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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Estos portugueses formidables

Una de las debilidades del pensamiento conservador en España es que, a veces, se olvida la importancia de lo que se pretende conservar. Una de los fallos del pensamiento progresista es que, con frecuencia, se confunde “progreso” con “cambio” cuando se trata de cosas bien distintas. Por eso hay que estudiar y leer más Historia, más Filosofía, más Literatura. Durante años se minusvaloró la enseñanza de las Humanidades en la secundaria. Algunos decían que no servían para encontrar trabajo. Otros que no valían más que para enseñar. Hubo quien directamente sostuvo que no servían para nada. Así nos ha ido. Así nos va.

Por eso hay que recordar lo que nuestra civilización significa y cuál ha sido su trascendencia en la Historia universal con sus muchas sombras y sus muchísimas luces.

El 4 de marzo de 1394 –hace ahora 622 años- nació en Oporto Enrique de Portugal, infante de la casa de Avis a quien la historiografía del siglo XIX puso como apodo “El Navegante”. Por desgracia, en España suele conocerse poco la Historia de Portugal y eso supone, irremediablemente, un desconocimiento también de la española y la universal.

Hubo un tiempo en que los navegantes de la Península -portugueses, castellanos, vascos, catalanes, andaluces y de tantos otros sitios- surcaron los mares y se atrevieron con rutas inexploradas. Esto fue posible gracias a la tecnología –el astrolabio, el sextante, las cartas de navegación- pero sobre todo a una forma de la vida y del espíritu que celebraba el coraje, el arrojo y el ansia de conocer: el humanismo.

El rey Enrique el Navegante encarnó este ideal que hizo grande a Occidente y nos dio algo que conservar hasta nuestros días: una forma de estar en el mundo. Hijo, hermano y tío de reyes, por sus venas corría sangre portuguesa e inglesa: la de su padre Juan I y la de su madre Filipa de Lancaster. A los veinte años, se lanza a la conquista de Ceuta –que tiene un monumento en su honor en uno de los paseos marítimos más hermosos de España- y la toma en 1415. Cuando este joven príncipe solo tiene 26 años (1420) lo nombran Gran Maestre de la Orden de Cristo, que ha sucedido a los Templarios, fundamentales en la Historia de Portugal. En seguida ve que Este reino será grande si logra el dominio de los mares. Convierte el Algarve en una base naval formidable. Tendrá una armada fabulosa. En 1425 los portugueses llegan a Madeira. En 1433, logra de su hermano el rey Eduardo I el derecho de explorar más allá del cabo Bojador. Comienza la circunnavegación de África. ¿Solo buscan riquezas? No, la expansión marítima de los reinos peninsulares jamás fue solo una empresa comercial. Se trataba de ganar almas para Cristo y la fe, algo que el oro no podía comprar. En 1434, el almirante Gil Eanes pasa el cabo. Las carabelas de Portugal no conocen límites. No los aceptan. No los respetan. Así prosiguen las travesías hacia el sur, hacia lo desconocido. Desde el periplo de Hannón, el capitán cartaginés, nadie ha bordeado la costa de África. En 1444 estos portugueses llegan a Senegal y doblan el cabo Verde. La naturaleza puede ser domeñada, las rutas abiertas, los territorios explorados. Tras los navegantes llegarán los soldados, los misioneros, los comerciantes. Pero los primeros son estos portugueses que parecen no temer a nada: ni al océano infinito, ni a los pueblos desconocidos, ni a las tempestades. Occidente ha celebrado el heroísmo y el coraje desde la Ilíada. Si Homero hubiese vivido en este siglo de exploradores y navegantes, hubiera escrito sobre Enrique el Navegante. A falta de Homero, tuvieron a Camões, que cantó a “a las armas y los varones señalados”. Siempre me llena de orgullo pensar que llamó a aquellos hombres “Uma gente fortissima de Espanha”. Por supuesto, se refería a la Península –Hispania- pero esto no merma la belleza de la figura; antes bien, recuerda que la historia de los pueblos peninsulares está tan entrelazada como su geografía. En 1460, Diogo Gomes descubre el archipiélago de Cabo Verde. En 1455 y 1456, sendas bulas papales declaran el dominio de Portugal sobre los territorios descubiertos -conquista, comercio y navegación- así como la autoridad de la Orden de Cristo en ellos.

En apenas 50 años, Portugal ha abierto un mundo nuevo para Europa. Al final del siglo, sus navíos habrán llegado a la India y al Brasil. Ya habrá tiempo de recordarlo.

El infante D. Enrique murió en 1460 en Sagres, donde estuvo una mítica escuela de navegación cuya existencia disputan ahora los historiadores. En realidad, no es tan importante si hubo o no tal escuela porque lo más relevante para transformar la Historia –el espíritu, la voluntad, al decisión- ya lo tenían aquellos portugueses.

 

Rindamos, pues, un merecido homenaje al infante D. Enrique el Navegante, nacido hace hoy 622, y a aquellos almirantes y marineros que se aventuraron donde nadie se atrevía. 

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