«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Hoy el papel de Alemania en Europa es nefasto

La ausencia de todo sentido del honor en la conducta política alemana y los efectos prácticos del patriotismo

El canciller alemán Olaf Scholz, junto a la excanciller Angela Merkel. Reuters

«El patriotismo, el amor por la patria, siempre me ha producido náuseas». Quien habla así es Robert Habeck, hoy vicecanciller de Alemania, la mayor potencia europea. Frases semejantes ya no escandalizan a nadie. Hace ya más de un siglo que comenzó a articularse ese odio al enaltecimiento de la patria. Fue entonces una consecuencia reactiva lógica entre los jóvenes supervivientes de la gran carnicería de la Primera Guerra Mundial, aquella letal sobredosis de nacionalismo, el odio a lo ajeno por encima del amor a lo propio, a la que se enfrentó la civilización occidental.

El odio a lo patria surgido de las trincheras de la Gran Guerra no impidió nuevas matanzas planetarias. El desprecio por la patria se convirtió en fervor por las ideologías y veinte años después eran nazismo y comunismo quienes asolaban Europa y más allá. Ya no eran las generaciones de jóvenes combatientes los que pagaban la gran factura de sangre, ya era la población civil, mucha de ella objetivo directo del afán de matar como es el caso de los judíos.

Sin el miserable paso por la historia de España de Zapatero (…), hoy no estaríamos en el pozo negro que supone ser gobernados por una cuadrilla de malhechores sin vergüenza ni escrúpulos

Cierto es que la frase sobre el patriotismo nauseabundo podría haber sido también de Pablo Iglesias, que ha sido vicepresidente del Gobierno de España y ha dicho cosas muy semejantes. Precisamente en España llevamos casi medio siglo ya en que medios intelectuales y políticos libra una guerra contra la nación en la que no se escatiman medios, mentiras, ofensas, planes de estudios y leyes manipuladoras, falsarias y liberticidas.

En España, ha sido resultado de la consabida alianza de la izquierda con todas las fuerzas antiespañolas de las diversas regiones, alimentada por una ridícula condescendencia o complicidad de los partidos que tradicionalmente han cosechado y dilapidado el voto de la derecha. Las únicas patrias que parece respetar esa izquierda cada vez más degradada son las de los Castro con su «¡Patria o muerte!», la Hugo Chávez y la de ETA.

España ha sufrido reveses en los pasados lustros que podrían haberse cuando no evitado si paliado si el músculo moral de una cohesión nacional hubiera estado más viva, más activada. Sin el miserable paso por la historia de España de Zapatero, sin el cierre en falso y alta traición de la guerra contra el terrorismo y sin la delación criminal en la defensa de la lengua común y los derechos comunes de todos los españoles, hoy no estaríamos en el pozo negro que supone ser gobernados por una cuadrilla de malhechores sin vergüenza ni escrúpulos.

Los alemanes han elegido cuatro veces a la figura que más activa y eficazmente ha negado la nación y que más ha hecho por destruirla en tiempos de paz: Angela Merkel

Pero en Alemania es posiblemente donde más lejos ha llegado eso que ya no es desprecio sino odio al patriotismo. Y es en Alemania donde más terribles son también sus efectos degradantes. La primera gran pérdida con este fanatismo antinacional está sin duda en el sentido del honor. Porque el cinismo cruel y dolido de los antipatriotas surgidos de la Primera Guerra Mundial, en realidad un amor desengañado, ha dado paso a un pragmatismo hipócrita blindado con toda la armadura del buenismo sentimental. Se da en todo Occidente pero en ninguna parte es tan manifiesto y cabe decir obsceno como en Alemania. Si Alemania en su día apabulló y atropelló a Europa por la fiereza de su ambición, ansias de grandeza o voluntad de poder, hoy el papel de Alemania en Europa es nefasto por la vaciedad de valores que imprime a todo: mezquindad, cobardía y bajeza egoísta.

Los gobiernos alemanes son una mina para los ejemplos del odio a la nación que tiene tales efectos. El ministro federal socialdemócrata Aydan Özogul, que es de origen turco, ni siquiera siente asco a su patria de adopción, porque según asegura este personaje, al que se presenta como ejemplo de integración, la nación alemana directamente no existe. Ni siquiera la cultura alemana como tal. Özogul es tajante: «No existe una cultura específicamente alemana, más allá de la lengua».

