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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¡Viva México!

Eran 200 soldados con sus 45 vehículos. Iban a llevar comida y agua a decenas de miles de estadounidenses desplazados por el huracán Katrina. Nueva Orleans estaba anegada por las aguas. El sur de Florida, Luisiana y Misisipi estaban arrasados. Aquellos mexicanos establecieron un campamento a las afueras de San Antonio y distribuyeron más de siete mil comidas diarias durante tres semanas a las víctimas de la catástrofe, ayudaron a repartir más de 184 mil toneladas de suministros y atendieron más de 500 consultas médicas. Como las autoridades estadounidenses no permitían el reparto de carne no producida en los Estados Unidos, los mexicanos compraron la carne en establecimientos locales.

La historia la ha recordado en el Washington Post Stephen R. Kelly, a la sazón número dos de la embajada de los Estados Unidos de América en México D.F. Él ha contado cómo, antes incluso de que el gobierno estadounidense hubiese aceptado la ayuda, el convoy había partido ya hacia la frontera y había barcos a punto de zarpar desde Veracruz.

Les presento al pueblo mexicano.

Mi familia ha tenido una vinculación muy estrecha con México. Gracias a mi madre, crecí con su literatura, con su música, con sus tradiciones. Por supuesto, tengo amigos mexicanos y siento su suerte como propia. He asistido con tristeza e indignación a los ataques que Donald Trump ha lanzado contra los inmigrantes mexicanos irregulares a los que acusa de violadores y ladrones. Sin embargo, ya no se trata de eso. Apenas hace una semana que tomó posesión y ya ha querido infligir una humillación inadmisible al gobierno mexicano, que es tan legítimo como el suyo. La exigencia de que los Estados Unidos Mexicanos paguen el muro que Donald Trump pretende construir en la frontera excede cualquier política por severa que pretenda ser. Se trata de un insulto, uno más, que nadie tiene por qué tolerar.

Las relaciones entre los Estados Unidos de ambos lados del Río Grande han sido complicadas y tormentosas. La única invasión que los Estados Unidos han tenido en el siglo XX fue la incursión de Francisco “Pancho” Villa, general de la División del Norte, a la ciudad de Columbus el 9 de marzo de 1916. El general Pershing respondió con una expedición punitiva que fatigó el desierto durante casi un año (de marzo de 1916 a febrero de 1917) sin lograr la captura de Villa, que se había refugiado en la Sierra Tarahumara. Fracasaron en su intento de detener al revolucionario, pero pudieron probar mientras tanto el armamento que utilizarían poco tiempo después en la Primera Guerra Mundial.

Quiérase o no, los Estados Unidos y México están abocados por la geografía, la historia y la política a entenderse en grandes cuestiones que van desde la política antidrogas hasta el medio ambiente y el comercio internacional. El país hispanoamericano es el segundo socio comercial del gigante estadounidense. Unos seis millones de empleos dependen en los Estados Unidos del comercio con México. Un millón de personas y trescientos mil vehículos cruzan a diario la frontera. El comercio bilateral asciende a 472 mil millones de dólares.

México no se merece el tratamiento que han querido darle.

Durante toda la campaña electoral estadounidense, la demonización de los inmigrantes de origen hispano ha dado votos al populismo. Se los ha acusado de robar el trabajo de los nacionales, de cometer delitos, de saturar los servicios sociales. El odio al hispano -o al “latino”- ha dado pingües beneficios electorales. Parte de este discurso, ha granjeado a Donald Trump la simpatía de otros populistas en Europa. El mismo rechazo de los hispanos en un lugar, se transforma en rechazo de otros extranjeros a este lado del Atlántico. También en España padecemos nuestros propios populismos.

Sin embargo, no hay mayor traición a la historia de España que la xenofobia y el racismo. Durante dos siglos, los españoles de todas las regiones emigraron a América y a Europa. Durante casi quinientos años, los españoles de ambos lados del Atlántico compartieron un mismo destino y una misma lengua que hoy tiene garantizada su supervivencia y vitalidad gracias a los centenares de millones que la hablan en América. Con sus muchas sombras y sus muchísimas luces, la historia de España es incomprensible sin la de las Américas, entre las que brilla con luz propia México. Deberíamos recordarlo más a menudo.

España no puede aceptar esta ofensa a México, que tan generoso ha sido con nuestro pueblo. Nuestro país, que mira a tres continentes y forma parte de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, debe mantener la claridad moral que diferencia la política migratoria que un Estado puede tener de la ofensa gratuita hecha por electoralismo.

El relato de Stephen R. Kelly en el Washington Post es un acto de justicia y dignidad que muestra un rostro de México mucho más real y humano que el de los narcos y sus víctimas. El México de verdad crea, trabaja y sufre con una vitalidad que ni siquiera el terremoto de 1985 pudo destruir. Carlos Monsiváis describió en “No sin nosotros. Los días del terremoto” el sufrimiento y la grandeza de este pueblo tan injustamente tratado en estos días. Hay que leerlo para comprender la grandeza de estos mexicanos que, en 2005, fueron a alimentar a los estadounidenses derrotados por los elementos.

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