«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La presencia militar

Ada Colau, Alcaldesa de Barcelona, visitó esta semana el Salón de la enseñanza que se celebraba en la Ciudad Condal. Allí, entre expositores de estudios universitarios, formación profesional o idiomas, había un estand del Ejército en el que dos militares atendían a quienes se interesaban por las Fuerzas Armadas como opción educativa y salida profesional. Durante su visita la alcaldesa les afeó la presencia en el Salón. Mientras saludaba a uno de ellos, le confesó que prefería que no estuviesen allí: “Ya sabes que nosotros como Ayuntamiento preferimos que no haya presencia militar en el Salón […] simplemente porque creemos que hay que separar los espacios”. Debe de ser por eso que quiere expulsar a la Hermandad de Antiguos Caballeros legionarios de Barcelona de su local en la Zona Franca.

No entraré en el detalle feísimo de que una alcaldesa durante una visita oficial tutee a un militar uniformado. Con toda la cercanía y proximidad que se quiera, el tratamiento de “usted” denota cierta distancia de respeto. Todo puede decirse con la cortesía y la educación que el protocolo impone sin necesidad de condescender a un tratamiento que delata una confianza fingida y una naturalidad impostada. Los portugueses llevan siglos de historia llamándose “senhor” o “senhora” entre desconocidos. Los franceses emplean el dignísimo “vous” para casi todo. Tal vez por eso, están entre los países más cultos del mundo. Cuando se conoce a alguien que está dispuesto a morir por España, lo mínimo que uno podría hacer es respetarlo en las formas… Aunque quizás ese sea el problema de fondo.

Una de los grandes errores del pensamiento conservador fue tolerar el arrinconamiento de la cultura militar en el discurso público a medida que la izquierda iba identificando lo militar con “el militarismo”. So pretexto de un pacifismo irresponsable y frívolo -ese de José Bono que prefería morir a matar porque era Ministro de Defensa- la izquierda fue abrazando un discurso que aborrecía de las Fuerzas Armadas y se avergonzaba de su historia, que por cierto es admirable.

Así nos ha ido en España. Ha habido que esperar más de dos siglos y medio para que Blas de Lezo tuviese la estatua que hoy se alza imponente en la Plaza de Colón. Salvo en Melilla y Ceuta, donde la presencia de los ejércitos es parte inseparable de la vida ciudadana, en el resto de España los hechos de armas se conmemoran con cierta tibieza o directamente suelen silenciarse. Los monumentos y las placas se conservan, pero apenas nadie recuerda qué conmemoran. Cuando se celebra un acontecimiento bélico, se suele soslayar la parte del combate. Como si España hubiese bajado los brazos ante su historia, parece de mal gusto recordar las guerras de la Reconquista o el pasado imperial.

Sin embargo, la historia de España -sus terribles errores y su gloriosas gestas- no pueden entenderse sin sus ejércitos. A lo largo de los siglos, las armas españolas se ganaron el temor y el respeto de sus enemigos. Sus generales han brindado ejemplos de liderazgo, estrategia y coraje que se estudian en las académicas militares de todo el mundo. Ahí tienen las campañas de Italia de 1496 y 1497 y de 1503 bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) o la defensa de Cartagena de Indias, donde Blas de Lezo infligió a los ingleses una derrota inolvidable. Hasta en una derrota como Trafalgar, hombres como Churruca, Alcalá Galiano y Gravina se cubren de gloria. A Nelson le costó un brazo el ataque, en 1797, a Santa Cruz de Tenerife, donde las Milicias Canarias al mando del general Gutiérrez de Otero resistieron como leones.

Da vergüenza ajena que Ada Colau pretenda separar los “espacios” como si los militares españoles contagiasen algo dañino. El ejército español ha acometido transformaciones muy profundas sin renunciar a sus principios. Allí donde han ido han dejado una memoria imborrable y noble de lo que el nombre de España significa. Una vez, en el Santo Sepulcro, coincidí con unos religiosos y un pope. Eran serbios de Bosnia que habían viajado a Jerusalén en peregrinación. Reconocí el idioma que hablaban. Uno no tiene a menudo ocasión de practicar el serbocroata, así que intercambiamos unas palabras en su lengua. El pope me preguntó de dónde venía y, al responderle que era español, el rostro se le iluminó de alegría. Me habló de lo que los legionarios destinados en Bosnia habían hecho por la paz y la reconciliación. Tiempo más tarde pude verlo en persona al recorrer Bosnia y constatar el recuerdo feliz que han dejado aquellos hombres y mujeres que servían bajo la bandera roja y gualda.

