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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El crucifijo y la rosa. Apunte sobre Celso Montero

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Los malos resultados obtenidos por el Partido Socialista de Galicia en las elecciones regionales celebradas este domingo, probablemente hayan hecho añorar, en el seno de la parroquia socialista, a viejas figuras hoy olvidadas, que obtuvieron unos resultados muy superiores que los logrados este domingo 25 de septiembre. A uno de ellos dedicaremos esta entrega: Celso Montero Rodríguez (1930-2003).

El miércoles 10 de octubre de 1962, bajo la atenta mirada de Mr. John Clinton Hunt y de Pierre Emmanuel, representantes del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) que ya comenzaba a configurar su Comisión española, se reunieron en Madrid: Aranguren, Julián Marías, Chueca, José Luis Cano, Carlos María Brú, Lorenzo Gomis y Castellet. Durante la tenida, el poeta Emmanuel sometió a crítica la eficacia de las bolsas de viajes y de libros, dotadas con 3.000 francos, que este instrumento de la CIA había comenzado a otorgar a diversas personalidades españolas cuyo denominador común era su anticomunismo. En el acta levantada se lee lo siguiente en relación al Plan de 1961:

«b) Bolsas de viaje. Efectuados todos, excepto los del Padre Celso Montero y el del pintor Moreno Galván, por causas ajenas a su voluntad.

El Comité decide dar libertad a dichos señores para que empleen el dinero de dichas bolsas en lo que crean más oportuno, debido a las dificultades que han encontrado para realizar el viaje.»

Montero, de origen humilde, se había ordenado sacerdote en el seminario de Orense, pasando en 1951 a la Universidad Pontificia Comillas, semillero de curas rojos donde se licenció en Teología y Ciencias de la Información, tomando contacto con Jesús Aguirre y con dos de los citados: Marías y Aranguren, así como con Pedro Laín, primer presidente de la Comisión española del CLC. En sus años de Comillas, conformó un grupo adjetivado por su compañero y ulterior senador socialista Víctor Manuel Arbeloa, como «obrerista». El sesgo ideológico de Montero, ávido lector de Catolicismo día tras día, de Aranguren, le granjearía su expulsión de la universidad, terminando sus estudios en Málaga. La trinidad intelectual citada, no abandonaría, empero, a don Celso, quien, tras su paso por Madrid, fue destinado en 1956 a la parroquia de Illa antes de recalar en un barrio obrero, El Veintiuno, de Orense.

Perdida la oportunidad viajera brindada por el CLC, el clérigo recalaría como docente en 1965 en el seminario de Cochabamba, donde compartiría actividades con algunos compañeros que se unirían a la guerrilla de Ernesto Ché Guevara. Dos años después sería ejecutado en Bolivia el icónico revolucionario argentino, neutralización que muchos han relacionado con las confesiones de Régis Debray, al que frecuentó nuestro hombre antes de visitar, partiendo desde México, la Cuba castrista poco antes de la Navidad de 1968, bajo su condición de periodista y la recomendación del nuncio de La Habana. De esa estancia de 43 días, el padre Celso dejó constancia por escrito en su libro Cristianos en la revolución cubana. Diario de un periodista (Ed. Verbo Divino, Estella 1975) en el cual, moviéndose entre los márgenes delimitados por Guevara y Camilo Torres, se duele de la imposibilidad existente para los católicos de integrarse en el Partido Comunista, prohibición que no se dio en su España natal, en la cual el diálogo cristiano-marxista dio los frutos ya conocidos. Él mismo llega a afirmar que:

«Varios de los principios en que se inspira el comunismo son básicamente cristianos. Reconocer esto por parte de la iglesia, ayudarle al comunismo a descubrir lo que tiene de cristiano; he ahí tal vez la base del diálogo.»

Del tacticismo seguido en Cuba por la Iglesia, las relaciones de la isla con la Santa Sede nunca se rompieron, nos ofrece testimonios de anónimos clérigos cubanos que reconstruyen el proceso descrito desde el inicio de la revolución:

«Parece claro que la iglesia en Cuba se negó al diálogo con el régimen al principio mientras creyó que éste caería pronto. La política era: ninguna concesión al comunismo. En no pocos caos, se alentó sistemáticamente la salida de los “cristianos”. Si exceptuamos al nuncio y algunas personas más, no hubo lucidez para percibir los “signos de los tiempos”. Se conspiró, o se permitió a los creyentes conspirar, como en preparación de una guerra santa. A veces, la contrarrevolución se hizo sin saberlo la jerarquía eclesiástica, pero pretendiendo guardarse las espaldas bajo etiquetas o edificios suyos.»

 

Tras su experiencia cubana, Montero regresó a España, dejando arrumbada la sotana. Un año después de publicar el libro, en 1976 fundó el PSOE en Orense. Celso Montero fue uno de los cuatro representantes socialistas gallegos en las Cortes constituyentes y se convirtió en el senador más votado de la provincia en las tres primeras legislaturas, antes de abandonar la vida política y regresar al periodismo. En el tramo final de su vida, el hombre que volvía a la prensa había servido a diversas causas, entre ellas, y no la menor, a dar cumplimiento a muchos de los objetivos marcados por quienes le ofrecieran la bolsa de viaje: la construcción de una España federalizante marcada por disolventes señas de identidad que ahondan en las más provincianas diferencias entre compatriotas.

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