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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Eugenio D’Ors: un genio olvidado

Eugenio D’Ors nació en Barcelona en 1881. Enamorado de Grecia y Roma, pensaba que el nuevo siglo tenía que traer una renovación cultural y la vio en la vigencia permanente de lo clásico. Rompió con el modernismo y creó otra cosa: el Noucentismo. Quería renovar a fondo del espíritu de la sociedad. En esa tarea escribió sin pausa mientras terminaba sus estudios de Leyes. A caballo entre Madrid, Barcelona y París, se casó con la escultora María Pérez-Peix, una atractiva mujer de gran personalidad, y focalizó toda su reflexión en las glosas: breves comentarios diarios en prensa concebidos como auténticas píldoras filosóficas.

Hacia 1914 dio a luz su primera gran obra: “La filosofía del hombre que trabaja y que juega”. Para D’Ors no hay diferencia radical entre el trabajo y el juego, entre la necesidad y el arte, entre la utilidad y la belleza. Todo lo que el hombre hace contiene al mismo tiempo ambas dimensiones: la científica, técnica, económica, racional, y la creativa, estética, gratuita, lúdica. Mimado y enseguida condenado por el regionalismo catalán, nuestro autor terminó en Madrid: escribía en español con la misma brillantez que en catalán. En 1927 ingresa en la Real Academia Española y sigue elaborando su pensamiento. Al nacionalismo, que considera una superstición, opone el ideal de la universalidad, que entiende como Catolicidad, Humanidad, Ecúmeno. Además de criticar el nacionalismo, ensalza la tradición: en ella se encuentran todos los desarrollos posibles del presente, y cuando se quiebra el hilo que nos une a la tradición, se arruina la cultura y se extingue el espíritu.

Como muchos pensadores de su tiempo, D’Ors desconfiaba de las instituciones liberales. Él era partidario de una suerte de autoridad ética que garantizara la jerarquía frente a la anarquía. El instrumento: la selección de los mejores en una sociedad organizada en torno a corporaciones, donde las personas participen según su función. El Estado tiene tres misiones. La primera es la Educación, y eso se consigue a través del humanismo. La segunda es la Selección, y el instrumento ha de ser la jerarquía corporativa o hereditaria. La tercera misión del Estado es la Autoridad, y para ello lo mejor es la unidad de mando. Eso se sintetiza en tres principios: Roma, Europa y la idea de Imperio.

Al estallar la guerra civil, D’Ors –cincuenta y ocho años ya- dejó París, donde vivía, se presentó en Pamplona con boina roja y camisa azul y comenzó inmediatamente a trabajar para la España de Franco. Fue nombrado secretario perpetuo del Instituto de España, la entidad que reunía a todas las Reales Academias. Después, como Jefe Nacional de Bellas Artes, se encargó de recuperar el tesoro artístico expoliado por el Frente Popular, y especialmente los fondos del Museo del Prado. Será un nombre fundamental en la cultura española del primer franquismo.

D’Ors vio los límites de la racionalidad científica, concibió una teoría de la estética que sigue viva, supo entender la existencia humana como una mezcla hirviente de razón y espíritu, de ciencia y vida. Fue, sin duda, un genio.

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