«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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VÍA LIBRE PARA CHINA

Las verdaderas lecciones de la salida de Trump

Independientemente de que seamos partidarios o no de Donald Trump, que consideremos o no que en estas elecciones ha habido fraude, o que prefiramos explicar o condenar la invasión del Capitolio, para nosotros, los europeos, la cuestión no es esa. Y ello a pesar de que hay mucho que decir sobre el desarrollo mismo de estas elecciones, con su secuestro de la votación electrónica, la censura arbitraria de las GAFAM y el cierre de las cuentas bancarias; el inicio seguro de lo que podría ocurrir en las próximas elecciones europeas donde los llamados partidos «populistas» estarían a punto de tomar el poder.

¿Estados Unidos a punto de salir de la Historia?

El análisis central reside en la terrible crisis social, identitaria y política que sacude Estados Unidos, primera potencia mundial y cuya elección presidencial no ha sido más que otro indicador después de semanas de saqueos y violencia por parte del movimiento Black Lives Matter.

Todas las fracturas de nuestra sociedad las podemos encontrar, agravadas, en Estados Unidos. La agenda progresista y diversitaria de Joe Biden aumentará aún más las tensiones raciales, reforzará la dominación intelectual y económica de las metrópolis en detrimento de la periferia y aumentará el sentimiento de pérdida de categoría y desprecio de la América profunda.

Para demostración, una de las primeras declaraciones de Joe Biden: «Nuestra prioridad serán las pequeñas empresas pertenecientes a negros, latinos, asiáticos y nativos americanos, además de las empresas pertenecientes a mujeres», ha dicho hablando sobre las ayudas del Estado.

Es probable que los Estados Unidos sigan debilitados en la escena internacional con un nuevo presidente al que una parte significativa de los ciudadanos consideran elegido ilegítimamente. La sombra de Donald Trump seguirá agitándose sobre este mandato, especialmente porque, según el instituto de sondeo Rasmussen, ha aumentado su popularidad después de la invasión del Capitolio y el 42% de los simpatizantes republicanos apoyan los sucesos del 6 de enero. Dicho con otras palabras, con el 20% del electorado sólidamente amarrado a él como a un salvador expoliado, el presidente saliente puede seguir teniendo un gran peso en la vida política del país, impidiendo una recuperación rápida del aparato republicano y esto a pesar de haber sido asesinado digitalmente por Twitter, Facebook, Instagram, Youtube, Twitch y Snaptchat.

Esta situación inestable y degradada seguramente redistribuirá el mapa geopolítico y reforzará aún más la potencia china, que ya no tendrá enfrente a un oponente firme como Donald Trump en su camino hacia la hegemonía comercial. La República Popular de China proyecta una imagen de gran potencia que se prepara a asumir el liderazgo en los asuntos internacionales. La fecha está anunciada: el 2049, centenario de la revolución comunista…

Vía libre para China

La ironía de la suerte es que, después de haber visto nacer el COVID-19, haber mentido al mundo entero sobre la realidad de su peligrosidad, haber mantenido a raya a la OMS para que no dañara su reputación, China nunca ha tenido un desarrollo como el actual, con un excedente comercial récord y un crecimiento dinámico. Aproximadamente el 25% de las exportaciones totales del mundo proceden del Imperio del Medio, contra el 20% antes de la pandemia.

Se espera un aumento de su influencia económica, pero también diplomática respecto a las relaciones privilegiadas que China tiene con gran parte del mundo de las multinacionales. En 2017, el presidente del Foro de Davos, Klaus Schwab, recibió al presidente chino, Xi Jinping, cuando este se perfilaba como defensor de la globalización contra el proteccionismo y el «nacionalismo» de Donald Trump. Efectivamente, tras las elecciones estadounidenses de 2016, China se comprometió firmemente en favor de la globalización, de la que ella saca una gran tajada. Recordemos que China es, con Suiza, el único país del mundo en el que el Foro económico mundial organiza una reunión anual. En 2018, el mismo Klaus Schwab declaraba: «En un mundo caracterizado por grandes incertidumbres y volatilidad, la comunidad internacional se vuelve hacia China para que siga proporcionando su liderazgo reactivo y responsable, que a todos nos da confianza y estabilidad». Una oda sorprendente para calificar a un régimen dictatorial con un solo partido y el control total de las redes sociales y de internet; una alianza engañosa entre el capitalismo financiero y globalizado y el progresismo.

