«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

No se debe abusar de ciertas palabras

21 de septiembre de 2015

El utilizar determinadas palabras que conllevan significados negativos entre la opinión pública en general: “holocausto” por matanza,  “genocidio” por persecución y muerte,  “xenofobia” por rechazo a todo elemento extraño en nuestro entorno y además las empleamos fuera de su auténtico contexto y significado, con objeto de apoyar una determinada interpretación de la realidad, exagerando deliberadamente el grado de negatividad con objeto de desprestigiar a aquellos puntos de vista que no coinciden con el nuestro, es una peligrosa manipulación y tergiversación de la realidad que solo nos lleva a conclusiones en gran medida equivocadas, que a su vez nos pueden llevar a peores desgracias.

Igualmente, por el contrario, cuando se utilizan palabras para suavizar el verdadero sentido de una acción, “misión de paz” por pacificación, que entraña necesariamente el uso de la fuerza, “libertad de expresión” para encubrir verdaderos ofensa e insultos, “daños colaterales” por mortandad causada por nuestra intervención entre poblaciones ajenas a un conflicto, “dialogo” por rendición o cesión total o parcial sin contraprestación, “tolerancia” por indiferencia y tantas otras que encajan en el vocabulario políticamente correcto. El problema es que a la larga  estos conceptos verdaderamente muy graves pierden su significado y se acaba por ignorarlos.

¿Quién determina pues lo políticamente correcto? Tal norma no es neutral ni siquiera ecuánime,  gracias a ella venimos sistemáticamente ocultando o negando aquellas cuestiones que descaradamente perjudican la supremacía de una ideología específicamente diseñada para socavar muchos de los valores y principios más tradicionales de la cultura Occidental. Es un hipócrita intento de simular la aceptación de ciertos valores,  principios y dogmas viciados ideológicamente,  aparentando objetividad, con la santa disculpa de no molestar a quienes en términos generales ni nos lo van a agradecer.

A la larga la realidad se impondrá, meter la cabeza en el agujero, como el avestruz, no evitará que tarde o temprano las incomodas realidades se impongan. Lo que ocurre es que para entonces las consecuencias negativas que pensábamos evitar, con nuestra corrección, nos asaltarán con mayor virulencia  que si no hubiéramos aceptado lo incómodo y molesto en un primer momento.

Como ejemplo de lo anterior tenemos el que toda evaluación ha de hacerse en su contexto histórico individualizado: demonizar ahora a Hungría acusándola de xenófoba, por ofrecer resistencia a la penetración en su territorio de una masa indocumentada de personas de religión musulmana, debe hacerse en base al escenario vivido por los húngaros durante muchos siglos y tras infinitos conflictos con masas procedentes del este, gentes que en más de una ocasión,  han dominado, arrasado y ocupado su territorio, llevando la desolación y la muerte a su población. Al igual que sus vecinos balcánicos, Rumanía, Bulgaria, Serbia Croacia, Bosnia o la propia Grecia…. ¡Para que seguir, todos ellos entusiasmados, como todo el mundo políticamente correcto sabe, con los islámicos durante siglos!

Por tanto no es sorprendente ni ilógico, que un país que hasta ayer soportó la bota de una Rusia expansionista, tras haber sido trasteados por los alemanes, cínica y convenientemente sacrificados y olvidados por la Europa Occidental, al igual que Polonia y Checoslovaquia, no vea con buenos ojos ni sienta especial afecto por la llegada de una nueva invasión islámica (por muy refugiados que sean, son musulmanes) y que encima tengan que escuchar la censura moral de una Alemania y demás acompañantes calientemente sentados a este lado de la frontera, unos germanos que hasta antes de ayer se llevaron por delante a ingentes masas de población europea para establecer su imperio teutónico. Para colmo de desgracias y atropellos  un pueblo que tras la primera guerra mundial perdió un 70% de su territorio, gracias a la división que convino a las potencias occidentales vencedoras,  que también de paso se trocearon para su beneficio los restos del Imperio Otomano, dejándonos los problemas que ahora estamos viendo. Hungría tuvo que abandonar a más de1.600.000 húngaros en Transilvania, (la otra mitad de la población de la zona era de origen germano, por eso en las películas de Drácula siempre parece que estamos en el Tirol) 400.000 abandonados en la Voivodina en la antigua Yugoslavia  y 800.000 en Checoslovaquia (países artificiales fruto de otro reparto entre vencedores y vencidos). No es de extrañar que los habitantes de estos restos de nación de 93.000 Km2 y 9.5 millones de habitantes se rebelen contra una nueva invasión. Pues de una invasión estamos hablando ¡el no verlo es estar ciego o no querer ver!

No se puede reducir la problemática de la situación a condenar por “fascista” a su presidente Orban, es la solución fácil de unos comentaristas políticamente correctos pero tendenciosos e ignorantes, que se pasean cómodamente por Europa Occidental protegidos durante años por el paraguas defensivo norteamericano.

Que se quiere ayudar, perfecto, por humanidad, y temporalmente,  pero todos juntos, sin chivos expiatorios de buenos y malos para hacer política local, con orden, lo demás es una locura que nos puede costar el fin de nuestras sociedades. No seamos frívolos. Hay que ir al origen y negociar con el diablo si es necesario para que llegue la paz y puedan volver en su mayoría.

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