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'convertirse en una minoría en su propia casa es una tragedia para cualquier pueblo'

Bock-Côté: ‘La asimilación de los inmigrantes solo es posible si la población histórica de un país impone su cultura de referencia’

Fotografía de la falla de la comisión Duque de Gaeta-Pobla de Farnals de Valencia. Europa Press

Dicen que están asombrados, sorprendidos, conmocionados, maravillados. ¿Quiénes? Todos los que pretenden que descubren ahora el gran cambio demográfico en el que está inmersa Francia desde hace décadas. ¿De verdad? ¿Por qué nadie se lo dijo? Ahora quieren creerlo, tras la revelación por parte de Causeur de un importante estudio realizado en 2020 y basado en datos del INSEE de France Stratégie, organismo de prospectiva dependiente del primer ministro, sobre la proporción de población de origen no europeo en Francia. En algunos barrios y ciudades, es claramente mayoritaria. Y el fenómeno va mucho más allá de Seine-Saint-Denis. Ciudades como Rennes y Limoges y muchas otras se ven afectadas por este cambio demográfico. Los medios de comunicación dominantes están desconcertados.

Antes, querían ver la inmigración masiva como una fantasía y quienes se atrevían a contradecirlos eran acusados, de una u otra manera, de caer en nauseabundas teorías conspirativas, se arriesgaban a ser considerados de extrema derecha y al destierro civil. Se convertían en los parias y malditos de una clase política y mediática que funciona negando este tema.

Una forma de secesión

Hoy, los «negacionistas» toman nota de este cambio, pero lo consideran luminoso y repiten que «la diversidad es una oportunidad para Francia». Obviamente, acusan a quienes se preocupan por ello de vivir en el pasado, de cultivar la nostalgia, de pertenecer al mundo de ayer y de oler el polvo. Orgulloso de esta diversidad en marcha, Jean-Luc Mélenchon habló hace tiempo, con voz temblorosa, de la creolización de Francia.

Ciertamente, este gran cambio está causando cierta preocupación entre los que todavía viven, al menos a tiempo parcial, en el mundo real. ¿Acaso no se atrevió François Hollande a hablar de una situación objetiva de «partición» étnica? Los hechos confirman esta fórmula y el estudio de France Stratégie habla con discreción de segregación residencial. ¿Acaso los nombres de origen extranjero que se están convirtiendo en norma en ciertos barrios no atestiguan una forma de secesión, al imponerse los códigos culturales del país de origen incluso más allá de una generación? ¿Acaso no está en el centro de la actualidad desde hace años la transformación de los territorios perdidos de la República en zonas perdidas de la identidad francesa? ¿Acaso no es un islam conquistador el que impone sus costumbres en un número cada vez mayor de barrios?

Así que no todo es de color de rosa. Pero si se trata de reconocer algunos fallos en esta transformación, ¿por qué no hacer recaer la responsabilidad en la población histórica francesa? Esta es la apuesta de las élites de la diversidad, que la acusarán de falta de entusiasmo por la «mezcla social«. Insisten: ¿acaso no son los verdaderos culpables esos franceses a los que les gusta poco el exilio cultural en ciertas partes de su país y hacen lo que pueden para seguir viviendo en una Francia culturalmente similar a la que tradicionalmente se llamaba Francia? ¿No son ellos los primeros responsables de esta Francia fragmentada al huir de los barrios modificados demográficamente? Se atreven a afirmar que los que antes se llamaban «franceses nativos» son los verdaderos separatistas.

Patria alternativa

Por supuesto, el partido del «muévete, no hay nada que ver» no está desarmado. Los demógrafos lyssenkistas repiten que el porcentaje de extranjeros en Francia no varía, pero se olvidan de señalar que esto solo es así debido al elevadísimo número de naturalizaciones y a la legislación sobre el ius soli.

La ley se vuelve ajena a las costumbres, hasta el punto de definirse contra ellas y asimilarlas a un sistema discriminatorio que hay que desconstruir. Muchos hablarán con lirismo de la Francia de hoy, a la que hay que adaptarse. Por su parte, el pueblo histórico francés se convierte en un componente más de esta nueva Francia. El hecho es que muchos franceses se sienten ahora extraños donde viven, en su propio país, el único que tienen, porque no tienen ninguna patria alternativa. Están preocupados: ¿serán algún día un residuo histórico, ya que se les promete un destino como muñón demográfico?

La asimilación de los inmigrantes solo es posible si la población histórica de un país sigue imponiendo sin ambigüedades su cultura de referencia. Esto ya no es así. Un país no puede ser indiferente a la población que lo compone. Y convertirse en una minoría en su propia casa es una tragedia para cualquier pueblo.


Publicado por Mathieu Bock-Côté en Le Figaro.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta de la Iberosfera.

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