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La situación geopolítica ha cambiado a peor con la llegada de Biden

La alianza Biden-Merkel amenaza la independencia de Polonia

Grupo Visegrado. Europa Press

No es extraño que el polaco sea un pueblo tan religioso, porque se diría que solo Dios puede ayudar a un país situado entre Alemania y Rusia, sin barreras naturales que lo protejan. Polonia se la han repartido sus vecinos en cuatro ocasiones, y su situación actual no parece mucho mejor que en el pasado.

El peligro inminente le llega hoy con la alianza entre Biden y Merkel por mediación del aliado menor de estos, Dinamarca, que ha retrasado la construcción del gasoducto del Báltico, ansiado por Varsovia para no depender energéticamente de su temido vecino ruso.

La situación geopolítica ha cambiado a peor, a mucho peor, para los intereses polacos, y tan deprisa que apenas ha tenido tiempo para darse cuenta, mucho menos para reaccionar. Con Trump, Polonia tenía en Estados Unidos un tranquilizador aliado que apoyaba con entusiasmo el desarrollo del gasoducto báltico y paralizaba con su veto la culminación del gasoducto desde Rusia Nord Stream III, ansiado por los alemanes. También apoyaban la iniciativa polaco-croata de los Tres Mares o Intermarium, que recordaba vagamente a los tiempos de la Mancomunidad Polaco-Lituana de siglos lejanos.

Pero la llegada de Biden a la Casa Blanca ha trastocado todas sus ilusiones, y ahora Washington ha dado luz verde al proyecto de un nuevo gasoducto desde Rusia hacia Europa Occidental, favoreciendo los intereses de Berlín. Y la pesadilla histórica vuelve a insinuarse.

Hace unas semanas, el influyente Washington Post publicaba un agresivo editorial en el que se imploraba a las autoridades de Washington que impidieran al gobierno polaco recuperar el control sobre una televisión rabiosamente antigubernamental en manos de capital estadounidense que que lleva tiempo urgiendo a una reacción callejera que recuerda poderosamente a las abundantes ‘revoluciones de colores’ promovidas por Estados Unidos en los países excomunistas.

Polonia es un país curioso en el contexto europeo. Rabiosamente patriótica y soberanista, sus intereses ideológico parecen coincidir al pie de la letra e incluso superar los de los partidos soberanistas de Europa Occidental y de los gobiernos aliados del Grupo de Visegrado. En su visión geopolítica, en cambio, no puede estar más lejos: medio siglo de comunismo y la inevitable cercanía del gigante ruso han convertido al país en uno de los miembros más entusiastas de las alianzas occidentales, desde la Unión Europea a la OTAN. Y ahora esa posición de equilibrista parece de nuevo en serio peligro.

Esta vez no habrá partición formal. No es necesario. La idea es que la nueva ‘revolución’ sitúe (de nuevo) a Polonia como país vasallo de Alemania, neutralizando su oposición a los planes globalistas de Berlín y Bruselas y acabando de hecho con una independencia por la que tanto ha luchado Polonia y por la que tanta sangre ha derramado.

Polonia es la pieza clave. Sin Polonia, Hungría queda aislada y es más fácilmente neutralizable. En cuanto a la República Checa y Eslovaquia, su peso geopolítico aislado es absolutamente nulo.

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