaulipas y en Tijuana, en El Paso y en Cancún. Nos ponen lima cortada. Como, hay hambre, intento olvidar el método de la elaboración del buche, mientras lo noto resbaladizo en boca. Me gusta más el de costilla, francamente. Miro a los lados y mis amigos exprimen lima encima del alimento como si no hubiera un mañana. Igualito que cuando agarras una zamburriña y le das bien de limón. Ya he aprendido a comer tacos. Tomamos horchata. Es diferente, pero está bien. Conociendo la de la Alboraya original, la del puestecillo de estas tres damas en Mercado de Abastos de Guadalajara, Jalisco, México, cumple bastante.

Recogemos el pedido de la “cremería” y volvemos a casa tras darle unos pesos al pobre gorrilla que indica que hay sitio para aparcar con un trapillo rojo. “Para un taco, señor”. Llegamos a casa, al seguro Zapopan. Qué cantidad de contrastes en tan poco tiempo. Ni los pobres tienen la culpa de serlo, ni los ricos que se lo han ganado trabajando mucho y honradamente. Igual con algo de suerte, sí y por ello con mucha más formación que el resto, de acuerdo; pero aquí, salvo los corruptos como en España y en todos lados, a la gente que le va especialmente bien suele ser especialmente trabajadora. El problema es el grado de pobreza, valga la redundancia, de los pobres. Más de medio mundo vive así. Y nosotros en Europa nos quejamos con la infinidad de derechos, beneficios, prebendas y garantías que tenemos desde hace decenas de años. Es verdad que ahora todo esto está en crisis y el sistema en peligro y podrido, pero a algún quejica con trabajo y relativa cómoda situación social le llevaba yo al Mercado de Abastos. Que se lo pregunte a la anciana, al niño. O a los niños descalzos de la selva de San Luis Potosí. Que les pregunten dónde durmieron hoy. Y ayer. Que les digan dónde van a dormir, que cómo es su cama. Y qué comerán en la semana a parte de algo de arroz, pollo deshilachado y alguna banana del jardín cuando es temporada. Y lo peor es que México no es de lo que peor está, valga de nuevo doble redundancia, de esta parte del continente americano.

Saludamos a los padres de mis amigos. Gente hecha a sí misma. Luchadora, trabajadora. Gente muy formada al servicio de su familia. Todo por su México y su gente. Gente alegre, hospitalaria, que encuentra en su familia y en el trabajo esa felicidad que mucha gente no encuentra en ganar dinero a espuertas y en intentar cubrir esas necesidades que les hace aún más egoístas y vacíos. Gente libre, que han acertado de pleno y por la puerta grande en vivir conforme a aquello a lo que les ha llamado la vida, cumpliendo con su vocación de forma generosa. Están encantados con la visita de alguien de la “Madre patria” y con el vino Rioja que les he traído de nuestra decadente España.

Recogemos los bártulos y salimos en dos coches. Jesús y yo volveremos más tarde a Guadalajara. “Pavo” tiene reuniones y deberá estar pronto de vuelta. Son unas tres horas de coche por la autopista. Enfilamos Oeste, dirección Pacífico, y salimos de Jalisco, para entrar en el Estado de Colima. Paramos en una gasolinera, PEMEX. No hay otras en todo el país. Es un monopolio del Estado. Igual que otras instituciones que en España la gestión es privada, aquí existen aún estos formatos empresariales. Atravesamos una zona de lagunas secas, luego mucho bosque, y vemos el Nevado de Colima, un volcán con cierta actividad de 4500 metros. No nos da tiempo a subirlo. Saboreo mi cerveza Tecate mientras charlamos sobre nuestras novedades y noticias, noticias de España y de amigos en común. Veo paisajes completamente nuevos. Pasados unos kilómetros, la carretera se estrecha. Los nombres de los pueblos no tienen desperdicio: Tucsman, Nosequéoxoqliuacatl, y demás. Nombres que evidencian el pasado azteca. Pasamos al lado de las líneas del tren. No hay tren de pasajeros en México, menos uno turístico en Tijuana creo, y que tiene 100 años. Por estas vías se transportan mercancías de Centroamérica a Estados Unidos y por todo México. Los trenes que atraviesan México sin apenas parar llevando productos centro y suramericanos a Estados Unidos sirven como improvisado transporte a aquellos que buscan fortuna de El Salvador, Honduras, Nicaragua… Una especie de patera inmensa de secano, que atraviesa selvas y desiertos hasta llegar al paso de Río Grande. Muchos cruzarán la frontera como “mojados” y conseguirán limpiar platos tarde o temprano en la cocina de un Dinner de Texas. Otros morirán víctimas de las balas de los Rangers y sus cuerpos serán arrastrados por el río, cayendo en el olvido para siempre. A algunos se les puede ver pidiendo dinero en Guadalajara, haciendo una macabra parada y fonda, para ahorrar unos meses lo que se pueda, y así poder pagar a las mafias que les venderán ante los vigilosos Rangers en el lado Norte del Río Grande.

