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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: ‘Miel’, relato de la ‘dolce morte’ (***)

La actriz italiana Valeria Golino podría haber elegido el camino fácil en su debut como directora. No lo hizo. Tomó la vía complicada con audacia, la retorció para abordar el tema tabú de la eutanasia y salió victoriosa. Así es ‘Miel’, la ópera prima de Golino: una mirada honesta al suicidio asistido, una huída de los juicios de valor y, en definitiva, una película que taladra al espectador con interrogantes para que sea él quien elija su propia respuesta.

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Que el nombre de la película parezca una ironía es sólo el principio. Miel es el seudónimo una joven italiana (Jasmine Trinca) que trabaja en el negocio clandestino de la eutanasia como un ángel que lleva la muerte a los domicilios que solicitan sus servicios. En el inicio de la película la conocemos manejando con unos guantes las pastillas letales con la frialdad y la precisión de un cirujano, ajustando la música del gusto del enfermo que quiere morir, y asistiendo impasible a un fallecimiento que parece de todo menos dulce. Miel sobrevive autoconvenciéndose de que su trabajo significa ayudar a las personas con enfermedades terminales hasta que conoce al señor Grimaldi (Carlo Cecchi), un hombre depresivo de 70 años que contrata su mortífero servicio y, sin embargo, está perfectamente sano.

¿La eutanasia es una ayuda o es un asesinato? ¿Quién determina cuándo se puede abandonar la vida? ¿Acaso alguien está capacitado moralmente para tomar esa decisión? Estos son algunos de los interrogantes que surgen en este preciso intante en el que Miel choca con un «paciente» que se siente terminal de espíritu, que no de cuerpo. Un personaje que, sin embargo, no se siente perdido cuando asegura que ha dejado de disfrutar de lo que le puede ofrecer la vida y que la única salida que le queda es la muerte.

La valía de la película de Golino reside en que aborda el tema de la eutanasia con una actitud vitalista. La protagonista, Miel, se encuentra a la deriva en un mundo del que está completamente anestesiada y atraviesa una crisis existencial que evoluciona y se transforma a lo largo del filme. Se pone los cascos de música para no oír, miente para no afrontar la realidad y llena su vacío interior con relaciones fugaces que no llevan a ninguna parte. Y esta es la verdadera ironía de ‘Miel’: no es una película sobre el suicidio asistido; es una película sobre las cientos de razones que llevan al ser humano a actuar de una manera u otra y cómo a veces las respuestas no se corresponden con blanco o negro, sino con una escala de grises.

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Valeria Golino cuida cada detalle de la película, con planos muy pensados que estudian cada mirada y que nos hacen creer que todo lo que vemos puede ser una metáfora. Además, el ritmo de ‘Miel’ no decae en ningún momento, en parte por la buena actuación de Jasmine Trinca, que sostiene casi la totalidad de la historia, y por los inteligentes diálogos que intercambian los protagonistas. Sin embargo, el punto negativo de la película es que, aunque su intención consiste en plantear -y sólo plantear- cuestiones de fondo al espectador, pierde fuerza en la segunda mitad y muestra momentos que acaban siendo predecibles.

A pesar de todo, Golino prueba en ‘Miel’ que es capaz de abordar un asunto tan complejo como la eutanasia sin caer en el melodrama ni la lágrima fácil. Y este satisfactorio debut de la directora, aunque no es perfecto, merece un reconocimiento por ser capaz de hablar de un tabú desde la serenidad y, quizás, de abrir un debate en Europa.

Calificación: 7/10

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