«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

España arbórea

Acuñada por Estrabón, la imagen de una Hispania tupida hasta tal punto de vegetación que permitiera a una ardilla cruzar la Península de punta a punta, ha sido un lugar común hasta, al menos, la aldeanización educativa que padece una de las dos naciones políticas que se asientan sobre los terrenos por los que todavía serpentean las huellas de la calzadas o en los que permanecen los cráteres auríferos de Las Médulas: esa España cuyo nombre es impensable en determinados labios que la identifican, de forma indocta, con Franco. Tal fisionomía clásica y forestal contrasta, no obstante, con la desenfocada percepción de Ortega, que veía a la Castilla mesetaria y a menudo yerma, como hacedora y deshacedora de la propia España. Sea como fuere, la metáfora arbórea acude puntualmente a la prensa cada cierto tiempo. Dos han sido esta semana las noticias que han permitido recordar alegorías vegetales trazadas por históricos representantes nacionalistas: Pujol y Arzalluz.

La primera de ellas tiene que ver con la dulce visita que ha realizado el menor del clan Pujol Ferrusola, Oleguer, a un edificio cercano a ese kilómetro cero que acaso sea el último vestigio del denostado centralismo español: el edificio de la Audiencia Nacional. La visita se saldó con la aplicación de rigurosas medidas para un individuo del que se reconocen amplias habilidades en el lavado de capitales al que diera nombre el higiénico talento de Al Capone: la retirada de su pasaporte, detalle menor que no le impedirá recorrer media Europa, y el compromiso de comparecer ante el juzgado cada quince días. Semejante mimo del poder judicial con respecto al clan Pujol ha hecho, en efecto, evocar aquellas palabras pronunciadas por Jordi Pujol y Soley en el Parlamento de Cataluña ante sus dóciles opositores y herederos hace poco más de dos años. En tan singular comparecencia, avisaba el pater familias del catalanismo de los riesgos de una poda desmesurada, pues, a su parecer, «si se siega una rama del árbol, caen las demás».

Emboscada tras las palabras de Pujol habitaba una potente y velada amenaza fundamentada en la sospecha de que el expresidente de la Generalidad, ante el que claudicaron todos los presidentes de la Nación, dispone de amplios informes que comprometerían seriamente a personas que han ostentado las más altas responsabilidades políticas en España. Esta sería, al parecer, la razón por la cual ningún miembro del extenso clan ha sentido en sus carnes las sensaciones que se experimentan en los a menudo desforestados patios carcelarios. En tales circunstancias, y aunque nos gustaría equivocarnos, todo parece indicar que la poda de la maleza que ha crecido en Cataluña gracias a los cuidados de los jardineros de Madrid, será puramente ornamental.

Mientras todo esto ocurría en el Principado, otro territorio distinguido por su feracidad política, las Vascongadas en las que crece el roble de Guernica, ha ofrecido una nueva muestra de hasta qué punto la política de claudicación con los separatistas, ya se trate de los escatológicos aferrados al «derecho a decidir» ya los más hábiles chantajistas, sigue vigente. Si desde hace años se ha procedido a la imposición del vascuence en la toponimia, llegando incluso a transformar los nombres, borrando de paso todo pasado histórico, esta semana, el Partido Popular, representado por la omnipresente Soraya Sáenz de Santamaría, en su afán por obtener el apoyo del PNV, ha cedido nuevamente. En esta ocasión, tras la sustitución del incómodo delegado del

Gobierno Carlos Urquijo por Javier de Andrés, la complicidad de ambos partidos permitirá, gracias a una nueva renuncia, que los municipios vascos se comuniquen únicamente en vascuence.

Los efectos, huelga decirlo, son evidentes. Al levantamiento de una nueva frontera laboral y ciudadana se añadirá el fortalecimiento de la red clientelar que se viene tejiendo dentro del sistema educativo transferido hace décadas. Gracias al Partido Popular, un jugoso mercado se abre en la dirección contraria a la que señalara Cervantes hace cuatro siglos, cuando durante el breve mandato de Sancho en la ínsula Barataria, situaba a su lado a un secretario que desarrollaba tal oficio de forma casi consustancial a su origen: «Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno», decía, bordando su papel. Privilegiados antaño, los privilegiados vascongados de hogaño serán aquellos secretarios que dominen en este caso el batúa.

Echados definitivamente al monte, Puigdemont y Urkullu, máximos representantes del Estado en las Comunidades que gobiernan, han manifestado ya su intención de no asistir a la conferencia de presidentes que tendrá lugar el próximo martes en el Senado. Despreciando las exhortaciones del Gobierno y avanzando por la senda del exclusivismo y la bilateralidad, ambos, sin duda con el nogal de Arzalluz en la memoria, esperan que las nueces, sin necesidad de agitar el árbol, caigan al suelo de puro maduras en forma de nuevas concesiones por parte de un nuevo Gobierno tan cortoplacista como sus predecesores.

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