«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El odio a los católicos

En España, las agresiones contra los católicos son cada vez más frecuentes. A la burla habitual de creencias y símbolos y a la caricatura del magisterio de la Iglesia, se suma desde, hace algún tiempo, la profanación de sus lugares de culto. Hace apenas unas semanas, dos iglesias ardieron en Galicia en sendos incendios provocados. El miércoles pasado la capilla de la Universidad Autónoma apareció profanada. En los muros habían pintado consignas en favor del “aborto libre” y la “educación laica”. La Policía está tratando de identificar a los autores -o autoras- de este nuevo acto de violencia.

 

He aquí la primera cuestión. La historia de los totalitarismos del siglo XX nos enseña que la violencia física es un punto de destino, no de partida. A las lesiones o al homicidio lo preceden otras acciones que jalonan el camino y convierten en “normal” el hostigamiento a grupos o personas. A la “normalización” se le suma la pretendida justificación como acto de protesta o como respuesta a una supuesta agresión previa. Una interpretación torcida de la libertad de expresión se convierte, de este modo, en el pretexto para un atentado contra la libertad religiosa de los católicos.

Esto hay que decirlo con claridad: los católicos sufren campañas de hostigamiento del populismo de izquierdas. Los mismos que felicitan con entusiasmo el Ramadán a los musulmanes -no me autojustificaré recordando que yo también lo hago- pretenden minusvalorar o justificar la profanación de un espacio donde los católicos rezan. Por cierto, algunos de esos mismos populistas que se conmueven en las conmemoraciones del Holocausto -y no dudo de su sinceridad- callan también cuando un terrorista irrumpe a tiros en un centro comercial de Tel Aviv o apuñala a un rabino en Jerusalén. A los cristianos y los judíos les suele ir bastante mal allí donde los populistas de cualquier signo llegan al poder.

Pero volvamos a España, en cuya actualidad desconcertante abundan las personas que se declaran a sí mismas “socialdemócratas” cuando no logran superar el miedo de llamarse “comunistas”. ¡Pobre socialdemocracia, cuyo nombre hurtan los chavistas españoles!

Bueno, en realidad no siempre es miedo. A veces, es solo conveniencia táctica. Uno debe cambiarse el nombre -y la apariencia si es preciso- según el equilibro de fuerzas de la lucha de clases. Bienvenidos al marxismo-leninismo. Ahora fíense de las consignas que difunden en campaña electoral.

El propio Lenin fijó esta doctrina a propósito de la religión y la posición que debía adoptar el “partido obrero” (hoy dirían “de la gente”). En su texto de 1909 “La actitud del partido obrero hacia la religión” -en aquellos años, los comunistas también se llamaban a sí mismos “socialdemócratas”- Lenin sienta algunas bases de la posición del partido respecto de la religión. Por supuesto, hay algunas diferencias con la actualidad -por ejemplo, en Rusia la práctica religiosa tenía características propias, como la devoción de los Viejos Creyentes- pero no está tan alejada de la que sus seguidores aplican en nuestro país.

En aquel texto, decía el viejo revolucionario:

“La socialdemocracia basa toda su concepción del mundo en el socialismo científico, es decir, en el marxismo. […] La religión es el opio del pueblo. Esta máxima de Marx constituye la piedra angular de toda la concepción marxista en la cuestión religiosa. El marxismo considera siempre que todas las religiones e iglesias modernas, todas y cada una de las organizaciones religiosas, son órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera.”

Más adelante, Lenin precisa cómo ha de librarse esta lucha contra la religión de modo que se la debilite hasta su desaparición. En primer lugar, recuerda que la consigna de que la religión “sea un asunto privado” tiende a que la religión sea erradicada, no a que sea protegida:

“Engels requería del partido obrero que supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al proletariado, para realizar una obra que conduce a la extinción de la religión, y no lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión. Este punto de vista arraigó en la socialdemocracia alemana, que se manifestó, por ejemplo, a favor de la libertad de acción de los jesuitas, a favor de su admisión en Alemania y de la abolición de todas las medidas de lucha policíaca contra una u otra religión. «Declarar la religión un asunto privado»: este famoso punto del Programa de Erfurt (1891) afianzó dicha táctica política de la socialdemocracia.”

Sin embargo, ¡cuidado! Los comunistas deben aceptar esto solo en la medida en que sirva a la dinámica de la lucha de clases. De nuevo, Lenin hace la advertencia. No se trata de salvar a la religión sino de destruirla mejor:

“El Partido del proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto privado; pero no considera, ni mucho menos, «asunto privado» la lucha contra el opio del pueblo, la lucha contra las supersticiones religiosas, etc. […] El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es tan implacable enemigo de la religión como el materialismo de los enciclopedistas del siglo XVIII o el materialismo de Feuerbach. Esto es indudable. Pero el materialismo dialéctico de Marx y Engels va más lejos que los enciclopedistas y que Feuerbach al aplicar la filosofía materialista a la historia y a las ciencias sociales. Debemos luchar contra la religión. Esto es el abecé de todo materialismo y, por tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va más allá. Afirma: hay que saber luchar contra la religión, y para ello es necesario explicar desde el punto de vista materialista los orígenes de la fe y de la religión entre las masas.”

No les cansaré más con citas de Lenin. Baste señalar que la ofensiva contra los católicos en España hunde sus raíces en la doctrina que el populismo de izquierdas ha asumido y proclama cada cierto tiempo. La manipulación del término “socialdemocracia” para identificarla con el “comunismo” durante la campaña electoral dista de ser casual. La pretensión de relegar la religión al ámbito privado va de la mano de la propaganda antirreligiosa -es decir, en este caso, anticatólica- y de la manipulación del sistema educativo. De ahí la animadversión contra los colegios religiosos, sean privados o concertados.

Así, cada aso que se da en pro de una pretendida laicidad encubre, en realidad, un retroceso en la libertad religiosa de todos. La profanación de la capilla de la Autónoma es un acto de violencia que debería hacer saltar todas las alarmas y provocar una reacción decidida y contundente. No se trata de dirigir la religión al ámbito privado, sino de extirparla por completo del cuerpo social. Los comunistas lo han intentado siempre allí donde se han hecho con el poder. La historia de los campos de concentración y trabajos forzados en la Unión Soviética registra miles de religiosos, sacerdotes, monjas y, en general, creyentes que sufrieron prisión y muerte a causa de su fe.

Europa es incomprensible sin el legado religioso judeocristiano que los comunistas trataron de destruir persiguiéndolo y asfixiándolo. Hoy la libertad religiosa es una de las cuestiones cruciales del debate público. Desde la ofensiva laicista de la II República, no se escuchaban ni veían algunas de las cosas que estamos presenciando.

¿Cómo no estar preocupados?

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