«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
las élites descartan un plan de incentivo de la natalidad

El invierno demográfico: una cuestión cultural y no económica

A menudo se argumenta que es una cuestión económica, que la gente no tiene hijos por culpa de la crisis. Y lo es, sin duda, en algunos casos. Sin estabilidad laboral es complicado construir una familia y un futuro sólido. Sin embargo, el dinero es un factor irrelevante para explicar la caída de la natalidad en España y, en general, en todo occidente en el último medio siglo. 

Afirmar que todo depende del dinero es fácilmente desmontable: en los países más pobres nacen más niños que en los ricos. Las mujeres africanas tienen 4,7 hijos de media y las europeas 1,6. Durante el baby boom de los años 60 y 70 España experimentó sus mejores tiempos de fecundidad del siglo XX. En 1964 las españolas parían 3 hijos de media, 2,8 en 1970 y 2,77 en 1975. A partir de ahí la curva cayó de manera drástica y en el año 2000, en pleno crecimiento económico, España bajó su tasa de nacimientos hasta 1,22 hijos por mujer. La bonanza económica de la segunda mitad de los 90 y los primeros 6 años del nuevo siglo no se tradujeron en más niños por familia: 1,3 desde 2006 hasta nuestros días.

Si los años del ‘milagro económico español’ en los 60 y 70 fueron fecundos lo que vino después ha sido un envejecimiento de la población que sigue en nuestros días. Entre 1976 y 2018 la edad media en España aumentó de 33 a 44 años: el 75% de ese crecimiento obedece a la caída de la natalidad y el resto a la mayor esperanza de vida. Incluyendo a los inmigrantes, más jóvenes que los autóctonos, la edad media de la población residente en España era de 43 años en 2018. En consecuencia el número de niños ha ido en retroceso. En 1976 había en España 2,5 menores de 21 años por cada persona con 60 años o más. A comienzos de 2018 había solo 0,8 menores de 21 años por cada persona con 60 o más. De seguir este ritmo en 2038 la relación será de 0,5 a 1, según las proyecciones de población a largo plazo del INE.

Dos décadas después la cosa ni mucho menos ha mejorado. Los datos publicados recientemente por el Instituto Nacional de Estadística no invitan al optimismo. Los nacimientos en nuestro país cayeron en diciembre de 2020 a niveles de 1941 hasta el punto de que España tiene la tasa de nacimientos más baja de Europa (1,3 de niños por mujer) sólo por detrás de Malta (1,2).

A priori el confinamiento era una buena oportunidad para la procreación debido a que las parejas pasaban juntas todo el tiempo. La realidad es que los nacimientos ya estaban cayendo en nuestro país antes del coronavirus con un descenso del 16% entre 2014 y 2019. El pasado mes de diciembre nacieron 23.226 niños, un 20,4% menos que en el mismo mes de 2019. Un mes antes, en noviembre de 2020, la tasa interanual de nacimientos se redujo más de un 10%. Aunque la cosa mejoró en enero de 2021 con un repunte de nacimientos hasta los 24.061, esta cifra fue un 20% inferior a la de enero de 2020, según el INE. 

Llegados aquí cabe preguntarse por las causas que motivan que sociedades prósperas tengan menos hijos. ¿Lo decide de verdad el ciudadano o es el cambio de paradigma occidental el que le empuja a una vida hedonista, orientada al consumo y alérgica a cualquier responsabilidad? ¿Es justo criticar a quien tiene menos hijos o es el sistema económico fruto del nuevo sistema cultural que desprecia cualquier vida diferente al carpe diem permanente? 

El síndrome Peter Pan o ‘adultescente’ no echa raíces, desde luego, en lugares como Somalia o Haití. Se trata de un fenómeno exclusivo de sociedades opulentas en las que se sigue llamando ‘jóvenes’ a quienes sobrepasan los 40 años y siguen llevando una vida de veinteañero. También hay otro factor de tipo cultural: la incorporación de la mujer al mercado laboral. Que una mujer desarrolle una carrera profesional influye decisivamente en la caída de la fertilidad, pues tener hijos (o muchos hijos) penaliza las aspiraciones en una empresa. La conciliación, por tanto, sigue siendo una asignatura pendiente de la que curiosamente el feminismo suele pasar de puntillas. 

Es evidente que tener hijos supone un desgaste económico y personal: educar es una tarea ardua y sacrificada que requiere tiempo y dedicación. No es lo mismo estar a las tres de la mañana en una discoteca que estar a esa misma hora en urgencias porque tu hijo lleva toda la noche vomitando. El porvenir no parece el mejor si el 18% de los jóvenes de 15 a 29 años confiesa que no quiere tener hijos y el 15% tendrá uno como máximo, según un estudio del Instituto de la Juventud (Injuve).

