«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La valentía, el terror y las raíces de Europa

El atentado de este viernes en Alemania ha vuelto a generar, como de costumbre, una oleada de mensajes en las redes sociales que reafirman el compromiso con los valores democráticos expresados mediante distintas fórmulas. Desde el lema oficial de la República Francesa, “libertad, igualdad, fraternidad”, hasta las banderas alemanas con crespones negros y las fotos de velas con algún mensaje de condolencia, miles de personajes públicos y millones de nuestros conciudadanos han expresado su “condena” del atentado, su “apoyo” y su “solidaridad” con las víctimas. Algunas personas han pedido oraciones con la etiqueta #prayformunich.

Estos mensajes revelan, por una parte, la nobleza de sentimientos de millones de personas conmovidas por el sufrimiento de las víctimas del atentado, que ascienden a nueve muertos y 16 heridos en el momento en que escribo estas líneas. Algunos manifiestan su simpatía -que viene del griego συν πάθος y significa “sufrir juntos”- hablando de los heridos, los muertos y los aterrorizados mediante expresiones como “todos somos X”.

Estas expresiones de compasión y tristeza colectiva permiten albergar cierta esperanza de que no todo se ha perdido en Europa. En general, nos sigue pareciendo una abominación injustificable que alguien abra fuego contra una multitud pacífica. No olvidemos que, en España, hay quien justifica a ETA y trata de limpiarle la cara y blanquearle la historia, así que comprenderán que valore en lo que merece esta ola de afecto hacia las víctimas e indignación contra los victimarios. En medio del horror, ya digo, hay quien se conmueve, hay quien trata de auxiliar, hay quien contempla aterrado…

Sin embargo, las reacciones sentimentales se agotan a los pocos días. La vorágine informativa distrae la atención y enfoca el discurso público hacia otras cosas. Hasta el siguiente atentado -más velas, más crespones, más votos de “solidaridad”- los europeos quedamos en estado letárgico y olvidamos que la compasión sola no basta para derrotar el mal. Sin acciones concretas y efectivas en distintos niveles -y, especialmente, en el de la política, que debería ocuparse del bien común- toda esta legítima indignación y esta conmovedora oleada de afecto queda frustrada sin transformar nada. Ni a los asesinos como Anders Behring Breivik ni a los terroristas yihadistas les preocupan nada las palabras de condolencia.

Occidente -y, en especial, Europa- se enfrenta hoy al dilema de salvarse a sí misma como civilización o perecer en un marasmo de sentimentalismo y consignas que liberan las pasiones del momento y se agotan al poco tiempo. Las energías de un continente no pueden consumirse en lamentos, lágrimas y frases conmovedoras. Insisto en que no resto valor a estas manifestaciones. Me limito a subrayar su insuficiencia si no van acompañadas de medidas concretas que recompongan la fortaleza de unas sociedades desorientadas y, a menudo, desarraigadas de los valores y principios que las alumbraron. Nuestro continente está olvidando de dónde viene y, así, es imposible que pueda saber hacia dónde ir.

La civilización occidental hizo del héroe y la heroína -que, además, tenía cierta fuerza transgresora en un mundo masculino- dos personajes capitales en el imaginario colectivo. Desde el rey David -cuyo escudo, según la tradición, llevaba grabada la estrella que hoy porta su nombre- hasta Alejandro Magno o Julio César, la virtud por excelencia combinaba la excelencia y la valentía. Arriesgar la vida por una causa justa -y aun sacrificarla- era meritorio y se celebraba. El sacrificio era recompensado y recordado. Horacio escribió en las Odas (III, 2, 13) “dulce et decorum est pro patria mori”, morir por la patria es dulce y glorioso. Por supuesto, Roma no era solo la tierra sino todo un modo de vida y un orden del mundo. Por eso, allí donde los romanos llegaron, instauraron una civilización que sobrevivió mucho tiempo después de que las instituciones republicanas e imperiales hubiesen desaparecido. En realidad, hoy seguimos viviendo a su sombra.

La Cristiandad medieval -ese espacio medieval que compartía principios y vigencias comunes desde las fronteras del Báltico hasta lo que hoy son España y Portugal- exaltó la caballería, la nobleza y el coraje. En la guerra o en la paz -ahí están Juana de Arco y Francisco de Asís- la cobardía era inaceptable. El valiente podía sentir miedo, pero debía superarlo. En eso, radicaba su grandeza. Uno de los poemas más bellos de la literatura inglesa es “La batalla de Maldon”, que canta el combate librado el 10 o el 11 de agosto del año 991 entre los hombres de Byrhtnoth y los invasores vikingos capitaneados por Olaf Tryggvason. El Libro de Ely, una crónica del siglo XII, cuenta que Byrhtnoth “no tembló por su pequeño número de hombres ni se asustó por la multitud de los enemigos”. Los versos 20-21 del poema cuentan que ordenó a sus guerreros que sostuviesen sus escudos con fuerza y mano firme y añadió: “And ne forhtedon na”, “y no tengáis miedo”. Otros traducen “y no tendréis miedo”. Estas palabras del verso 21 son el epitafio de Jorge Luis Borges en Ginebra. Resumen el espíritu de una civilización que exaltó el arrojo, el valor y el sacrificio por los demás.

Esas mismas palabras inspiraron a Churchill su célebre discurso de 19 de mayo de 1940 radiado por la BBC pocos días después de que las tropas del Reich al mando de Von Manstein rompiesen las defensas francesas en Sedán. Aquel político al que muchos habían dado por muerto y enterrado, supo hablar a Europa de este modo: “Os hablo por primera vez como primer ministro en una hora solemne de la vida de nuestro país, de nuestro imperio, de nuestros aliados y, sobre todo, de la causa de la libertad. […] Hoy es el día de la Santísima Trinidad. Hace siglos se escribieron palabras para ser una llamada y un estímulo para los fieles servidores de la Verdad y la Justicia: “Armaos y ser hombres de valor y estad listos para el conflicto porque es mejor morir en la batalla que contemplar el ultraje de la nación y el altar. Como sea la Voluntad de Dios en el cielo, así sea”. Churchill estaba evocando el Primer Libro de los Macabeos (3, 58-60). Durante siglos, la Biblia fue el libro nacional de Inglaterra -ahí está la Biblia del Rey Jaime- y la de Alemania, que hizo de la lengua alemana lo que hoy es gracias a la traducción de Lutero publicada entre 1522 y 1534.

 

Europa no se salvará solo con velas, lamentos y condenas. No basta compadecerse. Hay que regresar a los valores que han inspirado a Occidente y devolverlos al sistema educativo, al discurso público, a las instituciones. La sola “condena” del terrorismo es insuficiente. Frente al miedo y la agresión, hay que responder con firmeza y valentía, aunque esto implique sacrificios y sea doloroso. A fuerza de lágrimas y mensajes, no lograremos salvarnos. Una sociedad aterrorizada y temblorosa no puede sobrevivir ni reponerse.

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