Con unos Estados Unidos debilitados y una China poderosa, los países de la Unión Europea ya no pueden conformarse con confiar en la fuerza de su aliado para contener la fuerza de ataque asiática y garantizar un equilibrio mundial relativo.

Donald Trump, el mejor enemigo de la Unión Europea

Donald Trump fue un golpe de suerte para la Unión Europea, no necesariamente en virtud de su política interior, pero sí por lo que él representaba. Odiado por la ideología progresista, bestia negra de los conformistas, representaba todo lo que la nomenklatura europea detesta. Por no mencionar la escasa consideración que tenía por nuestro continente, tanto en su política comercial proteccionista como en sus amonestaciones a los miembros de la OTAN, lo que contribuyó aún más a distender las relaciones. Nuestras élites, tan a menudo proestadounidenses, de repente se arrepintieron de ser prisioneras de lo que ayudaron a construir: la dependencia militar, política, comercial y monetaria de la UE de los Estados Unidos. Por ejemplo, la Comisión, despojada de todo escrúpulo frente a un jefe de Estado hostil, trató de regular la actividad de las GAFAM estadounidenses en Europa ante lo que llamó «salvaje oeste digital». Seguramente será menos incline a continuar con esta actitud con un Joe Biden en el poder, que, sin embargo, siguiendo las huellas de Donald Trump, defenderá los intereses de estas empresas estadounidenses según una lógica que, con frecuencia, se le escapa a los gobernantes franceses: defender los intereses nacionales en el extranjero en cualquier circunstancia. En el Huffington Post, André Loesekrug-Pietri, antiguo «consejero especial» de Florence Parly, ministra de las Fuerzas Armadas y actual portavoz de la Joint European Disruptive Initiative (J.E.D.I.) afirma que «la victoria de Joe Biden es una buena noticia para el mundo, tal vez menos para Europa […]. Uno de sus campos de batalla será, indudablemente, el de la tecnología. […] El presidente Biden se ha rodeado de expertos para construir su política tecnológica, entre los cuales están Cynthia Hogan, ex vicepresidenta de Apple, Jessica Hertz, del gabinete de asuntos jurídicos de Facebook y Eric Schmidt, ex dueño de Google. Por tanto, no esperemos en un desmantelamiento de las GAFAM […], sino más bien todo lo contrario».

Ante un Donald Trump que ya no consideraba que el futuro del mundo se jugaba en Europa, la Unión Europea se vio obligada a pensar de manera un poco autónoma, a reflexionar de nuevo en términos de un poder independiente, a pensar más allá del horizonte infranqueable de una Europa transatlántica cuyo proyecto federal sería la culminación. Esta situación reforzó más bien la visión francesa de una Europa que ahora es una potencia minoritaria entre los miembros de la UE. El fracaso del candidato republicano es, por lo tanto, una mala noticia para el futuro de este proyecto.

Con la llegada de Joe Biden, apoyado por Barack Obama, los comisarios europeos volverán a sus buenos hábitos entre tratados de libre comercio, alineamientos diplomáticos, delegación de nuestra seguridad militar y sumisión al reinado del dólar. En nuestras universidades se acelerará la importación de las ideologías racistas y la «cultura de la cancelación» de los campus estadounidenses. La tradicional política neoconservadora, impulsada por la certeza de un «destino manifiesto» estadounidense constituido por la injerencia beligerante, se desplegará una vez más a riesgo de desestabilizar a los países y de ver a nuestras naciones pagar el precio en términos de migración y terrorismo. Recordemos que Donald Trump no inició ninguna guerra, mientras que Barack Obama, ganador del Premio Nobel de la Paz, lanzó al menos tres intervenciones (Libia, Siria, Yemen) en consonancia con el intervencionismo militar de sus predecesores.

Si no queremos quedarnos atrapados en la guerra chino-estadounidense que ha prevalecido hasta ahora y desarrollar nuestras propias relaciones con China, ya es hora de que nos despertemos ante la competencia china, que endurezcamos nuestra política común de comercio exterior, que reservemos nuestros acuerdos comerciales públicos principalmente a los europeos y que establezcamos vínculos fuera del marco estadounidense, en particular con los rusos que, si no lo hacemos, se arrojarán inevitablemente en los brazos de los chinos. Porque después del calzado y la ropa, y ahora también nuestra industria, pronto será nuestra medicina y otros sectores punteros los que serán superados por la competencia del Imperio del Medio.


Publicado por Marion Maréchal en Valeurs Actuelles.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta de la Iberosfera.

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