El volcán suelta humo, amenazante. Lo rodeamos por la autopista y seguimos dirección Costa Oeste. Más tarde recorremos unas inmensas rectas, llenas de subes y bajas, rodeadas de inmensos cocoteros, que recubren con sus palmas enormes explanadas. Divisamos el Océano Pacífico, y enfilamos Norte, dejando el mar a la izquierda e inmensos estuarios y manglares a la derecha. Se leen cartees de aviso de presencia de cocodrilos en la zona. Me impacta saber que por aquí andan sueltos estos animales. Acostumbrado a los gorriones y a los cervatillos que tenemos por España, saber que esta zona del mundo está llena de serpientes muy venenosas y otras no tanto, arañas gigantes y cocodrilos, además de algún escualo, te hace sentirte un pelín menos seguro.

Llevamos todo el viaje con el aire acondicionado. El aire dentro del coche es seco, como el de Guadalajara. Quiero descubrir la temperatura exterior ahora que estamos llegando. Bajo mi ventana de copiloto y saco el brazo. La camisa se me queda pegada rápidamente. La humedad es máxima y el calor, muy intenso. Puramente tropical. Ríete de un día de calor infernal en una zona costera del Mediterráneo. La humedad es extrema. Perfecta para eliminar las toxinas del cuerpo desde la Navidad pasada.

/span>

Rico pez dorado asado en la Playa La Boquita, bahía de Santiago, Manzanillo.

Llegamos a Manzanillo, y atravesamos la villa turística; hoteles, campos de golf, taquerías, pollos asados, alguna que otra discoteca… A este lado del Pacífico es una zona transitada, sobre todo en vacaciones, pero Manzanillo es más tranquilo y muy familiar. Tiene un puerto industrial de los más grandes de México, parece ser después del de Lázaro Cárdenas. Manzanillo se encuentra pues, entre el masificado Acapulco y el muy turístico y conocido Puerto Vallarta.

Nos presentamos en un Oxxo, uno de los supermercados pequeños que invaden México. Encontrarás uno cada 100 metros, y es literal. Abren varios de ellos al día aquí. Son todos iguales además. Compramos unas Tecate, Electrolit (un especie de suero azucarado y edulcorado que quita resacas y cansancio) y plátano frito en bolsa. Lo instalamos todo en nuestra flamante nevera portátil. Vamos a nuestro fabuloso Aparthotel Dolphin Cove Inn, con unas maravillosas vistas a la bahía. Hay un barco carguero chino bloqueado desde hace unas tres semanas parece ser. No sabemos por qué.  Nos instalamos en el hotel con ambiente de pensionistas, pedimos desayuno para el día siguiente porque no podremos ir ya que saldremos a pescar pronto, nos repartimos el equipo de snorkel, abrimos una Tecate bien fría y vamos a la bahía de Santiago, a la playa La Boquita, donde hay un barco hundido, el San Luciano, de 300 metros de eslora. Se hundió en 1959 por un ciclón y fue construido en Inglaterra en 1892.

/span>

Imagen del San Luciano, varado desde finales de los 50 en frente de La Boquita. Imagen: llcruise2.blogspot.com