Alemania no es nada más que la lengua alemana, dice un turco que gobierna a los alemanes y nadie se irrita lo suficiente para alzar la voz. Quién se atreviera a salir en defensa de la nación alemana negada por este ejemplo de integración sería tachado de ultraderechista y objeto de las iras y represalias del periodismo vigilante del país con mayor homogeneidad mediática de Europa. Si en la mayoría de los países europeos la hegemonía de la izquierda en los medios es grande y en España asfixiante, en Alemania no tiene fisuras. Es uno de los muchos efectos devastadores de la era Merkel.

Hay una dolorosa y vergonzosa ausencia de todo sentido del honor en la conducta política alemana. Todo se dilucida por códigos de cobardía y autoprotección cortoplacista

Y es que en Alemania no es solo la izquierda la que veta el patriotismo y está obsesionada por disolver la nación en una sociedad multicultural sin cohesión ni referencias comunes. Los alemanes han elegido cuatro veces a la figura que más activa y eficazmente ha negado la nación y que más ha hecho por destruirla en tiempos de paz: Angela Merkel. Muchos recordarán aún cómo en una fiesta de una de sus victorias electorales, como canciller de Alemania arrebató con vehemencia y malas formas a un celebrante la única bandera alemana que había sobre el escenario. Se fue personalmente hasta un lateral y la soltó con destemplanza sobre una mesa apartada.

Ni Merkel tuvo respeto por la bandera de su patria ni Özogul tuvo la cortesía de evitar jactancias tan contundentes que quizás pudieran herir a algún compatriota. Merkel ha dirigido personalmente durante tres lustros la persecución de todos aquellos que en el mundo político, social o cultural salieran en defensa de la nación alemana o simplemente proclamaran verla en peligro como resultado de la política de inmigración de la supuesta democristiana. El ministro Özogul sabe que nadie se atrevería a una defensa pública de la cultura alemana frente al ataque de un político de origen inmigrante, porque eso tiene un enorme costo y le pone a uno al borde del estigma del racismo al que se atreva. Todos recuerdan al profesor universitario y académico Rolf Peter Sieferle que se suicidó tras un brutal y despiadado acoso por todos los medios públicos y privados tras atreverse a escribir su libro «Finis Germania», un libro de añoranza de la patria que lloraba su destrucción, pero que en absoluto era un libro ultraderechista ni nazi. Como tal lo difamaron por supuesto hasta que su autor se quitó la vida.

Fueron los aliados vencedores tras la II Guerra Mundial los que prohibieron el patriotismo en Alemania tras la caída del nazismo. Después de aquella sobredosis obsesiva y omnipresente del nacionalismo supremacista con su “Deutschland über Alles in der Welt” (Alemania por encima de todo en el mundo), después del Holocausto y el genocidio racista del nacionalsocialismo, no eran pocos los que querían hacer desaparecer para siempre la nación alemana.

Paradójicamente ha sido la socialdemocracia convertida en ideología del Estado la que ha hecho mucho más que las fuerzas de ocupación por hacer desaparecer una nación alemana cuya existencia ningún turco cuestionaba hace mil años por muchos que fueran los reinos y principados, feudos y ducados que lo compusieran. Allí estaba ya el Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana, sin duda con más relevancia histórica que ese Gobierno mediocre del que forma parte el muy mediocre Özogul.

En España tenemos un Gobierno delincuente con un cabecilla sin escrúpulos que no tiene patria ni honor ni dignidad

Hoy en la convulsión histórica que sufre Europa una vez más en guerra, la destrucción de la nación y el odio a la patria que en Alemania se ha practicado tan consecuente e implacablemente tienen un efecto muy evidente sobre su conducta. Hay una dolorosa y vergonzosa ausencia de todo sentido del honor en la conducta política alemana. Todo se dilucida por códigos de cobardía y autoprotección cortoplacista mientras se entonan salmos sentimentales de amor universal. Desde la ayuda militar a los cambalaches comerciales y no comerciales con Rusia, todo en la política alemana es una abismal hipocresía de gentes sin patria ni honor que quieren solventar los asuntos por criterios de la más mezquina conveniencia. Dirán algunos que también en la francesa. No es así. El deshonor en la política francesa esta personificado en Emmanuel Macron. En Alemania está consensuado. ¿Y en España? En España tenemos un Gobierno delincuente con un cabecilla sin escrúpulos que no tiene patria ni honor ni dignidad. Ahí está con el mapa al revés, la enseña humillada y la traición como rutina. Pero lo cierto es que el felón está ahí porque los españoles, engañados o no, lo han permitido. Si logramos recuperar ese patriotismo que es amor a lo propio con respeto a lo ajeno, tendremos más mimbres, más sentido del honor, para evitar la indignidad que es tener un jefe de Gobierno como Pedro Sánchez.

.
Fondo newsletter