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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Joselito El Gallo y Juan Belmonte: una revolución complementaria

Concluye en Sevilla la exposición sobre la rivalidad que mantuvieron ambos toreros durante la segunda década del siglo XX y que dio lugar a la Edad de Oro de la Tauromaquia.

Un par de monteras, una de cada genio del toreo, la pistola con la que se suicidó Belmonte y la chaquetilla campera de aquél día, el traje de luces de Joselito el Gallo de la trágica tarde de Talavera de la Reina, una enorme foto de la Virgen de la Esperanza Macarena vestida de luto o el reloj que el Pasmo de Triana le regaló a su pareja poco antes de quitarse la vida. Son algunas de las reliquias que se han expuesto durante tres meses en la exposición “Una revolución complementaria” que concluyó ayer en el convento de Santa Clara de Sevilla.

Si algo puede decirse de la muestra es que ha reflejado con precisión la rivalidad que mantuvieron los dos grandes de la tauromaquia de comienzos del siglo XX: Joselito el Gallo y Juan Belmonte. Aquél enfrentamiento no sólo dejó una ciudad, Sevilla, dividida entre ambos toreros, sino que obligó al mundo del toro y a la prensa de la época a tomar partido por uno u otro torero. Y esa dualidad sacudió especialmente a Sevilla, ya de por sí cainita: La Macarena contra Triana, la Monumental contra la Maestranza, el arte gallista contra la quietud belmontista.

Precisamente el mérito de la exposición ha sido el de haber sabido reflejar cada uno de esos capítulos con imágenes y objetos de los propios protagonistas, algunos de mucho valor sentimental y en paradero desconocido durante años. Por eso, el que más curiosidad ha suscitado ha sido la pistola con la que Juan Belmonte se quitó la vida el 8 de abril de 1962 en su finca de Gómez Cardeña. Con el hallazgo y la exposición del arma se ha puesto fin a décadas de incertidumbre y misterio entre los más acérrimos seguidores del Pasmo de Triana.

La obsesión de Morante

Claro que la pistola de Belmonte no ha sido lo único que ha reclamado la atención de los visitantes. La enorme imagen de la Virgen Macarena vestida de luto tras la temprana muerte de Joselito el Gallo ha impactado a muchos aficionados. Lo cierto es que Joselito era hermano y muy devoto de la Cofradía de la Macarena, a la que llegó a regalar cinco joyas o “mariquillas” para la virgen compuestas por seis esmeraldas, seis diamantes y un diamante central de mayor tamaño cada una, que representan los cinco dolores de la Virgen: la profecía de Simeón, la pérdida de Jesús en el Templo, el Prendimiento, la Crucifixión y la Piedad. La decisión de vestir a La Macarena con un manto negro por la muerte del torero en la plaza fue la manera que el Hermano Mayor de la famosa Cofradía tuvo de agradecer a Gallito la devoción que siempre mostró hacia La Macarena.

La temprana muerte de Joselito a los 25 años puso fin a la Edad de Oro del toreo y dejó a Belmonte como máxima figura de la tauromaquia durante años. Quizá por eso y por la imprescindible biografía novelada que Chaves Nogales le dedicó a Juan Belmonte –uno de los primeros ejemplares ha estado expuesto– terminaron por hacer de Gallito un torero olvidado y eclipsado por la inmensa figura del Pasmo de Triana.

Sin embargo, hay quienes todavía hoy se declaran partidarios de Joselito el Gallo. Uno de ellos es Morante de la Puebla, que visitó la exposición y no pudo reprimir su admiración hacia el torero. De su conocimiento sobre Gallito da buena fe la frase que le soltó a uno de los miembros de la exposición: “Ese vídeo está cortado, la estocada Joselito es a la tercera y no a la primera”.

Lector empedernido

Partidismos aparte, la rivalidad entre las dos máximas figuras de la época fue algo que en realidad no perjudicó su relación. En mitad de ese ambiente enfurecido, ambos diestros forjaron una gran amistad de la que destacan anécdotas como la que sigue. En la exitosa temporada de 1920 de Belmonte y Gallito, un sector de la afición ponía en duda tal rivalidad argumentando que ninguno recibía cornadas. El 15 de mayo ambos compartían cartel en Madrid y unos aficionados se acercaron al patio de cuadrillas a increparles: “¡Estafadores, ladrones!”. Belmonte, con el temple marca de la casa, se acercó a uno de ellos y le dijo al oído: “Y si le robamos, ¿por qué no nos denuncia usted a la Policía?”.

Tras la corrida los dos prometieron no volver a torear en Madrid durante un tiempo. Es más, Joselito rompió el contrato que le obligaba a torear allí al día siguiente. Trágico destino, pues en su lugar decidió torear en Talavera de la Reina, donde encontraría la muerte en los cuernos de Bailador, el quinto de la tarde.

Mucho se ha escrito sobre el carácter de Juan Belmonte y su relación con los intelectuales. Conviene recordar lo que de niño aprendió en una de las noches de toreo clandestino en las dehesas de Tablada. El aprendiz de torero se quedó solo y fue alcanzado por un guardia armado: “Tú eres uno de los granujas que me roban la lancha para cruzar el río”, le dijo. Belmonte apartó de un manotazo la pistola y le contestó: “¿Y usted de qué me conoce a mí para tutearme?”. Desde entonces se convenció de que en la vida –como en el toreo– lo primero es saber parar.

Bajo esa premisa Juan Belmonte fue haciéndose un hueco en el escalafón taurino y entre los intelectuales de la época, con los que frecuentaba el Café de Fornos. En poco tiempo pasó de robar naranjas de las huertas sevillanas a codearse con algunos de los miembros de la Generación del 98: Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Enrique de Mesa… De ahí se avivó su afición por la lectura. Dicen que en la temporada 1919 –en la que batió el récord de corridas con 109– leyó 90 obras. Sus preferidos eran Stendhal y Dostoyevski, aunque fue una novela de Anatole France la que propició que un día prefiriera quedarse leyendo en el hotel antes que ir a la plaza cumplir con su deber.

 

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