Recorremos entre la playa y los manglares el camino por el pueblillo de restaurantes y mercadillos de playa en La Boquita. Es un camino de arena, lleno de restaurantes que ofrecen los mejores platos al mejor precio. Los niños corretean y te invitan a que vayas al restaurante de su padre o familiar. Te abordan. Te ofrecen hamacas por un puñado de pesos y las mejores ostras. Uno de los comerciales de los restaurantes te dice que tiene no sé qué de lo más fresco, y el del restaurante del al lado le contesta que no mienta, que de eso no hay, que no es época. Hay duchas (“regaderas”) por 5 pesos (15 céntimos). Todo es arena y barro, gente que espera, con sus menús en mano a que llegue un turista de fuera y le haga el agosto. Los de los fogones cortan pescado, hacen tortillas, cortan limas… Y levantan la mirada a ver si hay alguno de esos preciados turistas en las mesas. Llegamos a la playa después de decantarnos más o menos por un sitio. Nos metemos en el agua, que está un tanto marrón, y vamos hacia el San Luciano a bucear. Enseguida nos damos cuenta de que el huracán de hace unas semanas acaba de dejar su rastro: El agua está revuelta y va a ser difícil ver algo, de ahí el color marrón. Pero el barco sobresale del agua y en su chimenea más grande, o lo que queda de ella, está posado un pelícano, vigilante. Puede ser interesante. Nadamos unos 25 metros, sin ver nada debajo del agua más que partículas de lodo. Se oyen gritos- “¡No vayan! ¡Eeeeh! ¡Está prohibido! Tiburón! ¡Vuelvan! Eso y más silbidos. Y más berridos un tanto estridentes. Nos bloqueamos. Otro grupo vien
nadando sin hacer caso a los gritos de la orilla. Nosotros vamos volviendo, algo incrédulos y un pelín asustados. Sólo faltaba ver una aleta por aquí, rodeándonos, camino de descubrir el San Luciano. Coincidimos con el otro grupo: -Pinches pendejos, ni madres háganles caso. No saben nadar y les da rabia que nosotros sí.- Nos dicen.- No hay peligro, no hay tiburón. Hay escualos, pero lejos de aquí- razonan. Gracias a Dios. Ahora sí, con más gritos de fondo de esos grupos de jóvenes del interior que han ido a pasar el domingo a La Boquita, nadamos seguros al San Luciano. Enseguida se cansan de gritar y nos vamos mucho más tranquilos. Damos una vuelta y nos hacemos fotos con el móvil de “Pavo” con su funda acuática. Da un poco de mal rollo el barco fantasma. Hay peces de colores y el pelícano es muy gracioso. Pasamos entre las vigas de la parte superior del viejo maderero para luego descansar de pie sobre los viejos depósitos que tendría al lado de las chimeneas. Jesús ha perdido el móvil de “Pavo”, lo tenía agarrado y para hacerme una foto se le ha soltado después, sin darse cuenta. Los dos hermanos y yo buscamos el preciado Iphone con su flamante funda por los alrededores. Ni rastro-obvio-. Empieza el griterío entre los dos. Los términos “pinche”, “pendejo”, “no mames güey”, “me vale madres”, y otros exóticos como “verga” y “no manches” se suceden rápidamente. El pelícano y yo asistimos a una verdadera discusión apasionada 100% mexicana. Más apasionada que las discusiones de las telenovelas entre Juan Andrés y Luis Carlos en la Hacienda La Calandria luchando por el amor de Doña Lupita, nieta del respetable cantor de rancheras Don Pedro Pablo Gonsales. Faltan los sombreros y los revólveres. Y a mí un Tequila. La dialéctica es rica y los acentos marcados. El viejo barco duerme en silencio ante el sobresalto encima de sus cubiertas. Las cosas se calman y el móvil yace ya, seguramente, y para siempre, en las entrañas del viejo San Luciano o en el fondo de La Boquita. Nos retiramos y llegamos a la playa, esquivando los puestos de colchonetas y souvenirs para sentarnos en un restaurante de La Boquita. Nos dejan tomar una cervecita del coche, cosa muy normal en México. Otras mesas de gente más descarada combinan el pic-nic con algún pescado del restaurante. El dueño nos da la bienvenida calurosamente y pedimos un ceviche de camarón, un dorado asado y unos tacos con frijoles. Y alguna cosa más. Está todo buenísimo. Se acerca un buen hombre a vendernos una hamaca. “200 pesos, señor” nos anuncia. Hecha a mano y de la mejor calidad. Mis amigos mexicanos, calmados por la cervecita fresquita y el rico ceviche me recomiendan la compra. “Estas no se rompen nunca”. Venga, es un regalazo. Además la he adquirido de un hombre que las ha hecho a mano y me la han vendido en la Playa de Manzanillo. Es algo auténtico y hay que apostar por ello.

Después de comer, nos retiramos al hotel. Otra cervecita en el balcón con los cocoteros, el mar, la playita de arena blanca y el carguero chino de fondo. Ponemos el aire a tope y nos tiramos a la bartola un par de horas. Nos acicalamos un poco porque hemos quedado con Yoy, amigo de Jesús en El Camarón Feliz o algo así, un restaurante típico de la zona, adornado todo como de pesca, que ofrece fabulosas “Micheladas” y que tiene un par de peceras con las criaturas de pecera más feos que he visto en la vida.

/span>

Ya el tercer día, de vuelta de la pesca que repasaremos en la siguiente etapa; en la imagen Yoy, un servidor, «Pavo», Jesús y Fer.