Ada Colau no teme al “militarismo”, que en España hace muchísimo que dejó de existir y nunca tuvo la importancia que adquirió, por ejemplo, en los regímenes de juntas militares en Iberoamérica. No, la alcaldesa de Barcelona teme a lo que temían esos políticos mediocres que borraron de la Academia de Talarn el lema “A España servir hasta morir”: teme que el patriotismo no haya desaparecido por completo. Teme que décadas de educación nacionalista, de tergiversación de la historia y de mentiras simples y llanas no hayan terminado de funcionar y que el solo contacto con hombres y mujeres de los ejércitos refute los embustes de treinta años de nacionalismo catalán. Imagínense si alguien les contase que la consigna en Gerona para el alzamiento contra las tropas de Napoleón fue “Eixa nit a las dotse, cada vehí matarà son porch”[1] -así, en catalán- o que la batalla de Wad Ras se ganó gracias a los voluntarios catalanes de Prim. Figúrense si tuviesen que estudiar la biografía de Agustina Raimunda María Saragossa i Domènech, “Agustina de Aragón”: barcelonesa de la calle Sombrereros, española a carta cabal, defensora de Zaragoza -a Napoleón le hicieron falta tres mariscales- y fallecida en Ceuta en 1857.

España cuenta con la unidad militar más antigua del mundo: el Regimiento de Infantería «Inmemorial del Rey» nº 1. Hay en sus ejércitos tropas de élite, como La Legión, y regimientos en los que sirvieron hombres que hicieron suyo el nombre de España luchando bajo su bandera en las guerras de África. Ahí está mi Grupo de Regulares de Melilla 52, que es la unidad más condecorada del Ejército español. Quienes estudian la presencia española en Marruecos, solo pueden quedar admirados por aquellos oficiales que se adentraban Rif adentro, iban a las cabilas, hablaban tamazigh y “sabían maneras”, es decir, conocían la cultura de aquellas tribus indómitas cuyo destino se entrelazó al de España durante mucho tiempo. El Desastre de Annual, con sus muchos fracasos de mando, dejó, sin embargo, hechos de armas que deben recordarse: la carga al paso del Alcántara protegiendo la retirada de sus compañeros sobre el río Igan al mando del teniente coronel Primo de Rivera o la defensa de Igueriben hasta el final con el comandante Julio Benítez lanzando un último mensaje: «Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, los de Igueriben mueren, no se rinden. Me quedan doce balas de cañón, contadlas, y al sonar la última disparad sobre nosotros porque estaremos mezclados en lucha con los moros». Ahí está, para quien quiera recordarla, la defensa de Nador en 1921, donde los guardias civiles al mano del teniente coronel Pardo ganaron un tiempo precioso e impidieron la caída de Melilla.

Hay que recordar cuantas veces sea preciso que las academias militares de España están entre las mejores del mundo. Centenares de oficiales extranjeros vienen a formarse a España precisamente por su calidad. Desde las ciencias exactas hasta la historia, hay militares españoles que hacen buena la tradición de Garcilaso de aunar las armas y las letras.

De eso se trata, en fin, cuando se cuestiona la presencia militar en el Salón de la Enseñanza de Barcelona. Ada Colau pretende erradicar lo que el ejército español significa -sigue significando hoy- para miles de españoles por todo el país: una magnífica formación, un porvenir profesional y una vocación de servicio a España forjada a lo largo de los siglos.

Por esto -precisamente por esto- la cultura de la defensa debería difundirse y normalizarse. No debería sorprender ver militares uniformados y deberían aprenderse lo que cualquiera sabe en otros países: que las Fuerzas Armadas de España son motivo de orgullo y merecedoras de honor allí donde se encuentran. Por eso, Ada Colau las quiere lejos. Por eso, debemos hablar y escribir más sobre ellas.


[1] Esta noche a las doce, cada vecino matará a su cerdo (los soldados franceses recibían ese apodo y se alojaban en las casas de los gerundenses).

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