Claro que todo ello tiene consecuencias en uno de los pilares de la sociedad: las pensiones. Menos nacimientos son menos trabajadores y más personas mayores. El Banco de España sostiene que la proporción entre población mayor de 65 años y en edad de trabajar (16-64) aumentará desde el 30% actual hasta el 50-70% en 2050. El INE, en cambio, estima que se alcanzará la peligrosa proporción de dos trabajadores por cada jubilado en 2040. 

Problemas parecidos o peores tienen estados como Singapur, séptimo país del mundo en renta per cápita con un PIB de 62.110 dólares anuales según el Fondo Monetario Internacional. Como ya hemos visto una buena coyuntura económica no se traduce en más nacimientos, pues Singapur tiene una de las tasas de natalidad más bajas del planeta con 1,1 hijos por mujer. Es el ejemplo que le gusta poner al demógrafo Alejandro Macarrón, autor de la obra imprescindible El suicidio demográfico

Esta falta de nacimientos no es, sin embargo, un problema para las élites, que planean el reemplazo poblacional europeo (occidental) con inmigración masiva. No se trata de ninguna teoría conspirativa, sino de planes más que públicos incluidos en la Agenda 2030, que habla en el punto 10.7 titulado “Migración y políticas migratorias” de “facilitar la migración y la movilidad ordenadas, seguras, regulares y responsables de las personas, incluso mediante la aplicación de políticas migratorias planificadas y bien gestionadas”.

En esta línea el Foro Económico Mundial (Foro de Davos) calcula que 1.000 millones de personas se incorporarán a los flujos migratorios que se producirán los próximos decenios. Este fue uno de los puntos tratados en su reunión de 2021 celebrada bajo el inquietante título de “El Gran Reinicio”. En este plan trabaja desde hace años gente como el exsecretario general de la OTAN y ministro del PSOE, Javier Solana, que ha reconocido en más de una ocasión que “Europa debe ser un laboratorio del gobierno mundial”. 

En definitiva, las soluciones que manejan las élites económicas y políticas descartan por completo un plan de incentivo de la natalidad entre la población autóctona. La solución para combatir el envejecimiento de la población es exclusivamente la inmigración masiva. Desde este punto de vista los factores culturales o sociales no tienen relevancia en la composición de un país o sociedad: las personas son intercambiables y pueden ser sustituidas como números en una tabla de excel. 

En el lado opuesto está Hungría, que ha logrado que la tasa de natalidad haya crecido un 24% desde 2010 y que el número de matrimonios casi se haya duplicado. Lejos de conformarse el presidente Viktor Orban impulsó en 2019 el Plan de Acción para la Protección de la Familia que, entre otras medidas, concede un préstamo de 29.000 euros a las parejas casadas que no tienen que devolver si tienen tres o más hijos. También destaca la exención para toda la vida del pago del IRPF a las mujeres con al menos cuatro niños. Según la ministra de Estado de Asuntos de Familia, Katalin Novák, más de 200.000 familias (en un país con 10 millones de habitantes) se han beneficiado de este programa. 

Otro de los factores que intervienen en el hundimiento de la natalidad es el aborto. Desde su aprobación en 1985 (y posterior conversión en Ley Aído en 2010) dos millones de niños han sido abortados en España convirtiendo esta práctica en un método anticonceptivo más. Según datos del INE cada año hay un déficit de unos 250.000 nacimientos que serían necesarios para asegurar la sostenibilidad de la población. Si dejasen nacer a los casi 100.000 niños abortados al año esto aliviaría en un 40% los nacimientos necesarios para ese reemplazo generacional.Por supuesto los partidarios del aborto se escudan, entre otras razones, en las teorías maltusianas a pesar de que las mismas han sido más que refutadas por el autor más solvente posible: el tiempo. Thomas Malthus popularizó la teoría de la renta económica con la publicación en 1798 de Ensayo sobre el principio de la población, en el que defiende que la capacidad de crecimiento de la población responde a una progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia solo lo puede hacer en progresión aritmética. Es decir, según esta hipótesis de no intervenir fenómenos como guerras o pestes, el nacimiento de hombres mantiene la población en el límite permitido por los medios de subsistencia en el hambre y la pobreza. Pero tres siglos después, según Alejandro Macarrón, “el ser humano ha sido capaz de crear más riqueza de lo que ha crecido la población”. Si hay, por tanto, alimentos de sobra para alimentar a toda la población mundial no hay excusa para promover un plan urgente de fomento de la natalidad. Que no se haga debería inquietarnos.

TEMAS |
.
Fondo newsletter