«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El pacifismo suicida

El lunes pasado 22 personas murieron y otras 59 resultaron heridas en un atentado yihadista. El sospechoso de cometerlo se llamaba Salman Abedi y tenía 22 años. El Estado Islámico asumió la autoría. A las pocas horas del crimen, las redes sociales y los medios de comunicación se llenaban de llamamientos a la unidad de los demócratas, promesas de que los terroristas no lograrían sus objetivos y votos por la paz. En un desfile que ya nos resulta familiar, la mayoría de líderes políticos de Europa han lanzado mensajes a través de sus cuentas personales de Twitter, Facebook y otras plataformas. Se hicieron minutos de silencio en la mayoría de las instituciones españolas. Todo esto debería llenarnos de orgullo. Al pueblo español nadie puede darle lecciones de solidaridad y compromiso con las víctimas. No faltaron ni los montajes fotográficos conmovedores ni el ya habitual imaginario de velas votivas y de fondos musicales con la canción “Imagine”, que exalta una pretendida paz y una supuesta tolerancia.

Todo esto es emotivo y dice mucho de la sensibilidad de los europeos y, en lo que toca a nuestro país, de los españoles. Debe tranquilizarnos que los terroristas no han conseguido que dejemos de conmovernos y de lamentar la muerte y el dolor. Debe ser un motivo de alivio que no hayan logrado convertirnos en lo que ellos son: asesinos que profanan el nombre de Dios cada vez que lo pronuncian, desalmados que lapidan mujeres y arrojan a los gays desde las azoteas. Es un consuelo saber que, con todas las sombras de la historia de Occidente, más de veinte siglos de tradición bíblica nos siguen recordando el amor y la misericordia de un Dios de vida y no de muerte.

En nuestra tradición, la paz no es consecuencia de la rendición ni el miedo, sino de la justicia. No es un fin en sí misma, sino la consecuencia de un orden justo y racional. Los grandes héroes de Occidente, desde Aquiles hasta Roldán y El Cid pasando por el rey David y los Macabeos, han sido capaces de luchar si era preciso. La historia del siglo XX nos enseña el peligro de la cobardía y el apaciguamiento frente a la injusticia, la sinrazón y la barbarie. Sin una decisión firme de vencer, ni el nazismo ni el fascismo hubiesen sufrido la derrota a manos de los aliados. Sin la confusión moral de nuestro tiempo, el comunismo languidecería en un rincón oscuro de la Historia junto a las demás ideologías totalitarias en lugar de gozar del prestigio y la buena fama que aún disfruta en algunos círculos sociales.

Durante el siglo pasado, millones de hombre y mujeres lucharon y se sacrificaron en el combate contra esas ideologías que someten al ser humano a un orden perverso e inhumano. Sigue teniendo vigencia en nuestro tiempo el célebre discurso de Pericles que recoge Tucídides en “La guerra del Peloponeso” y exalta la educación en la libertad y el valor: “[…] también sobresalimos en los preparativos de las cosas de la guerra por lo siguiente: mantenemos nuestra ciudad abierta y nunca se da el que impidamos a nadie, ni siquiera a los extranjeros, que pregunte o contemple algo —al menos que se trate de algo que de no estar oculto pudiera un enemigo sacar provecho al verlo—, porque confiamos no más en los preparativos y estratagemas que en nuestro propio buen ánimo a la hora de actuar. Y respecto a la educación, estos, cuando todavía son niños, practican con un esforzado entrenamiento el valor propio de adultos, mientras que nosotros vivimos plácidamente y no por ello nos enfrentamos menos a parejos peligros”.

Sin embargo, Tucídides sabía que la guerra es necesaria para defender esas libertades. Por eso, se debe honrar a quienes luchan y caen defendiendo ese modo de vida que Atenas encarna y que forma parte de la tradición de Occidente. De ahí venimos, de eso somos herederos y eso es lo que está en juego.

Hoy se libra una nueva guerra que no siempre tiene campos de batalla definidos ni enemigos uniformados, pero que amenaza todo aquello que en lo que creemos. En algunos escenarios, se despliegan ejércitos convencionales. En otros, el teatro de operaciones es digital y los ordenadores han reemplazado a los cañones. En todo el mundo, el terrorismo se ha convertido en el instrumento que los yihadistas emplean para doblegar a gobiernos y sociedades.

Así, los terroristas llevan años golpeando a Europa como vienen haciendo durante décadas con los países del Oriente Próximo y Asia desde Indonesia hasta Marruecos. Sin embargo, el miedo no debe llevarnos a perder la claridad moral ni a debilitar las convicciones sobre las que está fundada nuestra civilización y que, por desgracia, a menudo parecen olvidadas. El pretendido pacifismo que revelan algunas de las manifestaciones públicas que leemos y escuchamos solo encierra un espíritu de rendición que nos abocará al desastre. A fuerza de velas, condolencias y canciones de John Lennon no se logrará contener la violencia que los asesinos desatan cada cierto tiempo sobre unas sociedades cada vez más asustadas y, por lo tanto, cada vez más vulnerables.

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