Están Yoy, su tío Fer y su padre, Yoy padre. Nos invitan a unas Coronas y a unas Micheladas. Las Micheladas son zumo de lima con sal, distintos aderezos y cerveza. Personalmente creo que deberían llamarse “Cochinadas”, pero no quiero faltar al honor de tan preciada bebida para mis amigos y para el conjunto de los ciudadanos de México. Pedimos unos tacos de frijoles y unas quesadillas “para desengrasar”, y bastantes cosas más de picoteo. Tras las “chelas”, me obligan a probar una ginebra local, El Oso Negro, o algo así. Es de toda la vida. Ginebra mexicana. Quién lo diría. Es como si te ofrecen Tequila de Exeter, Reino Unido. Está bastante bien. Los Yoy y el tío Fer nos insisten que hay que hacer un asado “bien cabrón”. Me hace mucha gracia cómo hablan los dos mayores. Son graciosísimos y nos estamos riendo bastante con ellos. Acabamos en su casa, celebrando la vida con unas Jornadas Gastronómicas en toda regla en su casa de la playa de la Bahía de Manzanillo. Tiene una terraza muy amplia hecha con madera de palma, unas vistas a la bahía fantásticas y una piscinita maravillosa. Empezamos con jícama, un tubérculo fresco, con chile en polvo y mucha lima. Luego carne de res seca picante, de ahí pimientos y cebolletas enchiladas, luego unas salchichas, y de ahí “Peine”, una carne de res buenísima. Mientras tomamos más “chelas” Tecate e Indio, vamos pelando los chiles, cortando jícama, calentando tortillas… Es de lo más auténtico y casero. Ríete tú del programa de TVE 1 “un país para comérselo.” Estamos reventados y llenísimos. Nos siguen insistiendo que hay que probar esto, lo otro… Y no podemos más. Tomar una sóla pipa nos hubiera matado después de cuando dijimos basta. Nos esperaba una botella de ginebra Hendrick´s, además de un Chivas de 12 años, rodeado de unos puros Montecristo. Decidimos, ya a la 1 de la mañana y arrepentidos de comer tanto, volver a nuestro querido y fabuloso Dolphin Cove Inn, ya que hay que madrugar y la previsión de pesca de Marlin y Dorado resulta prometedora.

/span>

Imagen del elenco de productos del asado que pudimos degustar: «Peine», chiles, salchichas y cebolletas. Todo maravilloso, aunque demasiado abundante.

Nos tiramos en la cama, boca arriba, como las embarazadas en avanzado estado de gestación, con un mazacote de tortilla de maíz y carne en nuestros adentros como para parar un tren. Tardamos un poco en dormirnos, pero el airecillo tropical y el ambiente costero y tranquilo terminan el trabajo. La noche avanza lenta y relajada en la Bahía de Manzanillo.

Resumen del día

Colima: Capital del Estado con el mismo nombre de origen Náhuatl en honor al antiguo reino de Colliman, es de las primeras poblaciones fundadas en la Nueva España por los conquistadores. Destacamos su inmenso volcán, a poca distancia, su Catedral, el Teatro Hidalgo y su Palacio de Gobierno como lugares más representativos de la capital de este uno de los más pequeños Estados federales que tiene México en su conjunto (son 32).

Manzanillo: Tranquila y familiar villa turística y a la vez algo industrial, la “Capital del Marlin” fue el tercer puerto que crearon los conquistadores españoles en el Pacífico. Fue fundada en 1530 por capitán Gonzalo de Sandoval con el nombre de Tzalahua. La fauna natural de sus costas son de una riqueza inigualable: Tortuga marina, rayas, peces vela, dorados y también anfibios como iguanas o cocodrilos.

Consejo de El Viajero Incansable

Si vas al Pacífico, Manzanillo es una buena opción. Entre el conocido Acapulco y el concurrido Puerto Vallarta, Manzanillo es más tranquilo, familiar y barato.

-El Dolphin Cove Inn es un sitio fantástico; Es asequible, las vistas son preciosas, y las instalaciones muy bien puestas. Típico sitio de vacaciones sin pretensiones, muy bien hecho y agradable.

-La playa de La Boquita es el mejor sitio para empezar el día en Manzanillo. Bucear alrededor del viejo barco hundido San Luciano y tomarse luego un ceviche de camarones, son un par de apuestas seguras que garantizan un día redondo.

-La carretera de Guadalajara-Colima-Manzanillo es una preciosidad. El gran volcán Nevado de Colima, aún activo, puede subirse y es, al parecer, una maravilla y de un nivel muy normal. Queda pendiente para la siguiente vez, sin duda.

Aquí, queridos amigos, terminamos  con esta Parte Dos de la Primera Etapa de este apasionante viaje por tierras mexicanas. En la siguiente parte, saldremos de pesca, conoceremos lo que son las Caguamas y probaremos los mejores tacos de Manzanillo.

Gracias por vuestras visitas y numerosos “shares”, nos vemos muy pronto por las costas de Colima. Que paséis una estupenda semana.

Siempre vuestro,

¡Buen viaje!

 

Luis Poch de Gaminde
El Viajero Incansable

[email protected]
[email protected]


https://www.facebook.com/viajeroincansableintereconomia
@viajerolpochg

 

 

 

TEMAS |
.
Fondo newsletter